La noticia de los asesinatos de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín César Mora Salazar el pasado lunes 20 de junio ha sacudido a la opinión pública internacional. Estos sucesos han puesto nuevamente de manifiesto el fracaso del Estado mexicano en materia del combate contra el crimen organizado y el imperio de los cárteles de la droga en nuestro país.

La tragedia ha sido aun más dramática pues se trata de la Compañía de Jesús, una congregación católica que se ha distinguido por un trabajo comunitario incesante y por una labor infatigable en favor de la propagación de la fe y de la ayuda a los más desfavorecidos.

Sin el ánimo de restar honor a las otras órdenes de la Iglesia católica, la Compañía de Jesús ha sido históricamente conspicua por su apertura de criterio, por su dedicación a la ayuda de los pobres y por la fundación de escuelas e instituciones de educación alrededor del mundo, llevando el mensaje cristiano a lugares tan lejanos como el Japón.

En perspectiva histórica, recordemos que la Compañía de Jesús fue fundada por el sacerdote español Ignacio de Loyola en el siglo XVI como respuesta a la reforma protestante promovida por Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio y tantos otros hombres que denunciaron los excesos del clero católico, la corrupción de la curia romana y el tráfico de influencias de algunos miembros de la alta jerarquía de la Iglesia.

Tras su fundación, la Compañía de Jesús inició un largo proyecto en Europa y en la América española dirigido a continuar la labor de evangelización algún día comenzada por los dominicos y franciscanos, pero en aquel momento, bajo una nueva óptica: con el propósito de reformar la enseñanza católica desde su núcleo y de poner en práctica los nuevos principios adoptados en el Concilio de Trento.

Si bien los jesuitas fueron combatidos por los monarcas de la época, pues representaban, a los ojos de los reyes, una amenaza a su poder, principalmente en Francia y en España, la Compañía fue capaz de abrirse espacios en los continentes europeo y americano, ganando así un lugar destacadísimo dentro de la historia del mundo occidental.

No debemos olvidar, pues, que Jorge Mario Bergoglio, otrora arzobispo de Buenos Aires, y hoy cabeza de la Iglesia universal, es un hombre formado en la Compañía de Jesús, y quien comparte sus principios rectores tales como la pobreza de espíritu, la ayuda a los más desfavorecidos y la apertura -dentro de lo permisible dentro del dogma de la Iglesia- hacia la comunidad LGBT y otros grupos minoritarios que gozan de un papel creciente en las sociedades modernas.

La Compañía de Jesús puede ser llamada, si se quiere, el ala modernista de la Iglesia Católica; aquella que no ha escatimado en aceptar a los que piensan o sienten de manera diferente. Hoy el mundo lamenta los sucesos de Chihuahua. Sumémonos al duelo y dediquemos nuestros pensamientos a México, al futuro de nuestro país, al papa Francisco y a la Compañía de Jesús.