Juan Antonio Bayona es un cineasta catalán, creador de una obra maestra del cine: “El orfanato”, que si no la han visto, se las recomiendo ampliamente, pues es simple y sencillamente maravillosa.

Hace unos días, por fin pude ver su obra más reciente, estrenada en la plataforma de Netflix: “La sociedad de la nieve”, basada en el fatal accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, en 1972.

Y de eso vamos a hablar el día de hoy, de las grandes lecciones que accidentes como estos, han dejado en la aviación; aprendizajes gracias a los que hoy las operaciones son mucho más seguras.

Este accidente sucedido el 13 de octubre de 1972, a bordo de un Fairchild Hiller FH-227, que apenas cuatro años antes (1968) había sido entregado a la Fuerza Aérea Uruguaya para su operación.

De este modelo de avión solamente se fabricaron 8 equipos, con una capacidad para 48 y hasta 52 pasajeros, que se operaba con tres tripulantes: el capitán, el copiloto y un sobrecargo.

El tamaño de este avión era: de largo aproximadamente 25 metros, y de envergadura -esto es, de la punta del ala izquierda a la punta del ala derecha- de casi 30 metros. Los motores, de la fabricante Rolls-Royce, eran turbohélices “Dart 532-7L”.

La anécdota que no cuenta la película, pero sí se encuentra registrada en el libro del mismo nombre, escrito por Pablo Vierci, nos abre un panorama maravilloso. El vuelo original partió del Aeropuerto de Montevideo Carrasco, en Uruguay el día 12 de octubre. Por el mal clima tuvo que hacer una escala en el Aeropuerto de Mendoza, en Argentina, por lo que los 40 pasajeros tuvieron que pasar una noche en dicha ciudad, junto con los 5 tripulantes.

Así que el día 13 de octubre, los 40 pasajeros -más la tripulación- abordaron el avión para continuar con el vuelo, cuyo destino era la capital chilena, Santiago de Chile.

Les puedo decir que hace algunos años me tocó la maravillosa experiencia de volar sobre la cordillera de los Andes, un espectáculo majestuoso ver esas montañas llenas de nieve en la cúspide. Los aviones actuales que vuelan por encima de esta cordillera lo hacen a una distancia muy alejada, lo que hace más seguro el vuelo.

Pero hace 52 años este tipo de aeronaves tenían serias deficiencias; por eso para cruzar los Andes tenían que hacerlo por la parte más baja conocido como el Paso del Planchón, el cual debían cruzar para pasar por un poblado llamado Curicó, ya en suelo chileno, y continuar el vuelo hacia el norte rumbo a Santiago de Chile.

Hoy por hoy, y a pesar de todos los avances tecnológicos, en los actuales aviones se puede volar “por instrumentos”, y aun así, si hay malas condiciones meteorológicas, no se corren riesgos y se prefiere demorar el vuelo hasta tener condiciones óptimas, o de plano cancelarlo.

Esto lo digo, porque muchas veces he visto las quejas de los pasajeros en redes sociales, sobre todo cuando los aeropuertos se cierran por neblina. Muchos llegan incluso a preguntar, ya que el avión permite operar casi de manera automática el vuelo, ¿por qué no se aterriza? Y la respuesta es: porque los pilotos simple y sencillamente -así como la compañía aérea- no van a jugar con la vida de los pasajeros.

Cada vez más, se implementan mecanismos y procesos a bordo de la aeronave que disminuyan a su máxima capacidad el riesgo de tener un accidente aéreo. Por eso, de manera internacional se siguen ciertas directrices, con la finalidad de tener una aviación segura en el mundo.

No es gratuito -y lo traigo a colación- que la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) cada cierto tiempo lleve cabo auditorías en todos los países, para revisar que se cumplan sus anexos, elaborados precisamente para asegurarle tanto a los usuarios como a los tripulantes, que volar es “seguro”.

Después de este fatídico accidente, podemos decir que la aviación ha avanzado a pasos agigantados en materia de seguridad. Milagrosamente sobrevivieron 16 pasajeros, que vivieron más de 70 días en el ahora conocido “Valle de las lágrimas”, donde terminó parando el avión; enfrentaron dos avalanchas y dos de los sobrevivientes hicieron una larga caminata de más de 10 días.

