Andan desatadas las derechas radicales, sin duda fascistas. Como no pueden lograr mayoría en las urnas —no a la buena—, incendian con excesiva frecuencia las redes sociales y las columnas periodísticas; lo hacen recurriendo a campañas sucias, evidentemente buscando restarle popularidad a la 4T, para ver si de esa manera algo consiguen en los próximos procesos electorales.
El que parece encabezar la ofensiva de la derecha extrema es Ricardo Salinas Pliego. Ha estado más que activo en el caso del asesinado alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, a quien la propaganda conservadora consideraba, hay que subrayarlo, el Bukele mexicano.
Un hombre decente se habría limitado a expresar condolencias y condenar el crimen de Carlos Manzo. El propietario de Elektra y TV Azteca se fue mucho más lejos: aprovechó la tragedia para, de una manera absolutamente injusta, cuestionar al gobierno de México lógicamente porque está enojado: sabe que le van a cobrar impuestos, y pagarlos es algo que no soporta.
Salinas Pliego lo ha hecho sin contar con toda la información, o quizá convenientemente ignorando la realidad que, con una alta probabilidad, debe conocer en lo esencial ya que controla un medio de comunicación importante.
Críticas tan vulgares como las de Salinas Pliego solo pueden atribuirse a su nueva vocación, la de carroñero político.
Una importante verdad, para entender lo que pasó, la dio a conocer en X la presidenta de México, Claudia Sheinbaum: que las autoridades, especialmente los mandos territoriales de la Secretaría de la Defensa y la Guardia Nacional, mantenían comunicación con el alcalde y contaba con protección federal.
El diario Reforma puso números al aparato federal de seguridad que tenía Carlos Manzo: 14 elementos de la Guardia Nacional, además del apoyo de policías municipales.
Debe ser muy complicado —aun para la mafia— quitarle la vida a cualquier persona a la que cuidaban tantos guardias. Entonces, todas las posibilidades deben analizarse, hasta la más atroz, la de que está en marcha un proceso de desestabilización política.
En este caso los autores intelectuales del crimen tuvieron éxito: lograron que alguien fuera convencido de que debía cambiar su vida por la del alcalde Manzo. Seguramente un fanático —o un sicario dispuesto al sacrificio, al que le prometieron enriquecer a su familia—. ¿Cómo lo convencieron? Sobran recursos para tal tarea en los grupos políticos de derecha o en el crimen organizado, que en este y en otros casos quizá son lo mismo.
¿Quién necesitaba un mártir? No el gobierno de izquierda, pero sí los capos políticos de la derecha. El de Carlos Manzo debe ser calificado como un asesinato selectivo, es decir, como parte de una cadena de desestabilización, en la que debemos incluir, entre otros hechos terribles, el crimen de Bernardo Bravo, líder de la Asociación de Citricultores del Valle de Apatzingán, y las recientes protestas campesinas, que se originaron en una irritación legítima por las presiones económicas que sufren los agricultores, pero que han llegado a extremos tan lamentables que cabe pensar en la intervención de operadores políticos especializados en trabajos sucios.
Frente a las campañas sucias, deberán organizarse para neutralizarlas los liderazgos de Morena, sus bases —la mayoría de la sociedad mexicana—, el empresariado que requiere estabilidad para invertir y los pocos medios de comunicación que no han enloquecido por la imparable consolidación de la 4T.


