Es la historia de un hombre que cae de un edificio de cincuenta pisos. Para tranquilizarse mientras cae al vacío, no para de decirse: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien... Hasta ahora todo va bien. Pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje.

La Haine, 1995

Parece que hubiera habido una guerra”, dice un turista mientras graba lo que queda del hotel en el que se hospedaba tras el paso del huracán Otis en la costa de guerrerense. Tiene razón, un fenómeno climático que, en tan solo 12 horas, se transformó de tormenta tropical a huracán categoría 5 en la escala Saffir-Simpson, es en parte resultado de la guerra contra la naturaleza que nos tiene al borde del colapso civilizatorio.

Desde hace siglos, cuando el hombre desarrolló una lógica extractivista basada en el sometimiento de la naturaleza. Con ello, inició una guerra ambiental global de un modelo capitalista-patriarcal-colonial, una guerra total (Torres Carral, 2016) que no solo significa la destrucción de ecosistemas y de la calidad atmosfera, sino que abarca todas las esferas de la vida que confluyen en el estado de ánimo social e individual.

António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas declaró durante la presentación del informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma): “Estamos librando una guerra suicida contra la naturaleza. El 2021 es el año decisivo para evitar lo irreversible”. Advirtió que de no modificarse los patrones económicos, sociales e individuales la temperatura global se elevaría 3 grados centígrados.

En el golfo de California ya tenemos cambios significativos. El Instituto de Oceanografía en la UC de San Diego acaba de presentar datos que muestran un incremento de 1 grado centígrado, en comparación con la década pasada (2010-2020) con un incremento de hasta tres veces de las olas marinas de calor extremas, registrando un declive de la biomasa de peces en un 43%, una caída en las poblaciones de invertebrados de un 35% y el blanqueamiento de arrecifes de coral importantes para desarrollo de la vida marina.

El Servicio Meteorológico Nacional (SMN) reconoció lo errático que fue el huracán Norma porque no solo factores atmosféricos lo afectan sino la temperatura del mar, el cual, se tenía previsto impactara al municipio de Los Cabos, pero terminó afectando mayormente a la capital de Baja California Sur.

Norma entró como categoría 3 con vientos de 155 kilómetros por hora. Devastó varias zonas de la municipalidad que nos hicieron recordar las rachas de Odile con vientos de 215 kilómetros por hora que, literalmente, destruyeron a Los Cabos y La Paz. Otis, en cambio, con sus vientos de rachas de vientos de hasta 265 a 300 kilómetros por hora dejaron incomunicada a casi a todo el estado de Guerrero con ciudades destruidas, 27 muertos y 4 desaparecidos hasta ahora.

La Organización Meteorológica Mundial catalogó a Otis como uno de los ciclones tropicales que se ha intensificado más rápidamente de la historia. Algunos calculan que en solo 112 horas paso de tormenta tropical a huracán con fuerza de categoría 5 en la escala Saffir-Simpson. En 2022 este organismo reconoció que el cambio climático provoca un aumento de la proporción de grandes ciclones tropicales y aumente las intensas precipitaciones asociadas a estos fenómenos.

En la película francesa de 1995 La Haine lanza una dura crítica en la sociedad de entonces. En su cierre lanza una reflexión del todo cierta: “Es la historia de una sociedad que se cae, según va cayendo se repite, sin cesar, para tranquilizarse: Hasta ahora todo va bien. Lo importante no es la caída sino el aterrizaje”.

Lo cierto es que ambientalmente pronto vamos a aterrizar.