“Take no prisoners (que nadie quede vivo) Be ruthlessly aggressive or uncompromising in the pursuit of one’s objectives.”they will be taking no prisoners tonight against bitter rivals Wigan”.

OXFORD DICTIONARY

“Los hijos de un labrador vivían en discordia y desunión. Sus exhortaciones eran inútiles para hacerles mudar de sentimientos, por lo cual resolvió darles una lección con la experiencia. Les llamó y les dijo que le llevaran una gavilla de varas. Cumplida la orden, les dio las varas en haz y les dijo que las rompieran; mas a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las rompieron fácilmente. - ¡Ahí tienen! les dijo el padre-. Si también ustedes, hijos míos, permanecen unidos, serán invencibles ante sus enemigos; pero estando divididos serán vencidos uno a uno con facilidad. Nunca olvides que en la unión se encuentra la fortaleza.”

ESOPO

Igual que en los campos de batalla, uno hubiese pensado que en política, incluso en México, las guerras de exterminio habían quedado atrás.

Si uno lo piensa por un momento, el horror de la invasión de Ucrania que hace el régimen de Vladimir Putin, y que ha devenido en una guerra cruenta entre ese país y Rusia, es doblemente sorprendente por las ofensivas desplegadas a objetivos civiles. Repito: uno habría pensado que hoy en día, dentro del mundo civilizado al menos, por la cabeza de ningún actor en pugna esas terribles —y por lo mismo reprobables— acciones de combate podían ser consideradas, muchos menos llevadas a cabo.

Pues —valga la comparación— algo similar sucede en la esfera de la contienda electoral adelantada mexicana rumbo a la Presidencia del 2024 dentro del partido en el poder. Y el presidente Andrés Manuel López Obrador, que permitió iniciar la batalla con más de dos años de antelación —dicen que para hacer más visible y más competitivo a Morena y a los precandidatos— parece haber perdido el control de la lucha y provocado una guerra de exterminio que dejará debilitado al partido, aniquilados a todos los contendientes salvo uno o una, pero también cuestionado y odiado al candidato(a) ganador(a) y a la propia figura del primer mandatario de la nación.

Más allá de los elementos que son puramente de entretenimiento en esta carrera interna por la candidatura de Regeneración Nacional (me refiero a cosas como clases de Power Jump, videos de Tik Tok o paseos campiranos en guayabera), podemos afirmar con rotunda seguridad que a estas alturas entre los precandidatos morenistas —hablo de Claudia Sheinbaum, de Marcelo Ebrard, de Ricardo Monreal y de Adán Augusto López— y sus respectivos equipos de trabajo/proselitistas existe odio. Sí odio genuino; ese sentimiento que, en un ámbito de contienda, todo lo descontrola y todo lo arrasa.

Y tenemos, entonces, a un secretario de Gobernación que para sobresalir, despuntar o avanzar en la batalla interna, agrede no solo a autoridades locales de otras denominaciones y colores, sino a todos los mexicanos que están siendo gobernados por esos otros dirigentes. O, bien, que en un afán de hacerse de la bandera de la candidatura presidencial olvida que la regla —al menos en teoría— de su propio partido es que la gente va a seleccionar esta mediante una encuesta y no por haberse presentado ante las Fuerzas Armadas como el único candidato cercano a ellos (esto es, que a diferencia de Claudia o Marcelo; él sí podría representarlos…), aunque eso signifique distanciarse de la gente de a pie y de los cauces democráticos e institucionales de nuestro país.

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Un cruento ambiente donde la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, por herir de muerte a una (otra) de las corcholatas del presidente AMLO, llamada Ricardo Monreal, ha emprendido una grilla de lo más sucia que se ha visto en toda nuestra historia político-electoral. Un pleito de lodo que ya ha golpeado de rebote a otra de las contendientes, la precandidata consentida Claudia Sheinbaum.

Y puedo seguir hasta el infinito con otros episodios protagonizadas en semanas recientes también por parte de Marcelo Ebrard o de Ricardo Monreal, que ilustran las manifestaciones de odio en la que ha devenido la contienda interna.

La preguntas, entonces, son: ¿qué va a hacer el presidente para detener esta carnicería? y ¿en qué momento se dignará a hacerlo?, pues el actuar de sus corcholatos y colaboradores varios está llevando a un debilitamiento del Movimiento y, como ya dije, a la larga al aislamiento del abanderado ganador y del mismo jefe del Ejecutivo de entre las huestes lopezobradoristas. Están arrasando con el campo de batalla, y ese campo se llama Morena.

Ahora que, si el objeto de esa guerra intestina dentro de la 4T que AMLO ha permitido se desate, es con objeto de asirse en el poder —lo que yo siempre he sospechado—, incluso para ello habría mejores formas de hacerlo. Comenzando por tener una administración repleta de logros reales y verificables; un sexenio plagado de manifestaciones sólidas a favor del desarrollo social de México. Todo menos esto que ahora se manifiesta entre las corcholatas presidenciales y que es exclusivamente reflejo del odio que existe y que ha sembrado el propio López Obrador.

Lo alarmante es que, al igual que en los enfrentamientos militares, siempre el que termina pagando con sangre es el civil que ha quedado atrapado entre los fuegos cruzados de la política. El accionar del gobierno y el transcurrir de todo tema social, económico y político del país está prisionero de una lucha a muerte que se está dando entre un puñado de morenistas. Eso no es justo ni positivo para nadie. Cuando menos lo pensemos, ya no habrá sobrevivientes.