Ciertos historiadores e intelectuales articulistas, a quienes se considera revisionistas de las narrativas oficiales, o más bien de las historias que no se adaptan a sus representaciones, convicciones o intereses, encuentran y tratan de imponer hallazgos e ideas novedosas sobre acontecimientos del pasado.
Estas, si bien pueden ser útiles para la reflexión sobre la evolución del país, a la vez dejan al descubierto los sesgos ideológicos usualmente conservadores de ellos mismos, sus autores y promotores.
Con motivo del reciente aniversario 225 del inicio de la Independencia nacional, esas mentes tan lúcidas como prejuiciadas, entre las que se cuentan las de Francisco Martín Moreno o Héctor Aguilar Camín, han vuelto a la carga descalificando la narrativa convencional y progresista sobre los héroes y heroínas que nos dieron Patria.
En sus discursos reiterados y sincrónicos insisten en justificar que no fue Hidalgo el verdadero autor de la gesta, sino más bien otros personajes tales como Matías Monteagudo o Agustin de Iturbide.
Apuntan que la causa determinante de la caída del régimen virreinal no se ubicó en las condiciones adversas en que vivía la mayoría popular de la época o el yugo medieval, absolutista y mortal que pesaba sobre sus vidas, incluida la excluyente Real y Pontificia Universidad de México o el temible Tribunal de la Santa Inquisición, sino en la crisis política que provocó la deposición del rey de España, Fernando VII a manos de Napoleon Bonaparte en 1808 o su debilidad extrema ante la reyerta liberal en 1820, que lo obligó a restablecer la Constitución de Cádiz de 1812.
Luego, enfatizan en el consecuente propósito de las élites ultra católicas para salvar la religión oficial en las llamadas “Españas” o en el reino y sus virreinatos, sin referir que se hallaban pletóricos de súbditos, esclavos y recursos materiales.
El problema de esa visión es que privilegia el papel de los líderes y las minorías activas, en particular, de las elites políticas en los procesos transformadores oscureciendo el rol y la lucha de las fuerzas, colectivos, grupos, clases sociales y liderazgos revolucionarios, al mismo tiempo que reducen peso a los factores económicos o a las confrontaciones dialécticas entre unos actores orientados al control y la explotación y otros decididos al cambio y la emancipación.
Asimismo, la historia revisada en esos términos luce lineal y deja de explicar las dinámicas que nos han conducido al momento actual, en particular los errores y excesos recurrentes de las propuestas liberales modernizantes, lo mismo que las expresiones que desde abajo se han opuesto a ellas cuando aquellas se radicalizan o desvían, ya con Iturbide, Santa Anna, Díaz, Obregón o Peña Nieto.
El propósito es simple y complejo: descalificar a la Cuarta Transformación, cuyo despliegue, según admiten ellos mismos con nostalgia o desesperación motivadas en sus extravíos irrealistas, continúa imparable.
Se dice que cuando un adversario o divergente se equivoca es conveniente no alertarle o desengañarlo para que no recapacite, sino que es mejor dejar que se hunda más en el pantano de sus yerros.
Empero, por el bien del progreso de las ideas y la comprensión de la magnitud del proceso de transformación en curso, que nos convoca a todos a la reflexión y la acción o la reacción, cada quien sabrá de qué lado se ubica. Hay que invitar a ciertos revisionistas a continuar con sus pesquisas ilustrativas y a que no dejen de revisar críticamente sus propias revisiones, si es que sus prejuicios se los permiten.