El Partido Acción Nacional decidió cerrar las alianzas electorales de cara al 2027 y, de paso, probar su verdadero valor en el mercado político. No es una apuesta menor: tras años de vivir de la “Alianza por México” con el PRI, el blanquiazul parece querer comprobar si todavía conserva marca propia o si, en realidad, ya solo es un recuerdo de los años en que bastaba decir “transición democrática” para ganar votos.

El problema —y lo saben— es que no hay muchas posibilidades de derrotar a Morena por cuenta propia. Pero la apuesta tiene lógica, si el PAN logra consolidarse como segunda fuerza nacional, podría reposicionarse como un actor clave rumbo a 2030, capaz de negociar desde la fortaleza y no desde la dependencia. En cambio, si los resultados son pobres, tendrá que replegarse a la vieja narrativa de “encabezar el frente opositor”, eso sí, con ellos al mando y no como socio minoritario del PRI.

Y hablando del PRI… ¿qué queda por decir? Es el aliado incómodo que ya no aporta votos, sino problemas y escándalos. Sin la alianza, el tricolor se enfrenta al riesgo real de perder el registro en más de un estado, lo que sería un golpe histórico para la otrora maquinaria electoral más poderosa del país. El dilema es brutal: seguir pegado al PAN como un salvavidas o asumir la soledad como una lápida.

Mientras tanto, Movimiento Ciudadano observa la partida desde su propia trinchera. No pierde, pero tampoco gana. Su fuerza depende de demostrar que los gobiernos de Nuevo León y Jalisco no solo administran bien, sino que son capaces de enamorar políticamente al electorado. Y es que es evidente que los altos niveles de aprobación y los resultados de la gestión del Gobernador Samuel García en Nuevo León propiciaron el movimiento desesperado de las huestes prianistas.

MC tiene la oportunidad de construir una tercera vía real, aunque esa ambición solo funcionará si deja de pretender definirse en función de los demás. Si su discurso se centra en “no somos ni PRI ni PAN ni Morena”, seguirá siendo eso: un partido reactivo. Si logra decir “esto somos y esto ofrecemos”, podría verdaderamente cambiar el juego.

El PAN, por su parte, intentó un lavado de imagen cambiando su logo. Pero más allá del rediseño, las caras siguen siendo las mismas: los mismos cuadros, las mismas formas, los mismos discursos de pureza que suenan a eco del pasado. Los “ciudadanos” que ahora dicen incorporar al proyecto son, en su mayoría, viejos conocidos reciclados en nuevas etiquetas. El cambio estético no sustituye al político.