Hay rebelión en la granja del partido en el gobierno, y es el propio gobierno quien acude a realinear sus filas tras llamados a la unificación. Las admoniciones de siempre para evitar la sangría interna, los recordatorios de la necesidad de la cohesión, las advertencias para superar las fracturas, y como punto culminante el llamado a nombre del presidente; la expresión ventrílocua para ordenarse en torno del líder, sin más; estar con la autoridad y con su autoritarismo, disciplina militar, alineamiento, cerrar filas; remedos fascistas y olvido de la deliberación democrática.

¿Puede existir así peso en las razones del partido en el gobierno? o más bien sólo caben decisiones de gobierno en las posturas de su partido; la rebelión en la granja se conjura por la amenaza velada de relegar a los indisciplinados; es la razón de la fuerza, no la fuerza de la razón. Se demanda una disciplina que tiene tras de sí el uso de los estímulos que hacen triunfar a algunos, y fracasar a otros; ¿acaso no quedó claro quién nominó a los posibles candidatos presidenciales?

La unidad que busca dar luz artificial a acciones que carecen de luminosidad y transparencia; opacidad y oscuridades de un gobierno veracruzano que despliega una sombra destinada a encubrir tendencias ominosas de la administración estatal, en su exhibición de hábitos persecutorios; pero la pertenencia a las filas del gobierno federal es suficiente para gozar de respaldo y para recriminar las expresiones, así sean internas, que pretenden abrir diálogo y debate, examinar decisiones y llegar a la cordura.

Se exhibe el partido en el gobierno como partido de gobierno; a su vez, el gobierno aparece expuesto en el instinto de ordenar a su partido y, por ende, de partidización en su accionar, con pretendido beneficio de su corriente política y de hostilidad con las otras. La confrontación como método de gobierno, la polarización que divide y subyuga con el fiel de la balanza en las manos de la autoridad, que siempre puede tasar con medidas diferentes, en virtud de identificar a los amigos y señalar a los adversarios.

El redil los llama, ahora deberán estar y asumir posturas ordenadas por la jerarquía gubernamental; son una suerte de empleados que serán premiados por su lealtad indiscutida, más que por su capacidad. Se les ordena el quehacer, sin discusión alguna sobre el qué hacer; son batallón dispuesto, atento a las órdenes.

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Las causas son apremiantes, el gobierno llama a que se cumpla con la revocación de mandato para que su instrumentación sea exitosa y se acredite ahí el compromiso de su partido; con ello se le exhuma de su condición de iniciativa ciudadana para convertirla en tarea partidista y afán de la administración. ¡Todos a cumplir!, nomás faltaba.

Se marcan métodos y prácticas para el segundo trienio de la administración, la línea de endurecimiento es clara, unicidad más que unidad, integrismo más que integración, obediencia más que discusión. Orden en la granja, ordenamiento sin fisuras; disentir puede ser traición; orden como valor supremo, como mandato indiscutido. Pero la granja tiene integrantes que poseen trayectorias, que han participado en otros procesos y que habrán de pretender acreditar su individualidad.

A pesar del manotazo, las cosas no están claras, pues los momentos y tradiciones en las prácticas políticas son otras, a menos que se pretende el paso pleno al autoritarismo, a la imposición de un orden inmanente e inmutable; de no ser así seguirá habiendo rebeldía en la granja, aunque sea soterrada. Queda claro que la discusión es sobre el tipo de liderazgo que se ejerza desde el gobierno; su tendencia autoritaria está llamada a reconsiderarse.

Las señales de una economía que no crece y de una pobreza que aumenta, de una tendencia inflacionaria que no declina y un debate profundo sobre reformas decisivas, muestran que el tipo de liderazgo debe evolucionar hacia la búsqueda de acuerdos y no sólo descansar en la confrontación. La crisis de gobernabilidad del partido en el gobierno es más de aptitud que de actitud.