Fallecido el pasado 23 de mayo, Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, mejor conocido como LEGOM fue una leyenda viva, ganador de incontables premios, promotor de nuevas camadas de jóvenes teatristas y autor de un amplio repertorio para el teatro; el también poeta era, a mi modo de ver, un narrador y un ensayista, incluso podría decir que un filósofo que encontró mejor acomodo en el teatro, pero no fue un innovador, fue un escritor de ruptura, en tanto que innovar –desde mi punto de vista- no siempre significa romper y menos romper de tajo con todo lo anterior, como fue el caso. Innovar, decía Octavio Paz es religar. Amén de ello, el innovador hace escuela, y hacer escuela no es tener seguidores y perseguidores, aduladores o imitadores, sino discípulos que lleven adelante las enseñanzas del maestro con voluntad y personalidad propias, y tan es así, que la escuela de LEGOM no gestó una nueva generación de dramaturgos que hoy realmente estén renovando la escena nacional, no con los prolegómenos legomnescos, si se me permite el término, lo cual tampoco significa que no haya dramaturgos de avanzada en la actualidad, con diversidad de ramificaciones temáticas y formales que están dando la ardua batalla por dignificar al teatro nacional y que, en algún momento, estuvieron ligados al espíritu legomnesco.
LEGOM fue un dramaturgo cuya carrera surgió espontánea y con la fuerza de la espuma de cerveza. Sorprendió a propios y extraños, pues su aparición fue coincidente con las muertes de varios de los tótems teatrales que marcaban paradigma en nuestra literatura dramática, entre ellos, Héctor Azar (1930-2000), Hugo Argüelles (1932-2003) y Emilio Carballido (1925-2008), y el camino estaba abierto para quien osara revelarse como el nuevo tótem de la dramaturgia mexicana. LEGOM dijo “yo”. Ganó todos los premios que pudo y convenció a los críticos que pudo de que él era el mero mero, y los críticos lo sahumeriaron antes de tiempo. Resultado: LEGOM se hizo grande ante las jóvenes generaciones, en un abrir y cerrar de telón. Tenía prisa, se sabía enfermo (17 años de diálisis padeció) y quería hacerla y hacerla bien en nuestro medio, lo cual, de entrada era más que válido. Tuvo la fuerza y tuvo la suerte de lograrlo. Las puertas estaban abiertas para él, además, dentro de la gestación de un discurso hegemónico neoliberal impulsado por la derecha en el poder: hacer un arte que pareciera provocador, pero en el fondo fuese suave como el pétalo.
Creó la Muestra de la Joven Dramaturgia en Querétaro apoyado por el actor-funcionario Manuel Naredo y por el entonces muy joven Édgar Chías, quizá uno de sus discípulos más allegados. Los jóvenes dramaturgos, directores, actores y creativos lo rodeaban, querían estar a su lado, aprender y aprehender de él y, en algún momento, sentir su apoyo, su patadita. LEGOM adquirió poder y era admirable por haberlo hecho en un tiempo récord: dos sexenios.
El hombre contaba, desde luego, con talento escritural. Sabía escribir bien y parecía que podía sentarse, y de una tajada imaginativa, sacar una historia para ser representada. Triunfó en México y allende nuestras fronteras. Y, además, se daba el lujo de ser generoso cuando podía o quería; así, la leyenda viva de LEGOM se volvió un hecho insoslayable. Pero también, porque marcó su territorio: “No hay más ruta que la mía”, pareció decir.