Hagamos el ejercicio de “supongamos”, e imaginemos que este accidente sucediera en la actualidad. Quiero que tomemos en cuenta las mismas condiciones climáticas que ellos vivieron, porque si el ejercicio que propongo lo traemos al presente, hoy en dicho lugar ya no hay nieve por el cambio climático., pero con las mismas condiciones meteorológicas del pasado, ¿qué hubiera sucedido en este este accidente?, pensando en que los aviones ahora cuentan con diversas herramientas para sobrevivir.

En dicho supuesto de que el avión se rompe, deja la cola atrás y parte del fuselaje se desliza para adelante como trineo sobre la nieve. Primero, los aviones ahora cuentan con un radio transmisor, “radiobaliza de emergencia” o radio de “Navegación aérea: ELT” (Emergency Locator Transmitter), este radio se puede activar con cualquier líquido, y lo que hace es emitir las coordenadas exactas de dónde cayó el avión, o dónde se encuentran los pasajeros, ya que es removible. Los equipos actuales además tienen megáfonos.

Imaginemos que el tipo de avión accidentado cuenta con toboganes balsa, los cuales traen un kit de supervivencia, con comida, como la de los astronautas de la NASA, pastillas para purificar agua, bengalas por si el accidente fue en la noche, así como bengalas de humo o antorchas, de colores llamativos por si el accidente fue de día.

También hay varios botiquines de emergencia, así como desfibriladores, tanques de oxígeno, máscaras contra humo, y extintores. En cabina de pilotos hay un hacha en caso de que se requiera, además de que en la actualidad los vuelos están muy bien monitoreados; cualquier cambio en la ruta o desviación es fácil seguirlo en tiempo real, no solamente por las torres de control, ahora hay muchos aficionados que gracias a plataformas como FlightRadar24 pueden seguir la trayectoria de cualquier vuelo desde su dispositivo personal.

Como mera anécdota, el año pasado mi hija mayor se fue a Australia y tanto en la ida como el regreso estuve monitoreando sus vuelos, en tiempo real, sobre todo por la zozobra de que iba a volar de México a Vancouver y de regreso en un Boeing 787MAX-8. Ya conocen el dicho: “la burra no era arisca”. Sí, sus vuelos fueron por Boeing y ninguno en un equipo de Airbus.

En los años 70′s no se consideraba necesario que un avión tuviese tanto equipo de emergencia a bordo; incluso aunque no se vuele sobre mar, por reglamentación todos los aviones traen debajo del asiento un chaleco salvavidas.

Y no hablemos de las revisiones que se implementaron después del 11 de septiembre del 2001, en las que los sobrecargos éramos los encargados de revisar de manera extenuante el avión, fila por fila y de arriba para abajo toda la cabina de pasajeros en búsqueda de un objeto extraño, para poder firmar una carta que pedían las autoridades norteamericanas, ya que si no se realizaba dicha revisión, simple y llanamente el vuelo no podía entrar a Estados Unidos.

El avión accidentado retratado en “La sociedad de la nieve”, con todo el equipo de emergencia que trae una aeronave en la actualidad, hubiese dado su ubicación exacta, además de poderse ayudar los pasajeros para ser localizados con bengalas de humo o antorchas, contar con botiquín médico, kit de supervivencia y el rescate hubiese sido en mucho menos tiempo salvando mas vidas, dentro este hipotético ejercicio.

Como ser humano la película me estremece, pero como tripulante de cabina de pasajeros sé las lecciones que nos dejó este caso, mismas que nos han permitido avanzar en materia de seguridad aérea.

Porque sin este tipo de lamentables accidentes no se hubiera considerado la importancia de colocar en los aviones equipos de emergencia, que te sirven para atender distintas situaciones, como pasajeros en estado de shock e incluso los botiquines están preparados para recibir un bebé, con los elementos básicos para atender un parto, así como proporcionar a los equipos de rescate la localización exacta del accidente.

Una de las grandes lecciones, que es sumamente importante, es que si no hay las condiciones climáticas suficientes para garantizar la operación segura de un vuelo, no insista que le urge llegar a su destino, ni se desespere porque les demoran o cancelan el vuelo.

Si algo nos ha dejado de enseñanza es que no debieron volar al día siguiente, pues el avión no tenía la suficiente visibilidad para sobrevolar por encima de la cordillera de los Andes. Más vale llegar tarde que no llegar. Revaloren que las aerolíneas sean tan exageradas, porque lo que están cuidado es, literalmente, su vida.