Hace algunos días Emmanuel Macron, presidente de Francia, fue abofeteado mientras saludaba a un grupo de personas en el departamento de Drôme. Si bien el jefe del Estado francés resultó completamente ileso, el suceso sacudió a la prensa nacional. Mismo los líderes opositores, entre ellos Marine Le Pen, repudiaron severamente el acto y exigieron la condena del agresor.

Aludo hoy al suceso en Francia con el propósito de poner en perspectiva lo que significa ser un verdadero jefe de Estado. Mientras en aquel país los franceses se levantaron al únisono en apoyo al presidente, pues representa la máxima investidura del Estado, en México somos testigos de lamentables actitudes de un presidente que no cae en la cuenta del cargo que ostenta.

Mientras aquello ocurría al lado del Atlántico, el presidente AMLO se enzarzó hace un par de días en un banal intercambio con Ricardo Anaya.

AMLO, en su mañanera, pidió burlonamente permiso al panista para beberse una caguama de la marca Pacífico, en referencia a la costa mexicana donde se localizan algunos de los estados ganados por Morena y sus aliados en los pasados comicios.

Ricardo Anaya, por su parte, respondió diciendo que le otorgaba permiso al presidente, y que él, a su vez, se bebería una cerveza Victoria en la zona poniente de la CDMX y en el estado de Querétaro, regiones que votaron por la alianza conformada por el PRI-PAN-PRD y que ganaron tras las elecciones del pasado domingo 6 de junio.

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Ambos políticos, léase AMLO y Ricardo Anaya, respondieron irónicamente mientras se referían a marcas de cervezas mexicanas.

¿Dónde ha quedado la estatura de Estado de AMLO?

¿Cómo puede un presidente intercambiar esa clase de declaraciones con un antiguo rival político?

¿No debe el presidente de México representar en sí mismo la soberanía del pueblo?

Por un lado, AMLO rebaja lastimosamente el símbolo de la jefatura del Estado; pues es exclusivamente motivado por sus arranques políticos como si se tratase de un individuo común, o en el mejor de los casos, de un candidato en campaña.

Por el otro, AMLO hizo, desde el púlpito presidencial, promoción gratuita a una marca de cerveza.

Esto es inadmisible en el marco de un libre mercado regido por leyes. Un crítico mal pensado podría incluso suponer que se trató de un potencial conflicto de interés.

En suma, AMLO, sin quererlo – o sin saberlo- menosprecia el cargo que le fue concedido en las urnas.

Para AMLO – así lo parece- la prioridad reside en la popularidad y en ocupar espacios en la prensa, en detrimento de la máxima representación del Estado mexicano que legítimamente le fue otorgada por los ciudadanos en 2018. Algo podríamos aprender de los franceses.