Su teatro rompió cartabones, es cierto. Su Las chicas del tres y medio floppies fue una obra de gran simpatía, su Sensacional de maricones, un divertimento de humor negro, utilizaba el lenguaje de la denigración contra los homosexuales para hacer chistes privados (¿qué culpa tenían los maricones?, nunca lo sabremos); sus De bestias, creaturas y perras así como Odio a los putos mexicanos lo convirtieron en un portador sagaz de la irreverencia y de la crítica social e histórica. Pero la sombra de la misoginia, del machismo, de la intolerancia, de la heteronormatividad burlona siempre asomaba en sus textos. En su discurso dramatúrgico yace una inquietud: la crítica, pero esta crítica, de pronto se dejaba seducir por el mal gusto deliberado, que le era ampliamente celebrado en su entorno, y justamente títulos como Sensacional de maricones y Odio a los putos mexicanos (que toca el tema de la discriminación y la xenofobia) daban muestra de ello, el mal gusto inferido como hipotética categoría estética, le ganaba a sus no dudo que muy lícitas inclinaciones frente a la crítica sociológica.
En esos tiempos del avance de la hegemonía neoliberal en la cultura, de solidificació0n de grupúsculos y mafias, la crítica teatral fue desapareciendo de los periódicos y revistas dando paso a los boletines oficialistas, que celebraban de antemano las obras gestadas y producidas por la institucionalidad, llamase Conaculta, UNAM, y festivales aledaños, etc. Algunos de quienes habían ejercido la crítica ahora se dedicaban a difundir las gestas heroicas del nuevo teatro, un teatro que, por desgracia, siempre dejaba con hambre, que muchas veces rayaba en el fracaso, que toda vez parecía un fenómeno inane de la mercadotecnia, que siempre olía a fraude y a vacío. Y en este marco, la presencia de autores como LEGOM, Chías, Noé Morales, Enrique Olmos de Ita y Alberto Villarreal (todos jóvenes) representaban un respiro en tan agobiante panorama escénico mexicano de las décadas de los 2000 y los 2010… Y de hecho, me atrevo a decir, que son los nombres que marcan la cara del teatro neomilenario del inicio del Siglo XXI en México, lista a la que hay que agregar a dos mujeres dramaturgas de excepción: Conchi León y Bárbara Colio.
Un respiro. Así lo manifesté en alguna crítica en la que hacía referencia a Las chicas del tres y medio floppies y Odio a los putos mexicanos de LEGOM: “Ojalá y pronto LEGOM encuentre al director que realmente tenga la vena provocativa e incondescendiente, subversiva, de su escritura […] política, estética, literaria y sociológicamente, LEGOM, es indudablemente, uno de los respiros de las letras dramáticas nacionales del tiempo presente” (El Universal, 23 de noviembre de 2007). Y es que, creo, hasta entonces LEGOM no había encontrado a su director. Luis Martín, decano del teatro regiomontano le montó algunas obras con éxito, posteriormente.
El dramaturgo Martín López Brie, que se asume como discípulo de LEGOM, ha escrito en su cuenta de Facebook que no sabe por qué LEGOM terminó despreciándolo y hace una acertada valoración sobre su maestro: “Su talento para el insulto sigue siendo insuperable”. “Talento”, que fue emulado por no pocos de sus seguidores instalados en la majadería como confusión contestataria, exigiendo el elogio irrestricto, vapuleando y despreciando a la crítica, negando toda posibilidad de diálogo porque se creían LEGOM o al menos cuando fueran grandes querían ser como él. Y tiene razón Brie, fue un talento insuperable para el insulto, pero que marcó negativamente en la crítica y la autocrítica a muchos jóvenes que creyeron que ser dramaturgo era mentar madres a quien se atreviera a juzgarlos, sin dar posibilidad alguna al diálogo y la reflexión, tal como hoy estila la derecha prianista contra los obradoristas. Esa fue la escuela, que en el teatro, fincó LEGOM, sin proponérselo.
