La cuestión que nos formulamos está con frecuencia presente en la acción y en la reflexión, sobre todo, cuando los procesos históricos se aceleran en medio de cambios profundos de paradigmas o modelos mentales.

Marx propuso que las condiciones materiales de vida, –en breve–, la economía era una variable determinante de la superestructura sociopolítica, cultural y jurídica.

Weber justificó que la relación entre unas y otras variables era más dinámica e interactiva, pero asintió en la relevancia del factor económico ante los demás.

Tanto Keynes como sus contrarios, los neoliberales Von Hayek o Samuelson coincidieron en que arreglando el tema económico se redefiniría y forjaría mejor la democracia y la sociedad a través del Derecho y las instituciones.

Los posneoliberales, ya economistas como Thomas Piketty, o juristas como Luigi Ferrajoli responsabilizan a la súper concentración del ingreso por la polarización social y política que ha generado desde desesperanza, desigualdad, pobreza, migración, violencia, crimen o cambio climático y seudo-democracias, populistas y crisis de los derechos y el estado constitucional.

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Y, en efecto, la historia de México muestra que una configuración social, cultural y jurídica dada, una crisis económico-financiera aceleró la caída de un régimen político.

La independencia desplazó al régimen colonial cuando la economía española entró en fase terminal, merced a la crisis financiera de la época.

La Reforma fue estimulada por la convicción de que liberalizando la propiedad eclesiástica y de las corporaciones se superaría el rezago económico bajo un nuevo esquema político constitucional.

La Revolución incendió el terreno desigual y polarizante del porfiriato tardío bajo la promesa de la socialización de la gran propiedad privada.

El largo periodo del nacionalismo revolucionario priista se derrumbó a finales de los 80 del siglo XX cuando se vencieron los resortes financieros del régimen.

La estrategia sustituta, el neoliberalismo monetarista y de la economía abierta globalizada para estabilizar la economía en el corto plazo, desbalanceó aún más la estructura social y limitó la democracia constitucional a los derechos individuales y el pluralismo entre las elites partidarias bajo un estilo de vida egoísta, rentista y enajenante.

La estrategia mexicana de la 4T, que viene desarmando el modelo neoliberal, cifra buena parte de su viabilidad en el financiamiento de su ambiciosa política social y popular, a la que busca acompasar con la ampliación de la democracia de base y una cultura comunitaria, incluida la lógica jurídica.

Otros ensayos en curso, en sus distintas modalidades, ya en la Argentina de Milei o la Venezuela de Chávez, en buena medida, dependen de su éxito económico.

En conclusión, diferentes factores inciden en los cambios o mutaciones políticas, sin duda, pero la economía siempre juega un papel relevante.