La consulta popular que se llevó a cabo el pasado 1 de agosto arrojó muchas lecturas, sobre todo de los principales detractores del presidente López Obrador que se hicieron notar con mayor claridad en la narrativa de sus columnas. Alguna fue feroz, aunque nada extraño; otra, cuestionó, pero llegó a la conclusión que fue un buen ejercicio que permitió medir la capacidad de respuesta de la sociedad a través de un mecanismo democrático que, históricamente, sentó un precedente histórico en el país.

De acuerdo con mi lectura, no se obtuvo la proporción deseada, sin embargo, el ejercicio sirvió. Fue un buen ensayo para fortalecer las directrices hacia la revocación de mandato. Otro aspecto radica en la suma o el porcentaje que asistió el pasado domingo; fue un margen relativamente importante, incluso, rebasó las expectativas considerando que, de entrada, había una disyuntiva abstracta por la pregunta en el que se puso más palabras que soluciones.

Era un laberinto teórico y poco práctico. La postura que tomó la Suprema Corte de Justicia de la Nación dio señales enfocadas al fortalecimiento de la democracia del país, aunque, un auténtico desajuste de fragmentos y vocablos que, en la vía de los hechos, pareciera no conduciría a ningún camino. En otras palabras, sirvió más el mecanismo democrático o la opción de determinar la toma de decisiones de carácter social y político que sienta, por supuesto, las bases dado el proceso de transformación que ha decidido emprender el presidente López Obrador.

Es cierto, no se llegó al porcentaje necesario de vinculación, no obstante, repito, fue un buen ejercicio que puede ir corrigiendo los errores y desaciertos con antelación. Seguramente la revocación de mandato estará con mayor acento en los reflectores y, de aquí hasta el siguiente año, seguirá latente en los titulares de la prensa y en la agenda pública.

Insisto, a pesar de las múltiples reacciones hay una lectura diferenciada o una dicotomía de concepciones que dan un peso específico o un valor, eso sí, aunque parezca irónico, desde la perspectiva de la inclinación política cuyo motivo ha dado pie a la polarización del país. Por su parte la derecha conservadora que se opuso, y que desestimó, incluso, utilizó un esquema propagandístico en contra; o bien, el enorme respaldo popular que goza el presidente López Obrador a través de una enorme columna muy superior, por cierto, al bloque amplio opositor.

He ahí la diferencia.

No hay punto de comparación entre el apoyo que goza el presidente, y la animadversión que la gran mayoría de los ciudadanos sigue manifestando por la oposición; ese criterio es la clave que mantendrá en la presidencia a López Obrador. Se convocará a un plebiscito para preguntarle a la gente si quiere que continúe su mandato el jefe del ejecutivo o no. De acuerdo con los datos recolectados, casi el 60% de la población mostró su respaldo; esa cifra continúa siendo inquietante para la derecha que, inclusive, convocó el propio mandatario desde Palacio Nacional para que se unieran al no descartar que sumarían esfuerzos como lo hicieron en las pasadas elecciones del 6 de junio.

Eso puede explicar muchas cosas, pero lo que sí es un hecho, es que Andrés Manuel arrasará la revocación de mandato. No veo cómo la oposición gane terreno; esa misma lógica da un margen mayúsculo para que el presidente salga bien librado y legitimado en un mecanismo democrático. Seguramente el deseo de la derecha será manufacturar una guerra sucia que pondrá bajo operación la descalificación y la hostilidad; no obstante, las cifras y los testimonios dejan claro que, favorablemente, López Obrador consagró su gobierno con un inmenso apoyo popular.

Y cuando hablo de consagrar me refiero a la legitimidad y a la relación política. Una buena cantidad de la sociedad quiere que Andrés Manuel continúe; aunque la consulta popular no haya alcanzado el proceso vinculatorio, no es un fracaso, ni mucho menos significa que se vaya a repetir el mismo escenario.

El interés que despierta el título del presidente es inmensamente superior a cualquier cosa en estos momentos; en ello incluye a la oposición aglutinada, periodistas y sectores empresariales. Su lenguaje es sumamente atractivo; conecta con la ciudadanía; da motivación y, en general, eso da mayor certeza para ir anticipando la avalancha social una vez que el nombre del ejecutivo federal aparezca en una nueva boleta.

Justamente ese es el punto clave. El presidente quedó satisfecho con la participación en la consulta popular, pero, en un acto de revocación de mandato, arrasará. De eso no hay duda. Su imagen mueve masas; su capacidad de convocatoria sigue siendo poderosamente superior a cualquier alianza. Y si muchos no creen eso, tengan en cuenta las mediciones y evaluaciones periódicas de cara a la sucesión presidencial que sí, es muy prematura, aunque, de entrada, arroja una comparación mayúscula, incluso, con todos los partidos sumados.

Y si a eso le sumamos que Morena gobernara un número importante de estados, puede contribuir en gran medida. Pero lo que ha sucedido últimamente en términos de legitimidad del presidente, vuelven prácticamente un hecho su continuidad, tomando en cuenta que, la oposición, no superó las expectativas ni siquiera en coalición. En fin, lo que pasó el domingo pasado, fue únicamente un ensayo que, de todas las formas, se fortalecerá en la operación, estrategia y divulgación de la información, eso sí, con la maquinaria bien aceitada.