Días antes de su muerte, Fernando de Ita quien fue su amigo del alma y su mentor, quien fungió como su promotor número uno, quien quizá lo descubrió como dramaturgo, quien se hermanó a él en alma y corazón, publicó un obituario anticipado para que el mismo LEGOM, ya desahuciado, alcanzara a conocerlo y la compañera del dramaturgo moribundo fuese quien se lo leyera, según cuenta De Ita. En dicho texto, escrito con la conturbación propia de las despedidas a seres muy queridos, De Ita hace un retrato desde el lado humano de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (quien confesaba no tener ningún vínculo con la dinastía de los Ortiz Monasterio). El crítico hace referencias a sus obras, a su estética, a su enfermedad que lo llevaba continuamente a la diálisis. Casi 20 años de enfermedad: “Aunque siempre lo negaste, insisto en que la enfermedad determinó tu insolencia y tu descaro como dramaturgo y como persona. Sólo quien tiene el dolor como signo cotidiano es capaz de ignorar la corrección lingüística, política y de género que considera que el cambio de lenguaje basta para cambiar la esencia de las cosas. Sólo tú puedes decirle públicamente putos a los putos, cojos a los cojos, ciegos a los ciegos y explotar, dramáticamente hablando, a los inválidos y a los guatemaltecos…”
Mejor retrato imposible de trazar: ese era LEGOM, a quien recuerdo personalmente en encuentros y desencuentros, enojado conmigo porque dije que su estilo de suplir a los nombres de sus personajes con guiones (-), en sus libretos, no era una innovación, sino más bien una flojera porque le daba web@ poner los nombres de los personajes antes de cada parlamento, y que, además, ya José Agustín lo había hecho, eso de irse sólo con guiones (-) en sus obras teatrales allá a principios de los años 70. Sentidísimo conmigo lo rememoro porque en una Muestra de Joven Dramaturgia ironicé a su modo, en un diálogo abierto con el público, diciendo que ya bastaba de que en dicha Muestra sólo hubiera de dos aguas: Shakespeare y LEGOM, aunque claro, era su Muestra. Afable cuando fuimos jurado junto con Miguel Sabido del Premio Baja California de Dramaturgia 2009 y en donde, luego de ir descartando las obras perdedoras sólo quedaron en la mesa dos libretos, uno de ellos, confesó LEGOM, a él le interesaba que ganara porque estaba programada en su futura Muestra de Joven Dramaturgia. No ganó, desde luego, y no sólo por eso, sino porque la obra que lo merecía era la otra, la que se titulaba Cuerdas (y que, descubrimos más tarde, estaba firmada por Bárbara Colio; el gallo de LEGOM sería su discípulo Alejandro Ricaño). LEGOM tuvo que bajar las manitas pero nunca más me volvió a hablar en la vida, ni nos volvimos a encontrar. No obstante, debo reconocer, siempre le tuve aprecio como persona y colega, y guardé en mi mente los momentos más gratos compartidos en tertulias, comidas y sobremesas, porque sabía hacer reír, conversar profundamente de literatura y valorar el talento.
LEGOM fue una buena persona (por lo que no me sorprendió, que Lucina Jiménez, directora del INBAL escribiera en su cuenta en twitter: “Descanse en paz un gran dramaturgo, maestro y generoso ser humano”), pero se debía a sus intereses. Eso lo sabemos quienes llegamos a tener algún trato con él. Llegaba a ser buen cuate, buen anfitrión, cordialmente dulce si se lo proponía, y era un hombre muy amable, culto, pero terriblemente bipolar, como consecuencia quizá de lo que afirma De Ita en torno a su enfermedad. Espero de verdad que haya sido feliz en todos sus últimos años, en lo que cabe y pese a su enfermedad, ya que murió muy joven: 54 años.
Su obra queda para la historia del teatro mexicano, su personaje mismo, como LEGOM, será recordado. Vendrán los Homenajes. Descanse en paz, aunque… LEGOM, la leyenda, seguirá reciclándose.
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Gonzalo Valdés Medellín: Escritor, dramaturgo, crítico y periodista cultural. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales de la Secretaría de Cultura del gobierno federal.
Twitter: @gvaldesmedellin