El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha sorprendido a propios y extraños, escribas y fariseos, con sus recientes ataques en contra de Carmen Aristegui, periodista a quien muchos consideran como una referencia de auténtico compromiso con la verdad.

En su conferencia mañanera de este viernes 4 de febrero, AMLO aprovechó el foro nacional para acusar a Carmen Aristegui de “simuladora” y de formar parte del bloque “conservador” que se ha alineado en su contra.

Carmen Aristegui es una periodista cuyo profesionalismo, legitimidad y constancia, están fuera de cualquier tipo de discusión de interés político. Ella sufrió, resistió y superó los embates de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto cuando ambos estaban en la plenitud del poder presidencial.

Aristegui puso a temblar la candidatura de Peña Nieto con aquella legendaria entrevista que ocurrió casi al mismo tiempo que el nacimiento del movimiento YoSoy132. Dos años después, en 2014, Aristegui sepultó dicho sexenio con su cobertura de los 43 normalistas de Ayotzinapa y, por supuesto, el reportaje de la Casa Blanca de Angélica Rivera.

¿Por qué AMLO “ataca” ahora a Carmen Aristegui?

AMLO  y Carmen Aristegui

Durante todos estos años, AMLO siempre reconoció la batalla de Aristegui en contra de los vicios y abusos del poder. ¿Por qué entonces ahora AMLO “ataca” a Carmen Aristegui?

El ajedrez político muchas veces parte de movimientos bruscos y extraños que pueden “sacar de onda” a quien observa la partida.

En el fondo, AMLO mantiene su respeto y admiración por Carmen Aristegui, pero entiende que su papel como periodista la lleva a un escenario de constante confrontación en contra del poder, llámese como se llame quien se encuentre al frente del Ejecutivo Federal.

Es por eso que el presidente AMLO ha decidido traer de vuelta el nombre de Carmen Aristegui. Si bien en tiempos recientes se ha compartido material noticioso con algunos vacíos informativos, el presidente reconoce a Carmen como una periodista con convicción social que no se presta a manipulaciones de intereses políticos.

Es decir, Carmen Aristegui es todo lo opuesto a personajes como Carlos Loret de Mola: su periodismo es fruto de la investigación exhaustiva de un equipo de excelencia y no responde a intereses políticos ni ataques personales.

Carlos Loret es un provocador promedio, con harto resentimiento por su salida de Televisa, que ahora está obsesionado con la figura presidencial. Durante los gobiernos de Peña Nieto y Felipe Calderón, su mayor reto al poder fue un documental fifí de la educación en México y una serie de reportajes sobre el drama de la vaquita marina.

Ahora en LatinUS, la mayoría de su material “periodístico” son filtraciones políticas que priorizan el escándalo y la sospecha, antes que los datos duros y la certeza.

AMLO no reconoce a Carlos Loret como una contraparte legítima en la revisión de su gobierno porque sabe que al economista, y ahora patiño de Brozo, lo mueven intereses políticos y económicos que nada tienen que ver con informar al pueblo.

Sí, lo ideal sería que el presidente pudiera ejercer su derecho de réplica sin sumar a la polarización y violencia en contra de la prensa y los periodistas pero, a fin de cuentas, AMLO ha decidido “subirse al ring” con Aristegui porque ve en ella a una interlocutora legítima de los asuntos que pueden generar desconfianza o preocupación en su gobierno.

Carlos Loret ya no está solo en la carrera por presentarse como una figura de revisión del poder de AMLO. Carmen Aristegui jamás será cómplice del gobierno y su voz representa un cuestionamiento libre de las perversiones políticas que buscan un “golpe” contra la 4T.

Esperemos que el diálogo entre AMLO y Aristegui no los separe demasiado de la convicción de justicia social que ambos comparten desde hace más de 20 años.

En 2018, ya como presidente electo y a unos pocos días de asumir el gobierno, Carmen le confesó a AMLO que no sabía si hablarle de “tú” o de “usted” por la nueva investidura. “Son formalismos”, respondió el presidente. Y sí, esperamos que esta confrontación naciente no pase del formalismo propio de nuestra democracia.