“No levantarás falsos testimonios”

Octavo mandamiento

Las mentiras siempre tienen consecuencias catastróficas, en distintos grados y niveles, las mentiras destruyen, aunque hayan sido concebidas para construir, al final, inevitablemente, destruyen.

Lo más grave de una mentira es cuando el que la dice trata de convencerse de que es verdad, y puede vivir gran parte de su vida engañándose.

También resulta caótico, aunque no tan consecuente como mentir, engañar, exagerar, ocultar una verdad o decirla a medias, o minimizar un hecho o situación.

Las mentiras siempre se revelan, nunca una mentira ha sido lo suficientemente convincente para pasar por una verdad eternamente.

Un ejemplo muy relevante sobre los alcances de una mentira es cuando comenzó a difundirse en Alemania y Austria sobre todo, después de la Primera Guerra Mundial, que la culpa de la devaluación económica de esa región geopolítica era de los judíos originarios de allá, a pesar de que era del conocimiento público saber que esa devaluación tan importante fue a causa del Tratado de Versalles, firmado primordialmente por el presidente estadounidense Woodrow Wilson, con la venia de varios empresarios también estadounidenses, incluyendo al padre del posterior presidente John F. Kennedy y a Henry Ford, inventor del automóvil modelo T.

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Esa mentira fue tan trascendente, que fue el principal motivo político para que Hitler creara el partido nazi en 1922 y ganara las elecciones democráticas de Alemania 11 años después, a pesar de que hasta él sabía que era, además de mentira, ilógico que la situación económica tan devastadora de Alemania y Austria pudiera deberse a la población judía local.

Por eso es tan malo mentir, por la trascendencia que puede tener éste hecho; el que miente siembra una semilla, puede prever la planta que crecerá y su tronco, pero no, sus ramas.

Finalmente, se debe tomar en consideración que cualquier dicho que no se pueda demostrar puede catalogarse como mentira.