El diseño de los ingresos y de los gastos del gobierno en el contraste que supone compararlos con los resultados de su ejercicio, está por cumplir su quinto período en el año 2023; el recorrido y las tendencias que se descubren en lo que será este quinquenio -desde que iniciara-, muestra indicios y tendencias que se ratifican y, lamentablemente, se exacerban de cara al próximo año.

La promesa del crecimiento económico de plano se extravió, a pesar que se daba como un hecho que se lograría retomar para ubicarlo en los índices promedio del 4% del PIB, como se había anticipado en la campaña que el partido en el gobierno planteó en 2018; en efecto, el país arrastraba entonces un decepcionante registro de crecimiento que frustraba los anhelos y planteamientos de los gobiernos precedentes, y que dejaba mal parada la percepción compartida de la gran potencialidad del país para obtener mejores resultados.

Con el gobierno de Zedillo quedaba el palmarés de haber alcanzado cifras de casi el 7% en su último año de gobierno, pero no pudo repetirse ese indicador en las siguientes dos décadas y en lo que va, hasta ahora, de avance para la tercera. El asunto que se refiere a una medición o métrica de carácter técnico destaca su importancia porque se relaciona con los límites o despliegue que ello plantea para el desarrollo del país.

En ese cierre de siglo y principios del nuevo, se habían registrado 20 trimestres consecutivos con aumentos anuales, lo que parecía dejar aislado en un mal referente la brutal crisis con la que iniciara ese gobierno en 1994-95, y cobraba vigor una visión optimista para que el siglo XXI caminara por la vía de un fuerte despliegue económico del país, que se reflejara en mejores niveles de vida y de oportunidades de desarrollo para toda la población, pero no fue así.

Por, lo pronto, el cierre del año 2019 se realizó en un marco muy distinto a la expectativa formulada de crecimiento, al grado que el gobierno se enfocó en intentar sostener la no existencia de una recesión; después, la crisis derivada de la pandemia mundial dominó las restricciones económicas que caracterizaron al 2020 y al 2021; pero el famoso rebote que se esperaba como relanzamiento de la economía en el 2022 tampoco ha ocurrido, al grado que se cerrará al año, y probablemente el sexenio sin que la economía recobre el valor que tenía en 2018; es decir, se perfila un sexenio perdido.

En el baúl de los recuerdos estará, fue la famosa figura ejemplificada con la letra “V” para simbolizar la caída, pero sobre todo la recuperación inmediata y prodigiosa de la economía después de la crisis. Pero para con los pronósticos que se hacen hacia el 2023, el gobierno vuelve a la carga de un planteamiento tipo campaña política para hablar de un crecimiento económico que ya desde ahora se descalifica; lo único que tiene certeza es el incremento de la deuda externa.

Lo importante, desde luego, no es ver los pronósticos como si se tratara de una quiniela o apuesta, sino los efectos que tendrá su cumplimiento o incumplimiento; la descalificación de expectativas hará que las previsiones derivadas de los ingresos tributarios se vean frustradas y con ello el alejamiento de las metas del programa de gobierno, su entorpecimiento, y consecuente el intento de persistir en sus planteamientos originales por la vía de medidas extraordinarias de carácter correctivo. Ya se conoce el catálogo para los ajustes, controles de precios, restricciones de gasto, medidas de austeridad, desaparición de programas…

Se ha probado que el gobierno cuenta con los votos para que con su partido y aliados se apruebe su ley de ingresos y programa presupuestal para 2023, pero también que se plantea ahí una ficción, en el camino de una fricción con la realidad en cuanto a las estimaciones del crecimiento económico y del índice inflacionario, pues las metas que se establecen no encuentran aval fuera del círculo que las respalda en el Congreso y que asumen por disciplina obligada las oficinas del sector público.

La ficción del paquete presupuestal no cae, sin embargo, en el género literario, pues su implicación impactará el desarrollo del país, sus regiones, comunidades, sectores de la actividad económica e indicadores sociales, en un marco donde los índices de pobreza se han incrementado y el debilitamiento de instituciones como las de salud está a la vista.

Por el contrario, la ficción del paquete presupuestal conducirá a que en la práctica derive en una aplicación heterodoxa, imprevisible, contingente, en un plano de recortes y de acciones intrépidas o fuera de programa, que exacerbará el carácter casuístico del gobierno y de sus respuestas retóricas. El mejor bálsamo de tal extravío estará en el pasado como la maldición de una herencia injusta, pesada, que impide lograr lo propósitos planteados; la herencia como lastre y como el mejor pretexto para no cumplir compromisos.

Hubo un tiempo en donde se decía que los males venían de fuera; ahora vienen del pasado y son como fantasmas que obstaculizan el porvenir; la ficción del paquete presupuestal lleva de la mano a otra que se expresa míticamente… las fuerzas del pasado…; pero mientras éste no se puede rehacer, se blande como el mejor pretexto para no construir el futuro.

Por esa vía no quedará otra que descartar a la política o al diseño de políticas públicas e instituciones, pues para conjurar las fuerzas pasado habrá que ir con los chamanes. Una ficción lleva a otra.