Sonora Power

El tema tiene mucho fondo, se trata de darles por fin a los pueblos originarios de Sonora lo que nunca jamás se les había entregado.

Y no, no son solo tierras o agua, o dinero, se trata de reconocerlos como los habitantes iniciales, los dueños de las tierras que hoy ocupamos y donde vivimos los sonorenses, esencial de la identidad de los que es ser y sentirse sonorense y mexicano.

Sonora en especial es —como ya se sabe— una tierra vasta y rica, aunque árido, el que es el segundo estado más grande en términos de territorio en México, dispone de todo tipo de recursos y riquezas, desde las muy amplias reservas minerales, hasta los recursos hidráulicos para hacer fértiles sus valles y zonas productivas, amplias zonas de pastoreo y un enorme litoral para la pesca y otras actividades ligadas al mar.

Por supuesto nuestra ubicación estratégica nos da un alto potencial para el desarrollo industrial y la logística en el transito de todo tipo de mercancías al mercado más grande del mundo. Encima de todo disponemos de una ventana al mercado de Asia-Pacifico.

Es decir en Sonora lo tenemos todo, la paradoja es que los dueños de este territorio son pobres, entre los más pobres. Las naciones originarias, como son los Yaquis, Seris, Mayos, Guarijios, Cucapá, Kikapu, Tohono O´Odham y Pimas, que por miles de años han habitado este territorio comparten un signo común, están marginados.

Y digo paradójico, porque ya en el pasado se intentó dotar por ejemplo, a los yaquis de tierras y agua, solo para que los caciques del Valle del Yaqui en su momento los despojaran de los recursos que en su momento Lázaro Cárdenas como presidente les entregó, más de 40 mil hectáreas de tierras productivas, casi 700 millones de metros cúbicos de agua para sembrarlas.

En lugar de eso, los dueños del pueblo, en este caso de Cajeme, familias que crearon la leyenda (cierta) de que Sonora es un vergel y que con una mística de trabajo y esfuerzo se podían amasar enormes fortunas haciendo al desierto productivo, los despojaron no solo de las tierras del agua, sino de su identidad como pueblo, sus costumbres y por momentos hasta de su identidad.

La sonorense es por desgracia una sociedad clasista, racista y xenófoba, que ve en los pueblos indigenas no a un motivo de orgullo e identidad, como se pretende al presentar en el logotipo de nuestro estado a la emblemática danza del venado, o como se hace utilizando el nombre de los yaquis para todo lo que tiene que ver con Ciudad Obregón, desde el grupo político llamado “Yaqui Power” hasta el equipo de béisbol. En Sonora se ve a los grupos indigenas como una carga, como un problema.

Se ha buscado convencer a la sociedad de que los yaquis son todo lo contrario al progreso, y se nos ha enseñado a los “Yoris” —como nos llaman ellos a los que no formamos parte de la Yoremia, es decir la nación Yaqui— que a ese extraordinario grupo étnico no le gusta trabajar, que son flojos, que son borrachos, que son pendencieros y sobre todo que son intratables y que la ambición por el dinero fácil los pierde.

Es fácil referirse así a una nación vilipendiada, que ha sido víctima de abusos y atracos, que sobrevive siendo subyugada y explotada y a la que nunca se le ha permitido desarrollar su propia vocación productiva, a la que se despojó de tierras y aguas. El problema es que no son los únicos.

Estuve en Punta Chueca, el sábado 12 de febrero, acompañando al presidente Andrés Manuel López Obrador y contrasta con la belleza del paisaje de la Isla del Tiburón y el “Canal del Infiernillo”, la pobreza y la marginación de un grupo, en este caso los Comca’ac, que hasta hace unos meses debían sobrevivir sin agua potable y a quienes se dotó de una planta desoladora de agua de mar.

Y la verdad e que me dio un gusto enorme como sonorense que soy, ver y observar como el jefe del Poder Ejecutivo Federal tiene la sensibilidad, el interés y la paciencia de dialogar, acordar y sobre todo de apoyar a estas personas que por décadas han estado en el abandono total, a pesar de que si hablamos de identidad nacional de mexicanidad, ellos son los que representan el origen de nuestra nación.

El caso de Sonora puede ser emblemático, creo que en ningún otro estado la línea que divide a la sociedad occidental de los grupos originarios está tan marcada, con excepción del caso de Chihuahua y los Tarahumaras, aquí ser indígena es una condena, nunca una ventaja, es un elemento que conduce a la discriminación y a la falta de oportunidades, a la marginación.

La sonorense lamentablemente es una sociedad dominada por los prejuicios de clase y de raza, en donde expresiones como “la blancura te da la mitad de la hermosura” prevalecen como visión que marca y divide.

Por eso el empeño del presidente López Obrador por hacer justicia a los pueblos originarios de Sonora es muy loable, comparable en impacto y trascendencia al que se dio en los Estados Unidos hace 50 años a favor de las naciones originarias de ese país, donde los Apache, los Sioux, los Navajo y los Mohawk, pero también los Yaquis de Arizona y los Tohono (que son una etnia binacional) han encontrado el camino y las condiciones para resurgir en dignidad y hoy con orgullo alzan su voz como pueblos nativos de América.

Eso es lo que se está gestando en Sonora.

Demian Duarte en Twitter: @Demiandu

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