A propósito del reciente mal entendido entre el gobierno y el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, viene a la palestra el tema de la consolidación del presidencialismo mexicano. Si bien la potencial fricción que se presentó hace unos días fue superada, no se pudo ocultar una narrativa que dejó huellas del dilema que se deriva de la posibilidad de disentir con el jefe del gobierno, pues supone pasar a la condición de enemigo y de asumir el carácter de adversario.

Pero el presidencialismo mexicano se nutrió y formó, precisamente, con las definiciones adoptadas por un presidente, en el marco de un conflicto de gran dimensión. Los personajes que escenificaron tal suceso fueron Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas del Río, uno entonces catalogado como “jefe Máximo” y el otro en la fase de inicio de su mandato presidencial.

Es evidente que no se había encontrado el mejor acomodo entre la instancia partidista y la institución presidencial dentro del sistema político; a pesar de que ambas procedían de la misma corriente política fueron frecuentes sus tensiones, al grado de motivar la solicitud de licencia de Pascual Ortiz Rubio para separarse de su cargo; por cierto, última vez que un evento de tal naturaleza ocurriera.

Fue claro que el jefe Máximo alentó y respaldó la candidatura de Lázaro Cárdenas del Río para el periodo 1934-1940, y que, dados los precedentes de conflicto entre las instancias del partido, su conducción y el gobierno (evidenciado por la separación de Ortiz Rubio del cargo presidencial), concertaron evitar diferendos. Pero se dio el caso de una invitación para que el sonorense visitara la capital del país, interrumpiendo con ello su estancia en los Estados Unidos; ya en territorio nacional, tuvo una gran recepción y su interlocución fue demandada por diversos personajes, en especial por los legisladores federales.

Entre los asistentes a una de esas reuniones, el Senador Ezequiel Padilla propuso que se le permitiera publicar en su colaboración periodística las opiniones del expresidente Calles, lo que le fue admitido a condición de que previamente fuera sancionado su contenido por el entrevistado. El jefe Máximo dio su aprobación y de esa forma circuló el texto en cuestión; Emilio Portes Gil comenta que recibió la indicación de impedir la publicación de la supuesta entrevista y que no pudo hacerlo por haber sido imposible contactar al senador, a pesar de dejarle múltiples recados. El hecho es que la entrevista circuló y fue leída extensamente, con la molestia presidencial y colocando al jefe Máximo como figura central y del mayor peso para opinar y deslizar críticas respecto de la actuación del gobierno.

La respuesta no tardó mucho pues a los pocos días el presidente de la República convocó a su gabinete en pleno para anunciarles la destitución de todos sus integrantes, entre los cuales se encontraba Rodolfo Elías Calles; el rompimiento fue claro y la señal política también; después se daría el exilio del propio jefe Máximo.

Además de la anécdota está el hecho de que a partir de entonces el presidente de la República asumió el liderazgo de su partido; en la contraparte estuvo la instauración de la práctica consistente que, al término de su mandato, el presidente adoptaría una posición discreta y de virtual retiro político, que sólo se interrumpiría por la invitación del propio gobierno para desempeñar funciones o encargos específicos, tal y como sucedió con el expresidente Cárdenas y después con otros casos relevantes.

Puede advertirse que, al tomar el dominio de su partido, el presidente asimiló funciones que después serían definidas por el constitucionalista Carpizo como facultades metaconstitucionales, pues a través de ello pudo establecer su dominio sobre el Congreso federal, los congresos locales y los gobiernos de las entidades federativas; de ahí que es posible señalar que en la resolución del conflicto Calles - Cárdenas se cobijó el surgimiento del presidencialismo mexicano por la vía de asimilar en la órbita presidencial al partido en el gobierno, beneficiándose de su condición hegemónica y del poderío que ello le confirió.

Ahora, en ocasión del súbito y perentorio diferendo entre el gobierno y el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, apareció el arresto presidencialista para no tolerar diferencias o distancias respecto de la postura oficial, al tiempo de amenazar que si alguien lo hace adquiere el carácter de adversario, así se llame Cuauhtémoc Cárdenas. En el pasado un conflicto político condujo a la consolidación del presidencialismo; en el presente otro presunto conflicto sirvió para recordar el talante presidencialista.