Citando al comentarista deportivo Enrique Bermúdez de la Serna, se puede asentar que “la tenía, era suya y la dejó ir”; y me refiero a la oportunidad de oro que tuvo este lunes 14 de noviembre el presidente Andrés Manuel López Obrador de estratégicamente, fumar la pipa de la paz con los cientos de miles de mexicanos que el domingo salieron a las calles de todo el país en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE), pero contrario a claudicar en su pretensión de concretar la Reforma Electoral o al menos dejarla para después, decidió sentenciar su relación con la sociedad para consumar el divorcio definitivo.

El divorcio es el detonante cuando en una relación ya no se puede más. Los hay de común acuerdo pero también tortuosos, desgastantes y complicados. De estos últimos tiene características el que acaba de firmar el presidente.

La sociedad se cansó de esperar a que López le cumpliera la serie de promesas con que le endulzó el oído desde el noviazgo. Se vendió como un transformador, como el que tenía todas las soluciones para cada uno de los problemas. Y lo único que tuvo fue un problema para cada solución, un culpable, un dedo acusador, un chivo expiatorio, un pretexto, una justificación, una nueva promesa.

Cuando en julio de 2018, 30 millones de mexicanos le dieron el “sí, acepto”, Andrés empezó a cambiar. Ya no fue el mismo. Sacó a relucir al hombre resentido, rencoroso, amargado, desconfiado, voluble, soberbio, y mezquino que llevaba dentro. Se convirtió en un destructor en la relación. Destruyó todo a su paso.

La dignidad de la otra parte era lo único que quedaba en la relación y la sociedad decidió mantenerla y pelear por ella.

Por eso el domingo 13 de noviembre se volcó a las calles de las principales ciudades del país, para defender la última estructura vertebral que le queda y que no debe morir por capricho de un ser acomplejado y rencoroso que no supo valorar lo que la sociedad le entregó en aquel “sí, acepto”.

En realidad lo de López fue un harakiri que comenzó al desestimar los alcances de la sociedad organizada. De hecho, se convirtió en el principal promotor de la Marcha al abordar el tema todos los días en sus conferencias mañaneras. Consiguió que despertara el amor propio de los ciudadanos desde el momento en que se dedicó a ofender a quienes participarían llamándolos “conservadores”, “neoliberales”, “ladrones”, “ladinos”, “hipócritas”, y un gran etcétera. Logró que muchos que veían con apatía la movilización decidieran salir casi casi “a ver qué pasaba”.

Los organizadores quizá no habrían conseguido la impresionante convocatoria que tuvieron el domingo si Andrés Manuel no se hubiese burlado e intentado ridiculizar cada día a quienes pensaban salir a marchar. De manera que si hoy cantan victoria ha sido en gran medida gracias a los retos, escarnio y desprecio que mostró el presidente hacia la manifestación.

En ese contexto, la multitudinaria movilización se registró en más de 60 ciudades y en cuatro países. Los lacayos de la regenta capitalina contabilizaron ridículamente solo 12 mil personas y AMLO dijo en su mañanera que habían sido “entre 50 y 60 mil”. A nadie engañan sus números, ni ellos solos se pueden engañar. Y si bien la cifra real nadie la conoce a ciencia cierta, lo único verdadero es que dolió y dejó una enorme herida en Palacio Nacional, de eso no hay duda.

Y duele más, porque intentaron por todos los medios evitar que la afluencia fuera de grandes dimensiones; la jefa del Gobierno capitalino se inventó el sábado una contingencia ambiental; dispuso el “no circula” para evitar que los camiones de apoyo que llegarían del interior del país pudiesen ingresar a la CDMX; disminuyó la circulación del transporte público; ya en la manifestación ordenó abrir las fuentes de la plaza de la República -donde culminó la marcha- para que se mojaran los asistentes; y habría también instruido bloquear las señales de internet en las zonas de mayor afluencia de manifestantes, acción que ocurrió de manera simultánea en otras ciudades del país, como lo pude constatar personalmente en Guadalajara, siendo que durante el tiempo que se mantuvo la manifestación fallaron las señales de internet aún en dispositivos con planes de pago, lo que quiere decir que el sabotaje fue ordenado quizá desde Bucareli.

Se trató pues de un contubernio y de acciones desesperadas para impedir que circularan de manera profusa en redes sociales las imágenes y las transmisiones en vivo de las distintas movilizaciones.

Al mediodía del mismo domingo, hasta “La Chingada” (el rancho de López Obrador, a donde fue a ‘celebrar’ su cumpleaños número 69), ya se sabía el éxito de la marcha y el descalabro para el Gobierno en el poder. Es decir que, Andrés tuvo el resto de la tarde y la noche para analizar una estrategia y preparar lo que diría el lunes en su conferencia Mañanera.

Lo que quería escuchar la sociedad demandante:

“Creemos que las miles de personas que participaron en la Marcha de ayer tienen que ser escuchadas y por ese motivo voy a instruir se devuelva la iniciativa de reforma electoral para revisarla a fin de que se elabore un nuevo y mejor documento”.

Lo que en realidad dijo AMLO en la Mañanera:

“Fue extraordinaria la marcha de ayer, es fuera máscaras, es un striptease público del conservadurismo”.

“Lo del INE fue una excusa, una bandera pero en el fondo los que se manifestaron ayer lo hicieron a favor de los privilegios que ellos tenían antes del gobierno que represento, lo hicieron a favor de la corrupción, a favor de el racismo, del clasismo, de la discriminación, ese es el fondo. Porque ni modo que Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo y Vicente Fox sean demócratas”.

“No participó mucha gente, por eso no llegaron al Zócalo de la CDMX”. “No hubiesen llenado ni la mitad del Zócalo, ayer marcharon yo creo que unos 50 o 60 mil y la plancha se llena con 125 mil. Ojalá y le sigan, que se propongan llenar el Zócalo porque las luchas, aún cuando se trate de mezquindades, requieren de perseverancia”.

Andrés Manuel López Obrador

Esas fueron algunas de las declaraciones de un presidente que nunca ha reconocido una derrota; nunca ha admitido un error o equivocación, que no se caracteriza por actos de humildad y mucho menos aceptará que ha fracasado.

Y como es normal, en un divorcio hay pérdidas.

En cuatro años de relación, Andrés perdió la confianza. Perdió la credibilidad. La narrativa. Perdió a importantes sectores de la sociedad, mayormente activistas, académicos, intelectuales, empresarios, sindicalizados, y a la clase media.

¿Con qué se queda? ¿y para qué le alcanza? Eso está por verse. AMLO ha venido cometiendo errores y perdiendo adeptos. Los mayores descalabros sufridos se los ha propinado él mismo. Y es un hecho que ya no cuenta con los 30 millones que en 2018 le dijeron “sí, acepto”.

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