Estuve en el primer Informe de gobierno de Claudia Sheinbaum. Excepto por un molesto dron, se trató de un evento simple y sencillamente perfecto.

Todas las personas que la escuchábamos aplaudimos con sincero entusiasmo cuando, al hablar de infraestructura portuaria, la presidenta mencionó el Golfo de México.

El palmeo de aprobación no se dio por la mención de la querida cuenca oceánica, sino por el hecho de que la presidenta enfatizó dos palabras: de México.

Entendimos todos y todas. Lo que Claudia hizo fue utilizar como cívica arma de defensa nacional el patriotismo mexicano frente al agresivo nacionalismo extranjero que tantos problemas ha generado.

Patriotismo y nacionalismo son conceptos distintos. Cito a la inteligencia artificial de Google: el primero es un sentimiento de amor y devoción a la patria, mientras que el segundo es fanatismo basado en la irracional creencia de que una nación, en este caso, Estados Unidos, es superior a todas las otras y, por lo tanto, puede cambiar los nombres de los mares a su antojo.

En México somos patriotas, no nacionalistas. Es decir, en términos éticos, tenemos la razón. Por lo tanto, al final ganaremos.