El lopezobradorismo es vertical. Andrés Manuel López Obrador es el único líder. Ni dentro del movimiento ni en el gobierno sucede nada que no sea previamente aprobado por AMLO.

En Morena no hay opiniones propias. Los lopezobradoristas deben repetir el discurso sin cuestionarlo. Para los seguidores del tabasqueño, la voz de éste es la materialización de la verdad absoluta.

Marcelo Ebrard no contrariaría los designios del presidente de la república. Para hacerlo tendría que romper con el oficialismo. No lo ha hecho. Porque simple y sencillamente está siguiendo órdenes, está actuando.

La sucesión presidencial en México no puede entenderse como un fenómeno democrático. Pero sí como un acto circense para entretenernos a todos, para desviar la atención de lo que realmente importa.

Por eso el anuncio del canciller que renunciaría a la Secretaría de Relaciones Exteriores debe interpretarse como parte del espectáculo. La demonstración se orquestó en Palacio Nacional para simular que la contienda por la candidatura oficialista a la presidencia será el resultado de un método equitativo y ecuánime para todos los aspirantes a ser postulados.

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Erudito en el arte de las campañas, López Obrador lo que está haciendo es empezar a trabajar en la legitimidad que habrá de soportar la eventual y casi inevitable candidatura de su favorita, Claudia Sheinbaum. Por consiguiente, se ha prestado a que se cumplan las peticiones realizadas por Ebrard Casaubón respecto a las reglas del juego.

De esta manera, cuando la jefa de gobierno de la Ciudad de México quede como la candidata vencedora, el canciller le levantará la mano, pues se habría contendido bajo sus reglas. Nadie podría alegar que se trató de una decisión unilateral tomada desde Palacio Nacional; pues habrá dramática en el proceso.

Seguramente Marcelo y Andrés ya pactaron. Para el todavía secretario, liderar la bancada de Morena en el Senado el próximo año significarían reflectores, espacios y fuero por otros seis años. En cambio, si rompiera con el movimiento y se le ocurriera perder la elección presidencial, sería un sexenio de persecución política y tal vez de cárcel.

Así las cosas, creo estamos ante un Marcelo Ebrard Casaubón simbolizando una pieza fundamental en el tablero de la próxima elección presidencial. Porque 2024 comenzó el domingo pasado.

Las próximas renuncias, el levantamiento de la encuesta, el debate, servirán de plataforma electoral para los aspirantes a la candidatura al ejecutivo federal por el oficialismo. Las noticias, las declaraciones, ocuparán las primeras planas. Con este teatro se volverá a estar dictando agenda desde la presidencia.

La vorágine de ruido le servirá a Morena a ganar popularidad. Las separaciones de los cargos de quienes quieren ser postulados por el partido oficialista a la presidencia servirán para demostrar que se jugará en la calle y no desde el poder. Con ello reforzarían el discurso.

Y el que menos pierde adelantando su renuncia es Marcelo. He ahí el motivo por el cual adelantarse a comunicar que se separaría del cargo el próximo 12 de junio, antes que el resto de sus supuestos rivales.

Ni a Claudia ni a Adán Augusto López les conviene en lo absoluto adelantar su renuncia.

De esto se estará hablando toda la semana. Luego la opinión publica será ocupada con la interrogante en cuanto a cuándo renunciarían los demás.

Ruido y más ruido, que se traduce en popularidad y reconocimiento.

Mientras tanto, la oposición sigue dormida.