Alejandro Moreno y Ricardo Monreal son dos gemelos con la misma visión pragmática de la política, vacía de ideología y principios. Su manera priísta, masculinizada y condescendiente de entender la vida pública, al estilo antiguo de los herederos de cacicazgos gestionando la eterna crisis en la que ese monstruo administrador del poder se sumió, les hace compartir a ambos el intercambio de fichas y privilegios usando a la gente como moneda de cambio y prostituyendo la tribuna y el capital que han conservado. El olfato del senador, sin duda, fue mejor: durante años apostó al camino de López Obrador, aunque ahora sea uno de sus principales críticos.
Las revelaciones en el “Martes del Jaguar” de la gobernadora Layda Sansores exhibe de cuerpo entero a ese Coordinador de la bancada de Morena en el Senado que se opuso a que las candidaturas a gubernaturas se lanzaran en paridad. No es casualidad que, tras oponerse al ascenso de mujeres gobernadoras, se haya propuesto “comprar” el apoyo de Claudia Anaya. Layda exhibe al que es amigo de todos porque a la vez, no es amigo de nadie. Y no me refiero a “Alito”, que por lo menos, nunca en su carrera política fingió ser un personaje distinto al que siempre fue, con las debilidades vanidosas por el lujo y el poder que le caracterizaron, la incapacidad de confiar en las mujeres en términos políticos y también la incapacidad de reconocer en las mujeres autoridad por encima de la juiciosa clasificación por cuerpo, utilidad o belleza.
En eso también se parecen. Pero tan mal momento para Monreal es en el que la historia le ha colocado, que su cercanía al modelo de todo lo repudiable en política le marca, al mismo tiempo, la diferencia abismal en la que solo cabe comparación por hacerse llamar “corcholatas” y buscar la candidatura del proyecto en el que solo unos pocos ofrecen continuidad: Claudia feminizó la política de la Ciudad; feminizó a la 4T y podría ser la base de la feminización de la política que hará transitar de la relativa igualdad electoral-administrativa, mal llamada “igualdad política”, hacia la feminización del poder.
Como el agua y el aceite
Ricardo Monreal logró negociar en favor de su hermano, David Monreal, para que fuese la política del miedo y la exclusión la que lograra imponerse en Zacatecas, donde no hay voz que retumbe por encima que la del cacicazgo. Curioso que, desde las huestes senatoriales, Monreal pida piso parejo y democracia cuando él mismo fue el que empedró el camino de otras (y otros) liderazgos mucho más enraizados que su propia familia.
Aquí, la principal traicionada fue la candidata de la alianza “Va por México”, que prácticamente, fue “vendida” por su propio dirigente nacional. Tras la simulación de su campaña y ante su digna rabia y legítimo reclamo, fue posteriormente “mainsplaineada” por Rubén Moreira, culpándola de ir bajo en las encuestas, reconociendo a la maquinaria del PRI por no dejarla en los números iniciales que representaba en las encuestas y aderezando, por cierto, que la votación no tuvo nada que ver con ella sino con la capacidad de movilización del priísmo, como si no hubiesen sido los otros partidos los que la tomaron en serio.
La conversación filtrada por la gobernadora, probablemente por archivos olvidados en las computadoras del gobierno de Campeche, un WhatsApp Web que se quedó abierto o por cualquier otra vía, recibió explicaciones contradictorias: Alejandro Moreno denunció la ilegalidad del acto, sugiriendo que su contenido es real; Ricardo Monreal negó la conversación y acusó que estaba manipulada, recibiendo el beso de Judas con el respaldo amistoso que su socio le dio.
A diferencia de un personaje capaz de poner en oferta la causa de la Cuarta Transformación y vender o comprar a quien sea, en su lógica masculinista de la política capitalista, porque “todos tienen precio”, Claudia Sheinbaum no se compra, no se vende y tampoco tiene en el historial de su desempeño la traición. Tiene una colección de lealtades que, para molestia del Senador, no están basadas en oscuras transacciones de poder y dinero sino en las virtudes y relaciones más valiosas: lealtad, amistad y camaradería.
Cuando Clara Campoamor en España, Elvia Carrillo Puerto y Hermila Galindo en México, Evita Perón en Argentina, así como tantas otras sufragistas del mundo exigían igualdad política, nunca imaginaron que el patriarcado se iba a guardar con recelo las dinámicas de poder para impedir el paso de las insumisas. Nunca habrían creído que, con votar, ser votadas y poder acceder, como en el caso de México, al 50% de las posiciones legislativas, iba a generarse un efecto masculinizante y cupular del poder, reafirmando a las mandaderas que se sacian con dinero y no con causas al frente, como el caso de Sandra Cuevas.
La alcaldesa de Cuauhtémoc también revela un interesante dato de la personalidad de Ricardo Monreal, su padrino político: Sí le gustan las mujeres en política, pero las obedientes y sumisas, esas que atenderán al chasquido, las que se van a bajar de las aspiraciones cuando él lo mande. Tal vez, eso sea lo que más diferencie a “los monreales” de “las claudias”: a nadie de ese equipo ha podido comprar. No se puede comprar a quien no tiene precio. Claudia Sheinbaum, como las mujeres en la historia que incomodaron a los perversos y conservadores, lo que tienen es valor.