Opiniones afines al régimen se han pronunciado por la depuración de políticos que comprometen la pureza del proyecto moralista a partir de una doble falsedad: primera, la corrupción deriva de la cooptación de políticos de otros partidos que no se apegan a los postulados propiamente de Morena o, más bien, de López Obrador; segunda, la corrupción es marginal, se limita a esos intrusos.
El obradorismo es un proyecto nuevo y muy amplio cuyo principal afluente ha sido el PRI. Se recordará que el punto de inflexión de la izquierda democrática fue la convergencia en el Frente Democrático Nacional, que hizo declinar la candidatura de Heberto Castillo por la de Cuauhtémoc Cárdenas. Las figuras más relevantes de dicho frente fueron, todas, priistas. Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez Navarrete y muchos otros. Nada que reprocharles por su pasado; su aportación a la transición democrática, irrefutable. En esos años López Obrador militaba y era dirigente del PRI, cuando vio frustrada su posibilidad de ser candidato a gobernador por el tricolor, Cuauhtémoc Cárdenas por recomendación de Graco Ramírez, decidió arroparlo y de allí hasta llegar a la presidencia de la República.
La génesis de Morena es más el PRI que otra corriente política. Nada que reclamar. Se es corrupto o probo no por pertenencia partidista ni antecedentes políticos, tiene que ver con la persona y con el régimen político que lo promueve y lo permite, especialmente si es uno de sus dirigentes. Para Morena no hay dilema, la ministra presidenta Norma Lucía Piña es anatema; la ministra Lenia Batres, el ideal. Igual sucede con Lorenzo Córdova, visto como la expresión de racismo y clasismo, mientras Guadalupe Taddei es aceptada, junto con su hijo, por cierto, secretario particular del presidente del Consejo de Morena. Miopía ética.
La depuración es imposible porque la corrupción está en las entrañas de Morena. Todo inició con el financiamiento del movimiento. Todo recurso era bienvenido, claro, en efectivo para evitar su seguimiento. Este pragmatismo fue veneno puro. No importaba que el dinero así obtenido no se desviara en un principio de su cometido, el problema es que el dinero es adicción y más en efectivo. El sistema de partidos en su conjunto padece de lo mismo y el financiamiento ilegal ha sido la semilla corruptora del sistema de representación. Sucede en México y en todo el mundo; es una de las graves enfermedades de la democracia electoral.
La corrupción ha sido como la víbora que se comió la cola. Ahora abiertamente se trata de simular probidad. Inició con López Obrador y dio resultado, pero hoy se sabe que fue impostura, que grandes cantidades de dinero en efectivo pasaron por los suyos, no por él, pero sí por las personas por él autorizadas. Él podría afirmar que, con 200 pesos en la bolsa, un vehículo compacto y un departamento en Copilco era todo su haber, al tiempo que el movimiento recibía cantidades importantes de empresarios, gobiernos afines como el de Chiapas y muy seguramente de delincuentes, esto último un tema todavía por conocer a detalle según las versiones periodísticas de periodistas reconocidos de EU.
Ya en el poder, el proyecto se degradó en condiciones mayores. La simulación continuó, pero la riqueza, bien o mal habida, no se puede ocultar. Al amparo del obradorismo existe una nueva clase política ligada a los contratos del gobierno. Aquellos exhibidos en su exceso y derroche afirman que los recursos son suyos, no del erario, y en algún sentido tienen razón, justo el problema, por su origen en la corrupción. Se hicieron de un generoso patrimonio con el tráfico de influencias, de asociaciones subrepticias con otros empresarios y como inversionistas, en otros casos.
El huachicol fiscal es la evidencia mayor de la descomposición del régimen y la prueba de ácido al gobierno en la lucha contra el crimen organizado. La quinta parte del combustible que se consume, (según algunos la cuarta) se origina su introducción irregular al país, por la protección al más alto nivel desde hace tiempo; investigaciones de EU muestran que hay vinculación entre encumbrados políticos y grupos narcotraficantes considerados terroristas y también militares.
Positivo que los propios reconozcan la corrupción en el proyecto; no, que se minimice o tergiverse. Si se trata de un recurso para mantener pureza en quien observa y avala, allá él o ella, pero en realidad el país está gravemente enfermo de corrupción por el cáncer de la impunidad.