Diversos acontecimientos ratifican la molestia e incomodidad que genera el régimen democrático en el gobierno, el último de ellos se refiere al proceso de la aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF).

Las sesiones que han tenido lugar para discutir y aprobar el PEF 2022 dan cuenta que el partido en el poder actúa conforme a instrucciones estrictas para aprobar, sin modificación alguna, el proyecto en cuestión; de tal forma éste adquiere una condición de inmutable, inflexible, inamovible, monolítico, infranqueable, inexpugnable, inviolable, persistente por encima de toda razón, superior a cualquier observación, por tanto, inmodificable.

Quedó exhibido un brutal instinto autoritario que tornó grotesca la discusión parlamentaria, condenada a un verdadero juego escenográfico que encaminó el pretendido debate a un duelo de descalificaciones para premiar la argucia retórica, las adjetivaciones, el deterioro del lenguaje, la ofensa, la intimidación verbal, y dejar como uno de los principales recursos la toma de la tribuna. Sin oídos atentos a los argumentos opositores o a sus planteamientos, San Lázaro quedó reducido a robot mecánico sin cerebro, piloteado desde otras instancias y resuelto a avasallar.

Se impuso una especie de militarización del parlamento, en el sentido de quedar sujeto su mayoría a una jerarquía estricta e irreflexiva, que sólo atendía las órdenes recibidas a través de su mando; nada fuera de eso, pues la disciplina implica que las instrucciones se obedecen y no son objeto de interpretación o de opinión, se cumple lo estipulado y nada más. Eso sí, un receso, no para construir acuerdos, sino para rendir pleitesía al jerarca devenido en monarca; así, los signos republicanos fueron sometidos a abdicación. Peor aún de cuando se llevaba a la clase política a cantarle las mañanitas al presidente de la República; antecedente sin lugar a duda, indigno, pero aún así no se llegó al extremo de celebrar la festividad onomástica en un espacio dentro del Congreso, que simboliza una división de poderes; ahora, separación y contrapeso relajado y derruido por ese tipo de actos.

Es evidente que, frente a la pluralidad política, el planteamiento del gobierno y de su partido no es convencer, sino vencer por número, y que sólo mostrarán disposición relativa al debate cuando su número no es suficiente para aprobar iniciativas, o cuando desde el extranjero se les demanda argumentar, explicar sus propuestas y responder a observaciones.

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La parte social del Presupuesto oculta un elevado gasto administrativo de los programas en cuestión, que escapan a la famosa austeridad republicana y que más bien se asemejan al más grosero dispendio y discrecionalidad burocrática, con falta de rigor en sus reglas de operación y carentes de transparencia para conocer y superar observaciones en su evaluación.

Se pretende una supuesta revocación de mandato, devenida en falsa ratificación de mandato, como recurso de aval meloso al gobierno, casi como un nuevo festejo de cumpleaños, huero, absurdo, entreguista, servil y barroco, que en su anticipada desventura habrá de servir para descalificar al Instituto Nacional Electoral (INE) por carecer de recursos propios para solventar el costo del proceso de la consulta, o debido a que, en el mejor de los casos, los montos que podría reconducir a tal finalidad, resultan sobradamente insuficientes. Que quede claro, el PEF no se toca, y de no contemplar aportaciones para solventar tareas que se le demandan, como es el caso de la consulta a practicar por el INE, es él mismo quien debe resolver la tarea.

Entre las duras restricciones se encuentran las limitaciones presupuestales a la ciencia, la cultura y la investigación, que recuerda lo que decía el publicista de los Nazis, Goebbels, “cuando oigo la palabra cultura echo mano de la pistola” o las expresiones que se les profería de cerdos intelectuales.

El presupuesto está en lo que estipuló el gobierno, pero ha desnudado su afán autoritario, su naturaleza despótica y determinación impositiva. Victoria pírrica que es, al mismo tiempo, señal de alarma para los sectores críticos y no sometidos al gobierno. El gobierno impulsa la militarización del país, no sólo en cuanto a la expansión del Ejército para realizar las más distintas actividades, sino también para pretender implantar la disciplina castrense en la política.