En la página de internet de Grupo Salinas se afirma que esta empresa nació en 1906. Ahí se asegura, también, que “nuestro fundador” es Ricardo B. Salinas Pliego, quien llegó al mundo 49 años después, en 1955. ¿Hay sensatez en esto?
En la información oficial de su grupo empresarial empiezan los problemas de credibilidad del señor Salinas. Él nació en 1955. El pasado 19 de octubre cumplió 70 años. Todo México se enteró gracias a su fiesta en la Arena CDMX. Si hubiese fundado su empresa principal hace 119 años, entonces don Ricardo tendría en la actualidad un siglo y medio de vida.
Se necesita recurrir a la metafísica para entender cómo alguien nacido en 1955 pudo fundar un grupo empresarial en 1906, 40 años antes de haber empezado a existir.
Para resolver el misterio recurriré a la navaja de Occam, según la cual la explicación más sencilla es la mejor: Salinas Pliego es un viajero en el tiempo.
Como es rico —presume sus aviones, helicópteros, mansiones, yates—, en 2009 estrenó una máquina del tiempo para anticipar que 16 años después, en 2025, saldría victorioso de un problemilla de impuestos.
Pero todas las máquinas fallan, y la nave de don Ricardo Salinas Pliego lo llevó a un 2025 que no fue real. Por eso, el 2025 verdadero lo tiene al borde de la quiebra.
En 2009, las autoridades tributarias, sobre ciertas pérdidas de sus empresas que en realidad no lo eran, le dijeron —palabras más, palabras menos—: “Oiga, don Ricardo, se vale ser cochi, pero no trompudo”. O sea, le pidieron no utilizar pérdidas inexistentes para disminuir impuestos.
Don Ricardo enfrentó dos opciones: olvidarse de tales pérdidas falsas y pagar lo correcto, o irse a un juicio para, en algún momento del futuro, digamos en 2025, terminar ganando, por cansancio, en la SCJN.
Para tomar una decisión racional, en 2009 Salinas Pliego viajó al futuro. Primero a 2023. Habló con el, ya cercano al retiro, ministro Luis María Aguilar Morales y le pidió: “Te encargo retrasar el análisis de mi asunto. López Obrador es muy necio y no entiende. Cuando se vaya y llegue Sheinbaum, le pido a Javier Alatorre, a López San Martín, a Lilly y a Chapoy que presionen a la presidenta, y rapidito me va a pedir paz”.
Aguilar Morales aceptó la propuesta. Todo iba bien, encaminado a que don Ricardo no pagara nada en cuanto AMLO dejara el gobierno. Lo que, en 2009, no pudo ver Salinas Pliego con su máquina del tiempo es que Andrés Manuel era un político más bien fresa —en el sentido de blando o compasivo— comparado con Claudia.
La máquina del tiempo de don Ricardo Salinas tuvo otra falla y no lo preparó en 2009 para una reforma fiscal futura, la de 2013, diseñada por alguien tan neoliberal como él, Luis Videgaray, quien por elemental solidaridad ideológica —eso pensaba el propietario de Elektra y TV Azteca— no se iba a atrever a modificar el régimen de la consolidación de impuestos. Pero Videgaray traicionó, o eso sintió don Ricardo, y la consolidación desapareció.
La nueva ley estableció la obligación, para las empresas que habían utilizado el esquema anterior, de revertir o reintegrar al fisco las pérdidas fiscales que habían utilizado para reducir sus pagos de impuestos en años previos; como en 2009, en efecto.
Salinas Pliego dijo a sus contadores y abogados, por zoom desde su yate en el Mediterráneo: “No revierto una chingada, y que el gobierno le haga como quiera. En 2025 la SCJN nos amparará. Ya hablé, en el futuro, con el ministro Aguilar Morales, quien se hará pendejo algunos añitos. Cuando cambie el sexenio y el testarudo de AMLO se vaya, presionaré a Sheinbaum y ella cederá”. Así se lo había prometido su máquina del tiempo, pero tal artefacto, de última generación, no había sido ajustado con precisión en Totalplay.
Por culpa de su desajustada máquina del tiempo, Salinas Pliego se metió en un problema doble. Él dice que le quieren cobrar dos veces impuestos, pero la realidad es que cayó en un doble impago, en una doble falta: desacató la orden de 2009 de no usar pérdidas improcedentes para pagar menos impuestos, y no las revirtió en 2013 cuando la consolidación fiscal llegó a su fin.
Dos veces incumplió, pues. Este es el origen del enorme problema actual de Ricardo Salinas Pliego.
Anteayer, como sabemos, la SCJN desechó siete recursos de Grupo Elektra y TV Azteca por carecer de interés excepcional en materia de constitucionalidad. Con ello, quedó firme la legalidad de la deuda fiscal que las empresas de Salinas Pliego arrastran desde hace bastantes años. Agotados los recursos jurídicos, el empresario deberá saldar lo adeudado, alrededor de 2 mil 600 millones de dólares.
El monto multimillonario —con actualizaciones y recargos acumulados durante una década de litigios— es consecuencia directa de la estrategia de sus abogados, a quienes, justo es decirlo, el empresario exigió inspirarse en exceso. Lograron retrasar el cobro, pero a costa de inflar la deuda hasta límites insostenibles.
