Las sucesiones de gobierno fueron dramáticas después de ponerse en vigor la Constitución de 1917, con la excepción de la elección de Venustiano Carranza en ese mismo año, la cual no generó mayores complicaciones, por tratarse de un candidato con indiscutible liderazgo y consenso, al grado que careció de opositor al cargo; pero algo muy diferente ocurrió en las siguientes sucesiones, pues para la de 192,0 en el marco de la proclama del Plan de Agua Prieta, tuvo lugar el asesinato del propio Venustiano Carranza; para 1924 la rebelión delahuertista, con ello la muerte también de muchos militares y civiles, entre ellos, Felipe Carrillo Puerto; en la de 1928, los asesinatos de los generales Arnulfo R Gómez y de Francisco Serrano y el desarrollo de la guerra cristera.

Se encontraba crispado el ambiente para el arribo de Obregón a la presidencia en 1928, incluso se le había recomendado, después de obtener el triunfo, que permaneciera en su rancho en Sonora, pues existían rumores respecto de que podía haber un intento para asesinarlo; cuando se le refirió a Obregón ese trascendido lo demeritó, no sin antes comentar que siempre que existiese alguien dispuesto a cambiar su vida por la suya, no había nada qué hacer.

La crisis generada por el asesinato de Obregón dio lugar a una búsqueda institucionalizada de relevo de los gobiernos con el surgimiento de un partido fuerte, el Partido Nacional Revolucionario en 1929, con lo que se ordenó, entre otras cosas, los reemplazos de gobierno en condiciones de estabilidad, que no se interrumpieron sino hasta casi 7 décadas después.

De forma acelerada se complicó el escenario en que Colosio desarrollaba su campaña en 1994 con la guerrilla que estalló a principios de ese año, y con los nombramientos realizados por el gobierno, el mismo día de su inicio de campaña el 10 de enero de 1994, con las designaciones del Comisionado para La Paz, el secretario de Gobernación y el Procurador General de la República, que hizo de ese comienzo de campaña un acto menor.

Es curioso, pero el mismo comentario que había realizado Obregón para disminuir la importancia sobre un eventual atentado contra su vida, fue el efectuado por Luis Donaldo cuando se le mencionó el riesgo que corría y de la necesidad de tomar providencias en sus actos de campaña. Sin lugar a duda, confiaba en su capacidad de remontar condiciones difíciles que se le habían impuesto desde el levantamiento zapatista en Chiapas y de las decisiones tomadas por el gobierno, que solapaban la especulación sobre la posibilidad de sustituir al candidato presidencial.

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De hecho, Colosio comentó “por qué me hace esto el presidente”. En algún momento se pretendió atajar dicha confusión con la declaración presidencial de que no se hiciesen bolas, pues el candidato era Colosio; pero, al mismo tiempo, se mantenía, sin alteración, la causa que daba pábulo a esa hipótesis; sólo despejada cuando ocurrió su asesinato y la candidatura para sustituirlo por parte de Ernesto Zedillo; entonces sí, se refirió que el Comisionado para la Paz no había cumplido su tarea y, en consecuencia, debía renunciar. Así se despejó el panorama y la confusión de una manera sencilla, pero Colosio ya había sido ultimado.

En todo momento Colosio buscó superar los obstáculos con los medios a su alcance; fue así que logró dialogar con el propio Comisionado para la Paz, impulsó el fortalecimiento de su campaña y del discurso -en cuyo contexto se explica su intervención del 6 de marzo de 1994 en el Monumento a la Revolución -, al tiempo de enfatizar su vinculación con la sociedad y el esmero que ponía en el ejercicio de revisión y análisis para postular a los candidatos al Congreso; el cierre de la primera etapa de su campaña en Sonora iba a ser apoteósico. Pero hubo cosas que ya no se pudieron hacer.

La primera afectada con el asesinato de Colosio fue su familia, el dolor de Diana Laura fue el de muchos y muchas; su entereza brindó, paradójicamente, consuelo, pero eso no impidió que su ausencia afectara gravemente al país, a sus instituciones, pusiera en predicamento al gobierno, y en un difícil duelo PRI, que había surgido para que ya no ocurrieran hechos de esa naturaleza y que ha sufrido y sufre aún su ausencia.

Cuando Colosio fue postulado en noviembre de 1993 llamó al debate entre candidatos, a dar cuenta de sus gastos de campaña y de aceptar observadores electorales, pues dijo que no tendría vergüenzas que ocultar; fue una especie de reforma electoral en los hechos y que contribuyó a fortalecer la vida democrática del país. Así era él.

Ahora que su hijo está al frente de una labor política a nivel municipal en el estado de Nuevo León, no podemos menos que saludar su esfuerzo y respetar sus afanes.