Ha sido una victoria de la diplomacia cultural de la presidenta Sheinbaum. Fue su idea montar una gran exposición, en España. Quienes están al tanto de los detalles de la historia aseguran, con conocimiento de causa, que el proyecto empezó a tomar forma en el pensamiento de Claudia, en enero de este año, durante la reapertura, por renovación, del segundo piso del Museo Nacional de Antropología.
En el evento dijo Claudia Sheinbaum —cito a Proceso—, que renovar el museo tenía que ver, sobre todo, con el humanismo mexicano, pilar en la grandeza de su cultura y de los pueblos originarios, en los que nada tiene que ver la conquista o llegada de los españoles, sino “en reconocer a los pueblos vivos, originarios, no solo como parte de la Constitución, la historia y resistencia, sino en la política pública”.
En nuestro país los pueblos originarios no son una anécdota del pasado, sino un ejemplo de lucha en el presente. Es la tesis que estuvo detrás de renovar el segundo piso del Museo Nacional de Antropología, en el que se pasó del folclorismo cursi al indigenismo en resistencia.
A partir de tal acontecimiento, la presidenta de México puso a trabajar a sus colaboradores y colaboradoras con más conocimientos de cultura e historia. Claudia quería una gran exposición sobre mujeres indígenas, no solo destacando sus raíces, sino su história de resistencia y su actual situación.
Desde el principio se habló del papel de las gobernantas, con A, en los pueblos indígenas, como la Reina Roja, de Palenque.
Pronto se llegó a la conclusión de que sería interesante que España conociera la actual grandeza y, sobre todo, el siempre vigoroso afán de resistencia de herederos y herederas de aquellos pueblos originarios.
Quienes conocen un poco mejor la historia de la gran exposición recientemente inaugurada en Madrid, España, afirman que la idea no surgió en la mente de Sheinbaum en enero de 2025, sino desde el día en que ella decidió tomar como emblema de su administración a una indígena con la bandera de México.
Pero hay personas todavía mejor informadas. Sugieren que Sheinbaum, con la gran exposición en Madrid —lección de diplomacia cultural—, simple y sencillamente llegó al final de una reflexión que inició en su infancia, cuando la presidenta conoció a los pueblos indígenas en viajes que realizaba en coche con su familia.
He dicho que la gran exposición —La mitad del mundo. La mujer en el México indígena— se ha inaugurado en Madrid. En efecto, en cuatro sedes, la Casa de México en España, el Instituto Cervantes, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
El trabajo para hacerla posible arrancó formalmente cuando la presidenta Sheinbaum convocó a una reunión al antropólogo Diego Prieto, exdirector del Instituto Nacional de Antropología e Historia; a la secretaria de Cultura, Claudia Curiel de Icaza; a la filóloga Marina Núñez Bespalova, subsecretaria; al embajador en España, Quirino Ordaz; a Lázaro Cárdenas, jefe de la oficina presidencial, y a uno de los hombres más cercanos a la presidenta, sin duda un erudito, José Alfonso Suárez del Real.
Por la parte española trabajaron intensamente en el proyecto numerosas personas, pero sobre todo destaca un diplomático de primer orden, el embajador de ese país en México, el progresista y culto Juan Duarte.
Se inauguró La mitad del mundo, la mujer en el México indígena en el Museo Nacional de Arqueología de Madrid. En el evento, José Manuel Albares, ministro de Exteriores de España, reconoció lo que México ha exigido reconozca aquel país: que “ha habido dolor, dolor e injusticia hacia los pueblos originarios a los que se dedica esta exposición”, que no se puede negar que “hubo injusticia”, y que por lo tanto, “justo es reconocerlo hoy y justo es lamentarlo, porque esa es también parte de nuestra historia compartida y no podemos ni negarla ni olvidarla”.
Dijo más el señor Albares: “España nunca olvidará y nunca dejaremos de agradecer la acogida del pueblo mexicano y del gobierno de Lázaro Cárdenas a los exiliados españoles que encontraron, en aquella otra orilla del océano que nos une, la libertad que aquí les negaba la dictadura”.
