Si es que hay un tirano más injusto que cualquier gobernante, es el miedo. El miedo como sentimiento o sensación de angustia provocado por algo, real o imaginario, es capaz de colapsar economías, doblar la estabilidad mental de una sociedad y volcar la tranquilidad cotidiana en un estado permanente a la defensiva.

El fin de semana, Veracruz y Guerrero vivieron balaceras, desfile de armados en camionetas privadas, con uniformes cuasi-militares color verde camuflaje, chalecos antibalas, gorras con tela en el rostro, sin serigrafiar con algún ícono de fuerzas armadas legales permitiendo al entendimiento el hecho de reconocerles como cualquier otro grupo con armas y poder que no es Ejército ni policía ni Guardia Nacional.

La pequeña ciudad de Veracruz, Orizaba, retumbó entre los estruendos de balazos en las calles. A los ciudadanos asustados que graban a escondidas no se les puede decir “prensa vendida” ¿Cierto?

Fueron ellos quienes “reportaron” en primera persona lo que sucedió. Nada nuevo para algunas entidades.

Héctor Aguilar Camín mencionaba con Leo Zuckermann en su participación nocturna del programa “Es la hora de opinar” que la relación de la sociedad con las Fuerzas Armadas estaba transitando del respeto al miedo. Hace tiempo que ha sido así, pero ahora se nombra. Al menos, el temor que surge cuando un policía ordena detenerse a cualquier conductor es económico. ¿Cuánto habrá que dar por zafarse de eso si no se ha hecho nada? Pero las personas que viajan constantemente en carretera saben de lo que hablo cuando un retén militar detiene el auto.

Ese recorrido helado hasta los tobillos y la sensación de temblor que se controla respirando profundo, pues de aquellos retenes se escucha lo peor: si es que pueden sembrar droga, si es que pueden disparar, si son capos vestidos de militares, si es que podrían desaparecerte, si pueden tomar tu auto y llevárselo, si es que podrían golpearte o si eres mujer o transportas mujeres, violarlas si les han gustado.

El miedo no es nuevo, pero sí parece ir en aumento, al menos, la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Inegi reporta que, en junio de 2022, 72.9% de las mujeres y 60.9% de los hombres consideraron que vivir en su ciudad es inseguro.

La segunda entrega de la ENVIPE (Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2022) también demuestra que los mexicanos van dejando de hacer cosas por la inseguridad, o sea, restringir su propia libertad o la de los jóvenes por miedo a que les suceda algo. Al menos, 62.4% dejó de permitir que sus hijos menores de edad salieran de casa y el 49.7% dejaron de usar joyas. Un 46.3% dejó de salir de noche y el 44.1% dejó de llevar dinero en efectivo. Hasta 32.6 por ciento dejaron de salir a caminar y el 30.5% dejó de visitar parientes o amigos, 27.2% dejó de ir al cine, 25.7% dejó de ir al estadio, 25.1% dejó de usar transporte público, 25% dejó de salir a comer, 23% dejó de viajar en carretera, 15.5% dejó de llevar celular y lo más grave: 6.1% dejaron de ir a la escuela.

El miedo doblega cualquier libertad y limita los sueños, si eso no es una tiranía, no sé qué lo sea. Un gobierno de izquierda que ganó por la esperanza ¿Se puede permitir que se acaben los sueños por el miedo? Se puede temer al crimen organizado, a los delincuentes y también a los jóvenes sicarios. El miedo a la Guardia Nacional y al Ejército -lo mismo- se relaciona con que ahora tienen más poder y también guardan una menor confianza para que una víctima se atreva a denunciar. Al final, ahí está internalizado y normalizado el miedo a no volver a casa, a no ver de nuevo a un ser querido, a vivir en carne propia el miedo materializado.

Normalizamos el miedo al nivel de no reconocer que el apoyo del PRI para incorporar la Guardia Nacional a la Sedena tuvo que ver con el miedo de su presidente, Alejandro Moreno, a que la justicia llegue. Sin victimizarle por sus actos -muchos, muy corruptos-, el hecho de que en nuestro país la impunidad se pueda negociar es ya escalofriante, pero que además, lo haga por el miedo no sólo a la justicia, sino a la potencia política de sus adversarios es grave.

La política del miedo es redituable para quienes la imponen. Finalmente, el miedo puede ser motivado igual por una amenaza imaginaria, por la percepción del “hubiera” o “podría”, que hace cancelar planes, aislarse, no salir de casa, recluirse en la relativa libertad. Después de todo, por algo los capos han desfilado armados e imponentes: el miedo les conlleva respeto.

Y la inseguridad es la socia del miedo, su mejor aliada. El asunto central que ninguna mañanera ha abordado es que los grupos criminales probablemente ya superan en número y armamento a los policías civiles en varias entidades. Si es que de ahí se desprende la urgencia de subir el nivel de armamento y la cantidad de elementos, hay que decirlo entonces: el crimen organizado ha rebasado a las fuerzas armadas. Si el miedo será la llave para la aceptación de las inconstitucionales reformas de la Guardia Nacional y seguridad pública, el tirano no será el presidente, sino la guerra no declarada que mantiene sumidos en apenas sobrevivir a tantos.

Por cierto. Ninguna política pública que carezca de un análisis con delimitación territorial será del todo efectivo. ¿En verdad es necesario que la Guardia Nacional sea militar en todo el país? ¿Aun cuando no en todo el país se viven las mismas condiciones de inseguridad?