Traté de explicar con el ejemplo de la máquina del tiempo que dos fueron los errores clave:
1.- Combatir los créditos fiscales de 2009 y 2013, sin abonar ninguno. Aunque Salinas Pliego alega un “doble cobro”, lo cierto es que nunca pagó ni uno ni otro. Si realmente consideraba incompatibles las deudas que le fueron determinadas, bastaba con saldar una para invalidar la otra. Al impugnar ambas sin cumplir, las dos siguen vigentes.
2.- Alargar artificialmente los juicios, confiando en amparos y suspensiones para postergar eternamente el pago.
La máquina del tiempo de Salinas Pliego no le advirtió que en 2025 desaparecería para siempre la eternidad judicial.
Hasta hace poco era posible prolongar los juicios en forma sempiterna. Bajo la Ley de Amparo anterior, cada etapa del procedimiento de cobro (requerimientos, embargos) admitía amparos y más amparos…, y más amparos, y muchos más, eso sí, con suspensiones casi automáticas. De haber continuado así el marco jurídico, el cobro a Grupo Salinas se habría aplazado otra década, esto es, mucho más allá del final del sexenio de la presidenta Claudia Sheinbaum. Las sentencias de la SCJN solo hubieran marcado el inicio de una nueva cadena impugnativa interminable: el clásico litigio que fascina a los abogados porque tiene principio, pero no un final.
Eso se acabó. Las reformas a la Ley de Amparo lo cambiaron todo. Ahora, cuando el SAT le cobre a Salinas Pliego, solo procederá el amparo en el momento en que se llegue a la convocatoria para rematar los bienes que al empresario se le embarguen (última etapa del proceso de cobranza). Puede haber suspensión en este último juicio de amparo, pero para lograrla se requiere garantizar el pago, es decir, exhibir billete de depósito —que solo proporciona el Banco del Bienestar, de ninguna manera Banco Azteca— o carta de crédito por 48 mil millones de pesos.
Lo más que podría hacer Salinas Pliego, cuando el SAT le embargue sus bienes para cobrarle, es recurrir al amparo indirecto en un juzgado de distrito —este juicio duraría unos tres meses—, para después acudir a la revisión en un tribunal colegiado, lo que alargaría el proceso unos dos meses más.
Cinco o seis meses después de que busque ampararse contra el cobro, Salinas Pliego perderá su última defensa. De plano, las apuestas están absolutamente en contra del dueño de Elektra y TV Azteca. Perdido en la instancia final, don Ricardo trataría de volver a la SCJN, donde me parece que lo batearían en otros dos meses, vale decir, en el tiempo suficiente para cumplir con las formalidades.
Salinas Pliego enfrenta dos opciones: pagar de inmediato, lo que podría hacerle merecedor a algún beneficio o negociación de última hora —para lo cual tendría que bajarle dos huevitos a su activismo político de oposición—, o que se le embarguen bienes, por valor de 48 mil millones de pesos, unos meses después de que el SAT inicie el proceso de cobro.
Le habría ido mejor a Salinas Pliego, le habría salido mucho más barato, si en el sexenio pasado hubiera cumplido o, al menos, si no hubiera bloqueado el proyecto de sentencia del ministro Alberto Pérez Dayán que no favorecía a Elektra y TV Azteca: en esencia un proyecto idéntico al que acaba de votar la SCJN.
Es decir, si en lugar de lanzar una ofensiva jurídica, política y mediática, Ricardo Salinas hubiera aprovechado las lagunas del viejo sistema, estaría ahora litigando eternamente con amparos y más amparos, tal como lo permitía la anterior ley. Nunca terminaría el proceso y, por lo tanto, nunca perdería.
Hoy, por la reforma de la 4T a la Ley de Amparo, tras agotar las chicanadas, Ricardo Salinas Pliego no tiene escapatoria. Debe aceptar que perdió. También, por el bienestar de la gente que trabaja en sus empresas, está obligado a con humildad, bajarle a su agresividad y buscar una negociación final.
Con creatividad —desde luego, con ganas de ayudar al enemigo que se rinde y entrega sus armas—, tanto sus abogados como la gente del gobierno podrían encontrar la manera de llevar la impagable deuda de 48 mil millones de pesos, digamos a unos 20 mil millones, que siguen siendo un chingo de millones, pero que ya son razonablemente saldables con acciones duras, pero posibles, como deshacerse de algunas de sus empresas.
No propongo que venda TV Azteca —Salinas Pliego la debe seguir controlando como un medio de ultraderecha, algo perfectamente permitido en una democracia funcional como la mexicana, con mayoría de izquierda—.
Los medios, por cierto, deberían quedar al margen de los problemas empresariales de sus propietarios, pero a veces no hay manera. Por ejemplo, muchas broncas, y muy serias, tiene el dueño de El Financiero, Manuel Arroyo. Ayer escuchaba el rumor de que puso a la venta su periódico. Ignoro si es cierto. Deseo que nadie en ese diario la pase mal si el señor Arroyo sigue en tan grandes líos en México y Estados Unidos.
En el caso de Salinas Pliego, le sobran negocios rentables, más valiosos que su televisora, que sí podría entregar a nuevos propietarios a cambio de todo el dinero que necesitaría para cumplir con el SAT…, por supuesto, en el escenario pagable: el de que le baje a su agresividad para que se encuentre la fórmula que, quizá, pueda llevar sus deudas fiscales a la mitad.