La edición madrileña de El País dio al evento la nota principal: “España y México inician el deshielo tras seis años de crisis”. Sin duda, ganó la diplomacia cultural. Se impuso la idea de Sheinbaum de la gran exposición como puente que permitiera dar a conocer a españoles y españolas la grandeza de los pueblos indígenas y el por qué de la exigencia de que aquella nación admitiera sus excesos y pidiera perdón.
Se ha cumplido con lo fundamental: que la España actual entienda lo que ocurrió en la llamada conquista, en realidad una guerra de exterminio contra los pueblos originarios, que no se dejaron destruir y hoy están más vivos que nunca.
La España de hoy necesitaba comprender algo adicional: que no es cierto que desde allá llegó a nuestro territorio la civilización, que aquí ya había grandes civilizaciones que han mantenido su grandeza y sus valores hasta nuestros días: el valor de la familia, del barrio, del gremio, del comunitarismo —un ejemplo de este es el aún vigente tequio o trabajo comunitario gratuito y voluntario a favor de todos y todas—.
Fue una buena idea de Claudia Sheinbaum utilizar la cultura como un vínculo de diálogo para que se entendiera en España que la civilización no la trajeron los europeos, sino que, todo lo contrario, intentaron aniquilar grandes civilizaciones. Afortunadamente fracasaron.
No destruyeron los valores de los pueblos indígenas gracias sobre todo a las mujeres: son ellas las que enseñan a hablar a niños y niñas y las que trasmiten usos y costumbres.
La resistencia indígena es femenina. Y estriba en mantener vivas las costumbres.
Ignoro si, en lógica diplomática, se negoció la contundente declaración del ministro de Exteriores de España, quien reconoció los abusos de la conquista. Lo que sea, el gobierno de aquel país dio un gran paso en la dirección correcta, que tarde o temprano le llevará a lo que, estoy convencido, más honrará al progresismo español: pedir perdón.
La exigencia de perdón ha sido vista, por las derechas de México y España, como un capricho del expresidente Andrés Manuel López Obrador y de su esposa Beatriz Gutiérrez Müller. No es así: se trata, nada más, de que la nación europea se libere al fin de la culpa por terribles hechos de su historia.
Claudia Sheinbaum no ha dejado de exigir ese perdón. Llegará. Se han dado en España los primeros pasos en ese sentido. No solo las palabras de Albares en la exposición, sino también las de Leonor de Borbón durante la entrega de los premios Princesa de Asturias cuando expresó su deseo de visitar México y “adentrarse en el Bosque de Chapultepec” hasta llegar al calendario Azteca.
Lo que ha ocurrido refuta a nuestra comentocracia que se lanzó fuertemente contra Claudia Sheinbaum cuando no profundizó en el deseo de Leonor de Borbón de visitar México. La presidenta solo dijo “vamos a ver”. No quiso Claudia hablar de más para no contaminar la gran exposición en Madrid.
Ni duda cabe, España pedirá perdón porque el perdón enaltece. Pero antes, me parece, habrá un gran debate en la sociedad española. La derecha, siempre inhumana, ya manifestó su inconformidad. Siempre la lucha entre el bien y el mal.
Por cierto, el discurso de Claudia Sheinbaum transmitido en la inauguración de la exposición lo escribió ella en su laptop en un trayecto en coche, de Palacio Nacional al aeropuerto de la Ciudad de México. Lo redactó desde el corazón a partir de algunos conceptos que le habían entregado Diego Prieto y José Alfonso Suárez del Real.
Se escribe con tanta facilidad cuando se tiene bien pensado lo que se quiere comunicar. La presidenta tenía en su cabeza lo fundamental de su texto desde los recorridos, con su familia, por el México indígena, en el que sobre todo sus mujeres nunca han dejado de estar en resistencia.


