El historiador mexicano Enrique Krauze, en su columna intitulada “In Mexico Lopez Obrador´s provocations may soon get opponents killed”, publicada en The Washington Post, se sumó al debate en torno a la pertinencia de la continuación de las mañaneras del presidente AMLO.

Por un lado, el debate seguramente resultará un ejercicio inútil, pues difícilmente el presidente mexicano prestará oídos a la opinión de “intelectuales orgánicos”, de miembros de la oposición o de cualquier voz opositora que critique abiertamente lo que es, a todas luces, un espacio utilizado para la propaganda gubernamental, la exaltación de la figura mesiánica del presidente y el denuesto y descalificación de aquellos que critican al jefe del Estado o su movimiento.

Krauze, por su parte, destaca en su columna cómo ha sido él mismo objeto de menciones por parte de AMLO. Según el historiador, el presidente mexicano le ha difamado unas 298 veces, a pesar de que – en palabras de Krauze- ha sido crítico del PRI y del presidencialismo mexicano.

En adición, ha quedado claro que AMLO no simpatiza con Krauze. Si bien éste se ha consolidado como un historiador prominente, se granjeó la antipatía del tabasqueño desde que le llamó “mesías tropical”, en alusión al halo de misticismo salvífico que el propio AMLO ha buscado ceñirse.

Al igual que otros intelectuales destacados, como Héctor Aguilar Camín, Krauze ha denunciado abiertamente al presidente de poner en riesgo su integridad física y moral con las reiteradas acusaciones en su contra.

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A pesar de ello, los simpatizantes de AMLO aún se atreven a argumentar que las mañaneras son espacios libres para que el jefe del Estado exprese sus opiniones. Según arguyen, el jefe del Ejecutivo “tiene derecho a expresar sus pensamientos” como si se tratase de un ciudadano común.

Nada más lejano a la verdad. El presidente, con todo el poder del púlpito, y con apenas un puñado de periodistas a modo presentes en Palacio Nacional (o a dónde vaya el presidente) acusa cobardemente a sus opositores, sin que los acusados cuenten con un derecho de réplica mínimamente comparable al que tiene el jefe del Estado mexicano.

Hacia el final de su artículo, Krauze advierte sobre el peligro de un eventual asesinato contra algún periodista o miembro de la oposición. Allí mismo cita el penoso caso del atentado contra Ciro Gómez Leyva, y cómo el presidente, con sus diatribas, favorece el recrudecimiento del encono social, lo que podría traducirse en una tragedia mayor.