Si una actriz me parece deslumbrante es la sueca Greta Garbo, y no por especialmente bella: lo es, por supuesto, como cualquier persona —todas las mujeres, como todos los hombres, poseen una dosis suficiente de encanto o atractivo como para merecer admiración—.

Hace muchos años leí las reflexiones de José Ortega y Gasset sobre la obra Del amor de Stendhal. Si no recuerdo mal, el filósofo español decía que, para los griegos, alguien se enamora por la belleza que encuentra en otra persona, pero aclaraba que utilizaba la palabra belleza como sinónimo de perfección.

Desconozco si en su origen belleza y perfección significaban algo parecido o inclusive lo mismo. Quizá sí. En el Diccionario español de términos literarios internacionales, dirigido por Miguel Ángel Garrido Gallardo, belleza se define como la “propiedad de las cosas que infunde en nosotros deleite espiritual”.

El intelectual Héctor Aguilar Camín debe considerar muy bella o perfecta como figura política a la candidata presidencial de derecha Xóchitl Gálvez. Es lo único que explica su diagnóstico del discurso de ayer, en el Zócalo, de la aspirante X: “El mejor que se haya escuchado en mucho tiempo en la democracia mexicana”. Eso piensa Aguilar Camín, muy su derecho, muy su enamoramiento en el sentido no sexual, sino político, de la expresión.

En el tercer debate entre el candidato y las candidatas a la presidencia de México, la apariencia, la serenidad, el humor, el tono de Claudia Sheinbaum me hicieron recordar la personalidad resplandeciente que Greta Garbo transmitía en sus películas. Me dirán que no soy objetivo porque Claudia me cae muy bien, pero anoche vi a una mujer que ya es presidenta, que actúa con la dignidad de quien va a gobernar inmediatamente después de las elecciones del próximo 2 de junio —mero trámite, guerra política o como quiera vérsele, no tengo duda de que la votación será muy mayoritaria a favor de la candidata de izquierda—.

Las columnas más leídas de hoy

Hay numerosas anécdotas de Garbo. Una de ellas, mi favorita, tiene que ver con el filme mudo El demonio y la carne, de 1926. Hay gente que, solo por una escena, piensa que esta es una película bellamente erótica. Cito al sitio de internet El testamento del doctor Caligari:

“Mi escena favorita de la película tiene lugar en un baile en que la pareja empieza a intimar en el jardín poco después de conocerse. Clarence Brown nos muestra entonces un largo plano muy cerrado de los dos que no es interrumpido por ningún rótulo. Los dos se miran y sus rostros pueden casi tocarse. Ella saca un cigarro y él, lentamente, se lo quita para ponérselo entre sus labios. Por la forma como lo hace se nota que ansía tocar con sus labios ese objeto que ha pasado por los de ella, es un gesto marcadamente erótico. Seguidamente, enciende una cerilla (otro detalle maravilloso es cómo se ilumina entonces los rostros de los personajes con la excusa de la cerilla) y ambos se besan”.

Garbo y el actor principal de El demonio y la carne, John Gilbert, tuvieron una relación sentimental. Llegaron a vivir juntos e iban casarse: hasta organizaron la boda, pero la diva detestaba el matrimonio. “Garbo no se presentó a la ceremonia. Gilbert se retiró al baño desesperado; el todopoderoso Louis B. Mayer entró, vio al actor gimiendo y le espetó: ‘¿Para qué quieres casarte con ella si puedes acostarte con ella?’. Gilbert golpeó a Mayer en la cara”.

Greta Garbo no quería casarse: quería estar sola, como en su frase más famosa, de la película Grand hotel, de 1932: “Quiero estar sola”.

Seguramente es lo que ya quiere Claudia Sheinbaum: estar sola. La frase de Garbo se hizo famosa porque ella se retiró muy joven. Alguna vez, “al final de su vida declaró que ella nunca había dicho tal cosa como motivo de su desvinculación del cine: ‘Nunca dije ‘quiero estar sola’, sino ‘quiero que me dejen en paz’. Hay un mundo entre una frase y otra”. Lo que sea, Greta Garbo necesitaba la soledad.

Claudia Sheinbaum ya quiere, porque lo necesita, estar sola, esto es, que la dejen en paz tanto los medios como la gente de su equipo de campaña. Para pensar, a solas, en la organización de su gobierno, que claramente enfrentará enormes retos. Poco más de 10 días, y Claudia podrá tener el periodo de reflexión absolutamente personal que le hace falta para terminar de diseñar un gabinete y ajustar los detalles de un proyecto.