En Ciudad de las Mujeres aprendí algo que ninguna estadística explica del todo: la violencia rara vez comienza con un golpe. Empieza antes, en lo cotidiano, en lo que parece normal. Empieza cuando una mujer deja de decidir sobre su tiempo, su movilidad o su dinero. Cuando una pensión mínima sostiene a toda la familia, pero la adulta mayor no puede decidir cómo usarla. Ahí empieza, en silencios que pesan.
Durante ese tiempo acompañé a varias mujeres. No necesitaba cientos de casos para ver el patrón. Las historias cambiaban de nombre, pero no de fondo: mujeres viviendo con muy poco, cargando con los cuidados, la casa y los hijos, y aun así justificando el control que otros ejercían sobre ellas. La violencia económica no aparecía en tarjetas retenidas —porque muchas ni siquiera tenían una—, sino en dependencias totales, en ingresos mínimos administrados por otros, en pensiones de las abuelas usadas por todos menos por ellas mismas.
Según la ENDIREH 2021, más del 27% de las mujeres mexicanas que han vivido violencia reportan también violencia económica, patrimonial o discriminación. Esa cifra publicada por el INEGI confirma algo evidente en campo: el control del dinero suele ser el primer candado que se instala y el último que se quita.
Había días en los que sabíamos que no alcanzaba. No por falta de entrega, sino porque la vida de las mujeres que llegaban traía encima años de pobreza y abandono estructural. Un solo centro nunca es suficiente para reparar eso. Lo entendí ahí: el corazón y el esfuerzo se quedaban cortos frente a historias que necesitaban políticas más amplias, recursos continuos y un sistema completo acompañándolas. Esas limitaciones también forman parte de la violencia que vivimos como país.
Como recuerda Silvia Federici: “La explotación de las mujeres y su dependencia económica de los hombres está construida sobre trabajo no remunerado”. Eso que ella describe desde la teoría yo lo vi todos los días: mujeres sosteniendo hogares enteros con jornadas infinitas de cuidados, pero sin poder decidir sobre lo poco o mucho que entraba a la casa. Mujeres que pedían permiso para trabajar, para salir o para usar un dinero que, en realidad, ellas mismas generaban.
Y también es cierto lo que Federici señala: “La miseria económica y emocional en la que viven tantas mujeres mayores es una forma de violencia”. En Hidalgo lo vi repetirse: pensiones que alimentaban a varias generaciones, pero que no daban autonomía a quien debía recibirlas. Mujeres agradeciendo apoyos que, por ley, eran suyos, pero sin voz sobre su propio ingreso.
La violencia económica se mezcla con otra que pesa: la del trabajo mal pagado, del trabajo no reconocido y del trabajo que nunca termina. Muchas mujeres, incluso sin violencia física, vivían agotadas, atrapadas en ciclos de cuidados interminables, con responsabilidades que nadie más asumía y con la idea de que “así debía ser”. La disponibilidad permanente, la culpa por descansar y el deber de “sacar adelante” todo también son formas de violencia cuando se vuelven exigencias estructurales.
Es justo reconocer que en Hidalgo se han hecho esfuerzos para acercar servicios, fortalecer rutas de atención y abrir espacios donde las mujeres puedan pedir apoyo sin miedo. Que la violencia se hable más y se esconda menos es un avance real. Pero la prevención profunda empieza por la autonomía económica. La independencia no es un accesorio: es una política de protección. Una mujer que no puede sostenerse por sí misma está más expuesta a cualquier forma de violencia.
Lo que aprendí de las mujeres con las que trabajé es que la violencia se rompe antes de la denuncia. Se rompe cuando una mujer deja de tener miedo a quedarse sin nada. Cuando recupera control sobre su tiempo, su ingreso y su vida. Cuando el control económico deja de marcar los límites de su existencia.
Y pienso en Patria, Minerva y María Teresa Mirabal —“Las Mariposas”—. Su asesinato dio origen a este día. Ellas también enfrentaron controles y violencias que empezaron antes de la tragedia. La violencia siempre en lo que se pretende invisible.
Este 25 de noviembre vale la pena mirar hacia esa raíz: la violencia empieza antes… y muy seguido empieza por el bolsillo. Fortalecer la independencia económica desde abajo, desde donde la vida realmente ocurre, es la única forma de que ninguna mujer tenga que elegir entre su seguridad y la única entrada de dinero de su casa. Que ninguna tenga que pedir permiso para vivir.


