Divertida la prensa mexicana de derecha en su búsqueda infatigable de argumentos para presentar a Claudia Sheinbaum como una mujer débil y a Marcelo Ebrard como un macho poderoso.

Hoy, en El Financiero, el columnista Pablo Hiriart dijo que Claudia no sobrevivirá porque la pusieron a nadar entre tiburones —el propio Marcelo, Ricardo Monreal—.

Aplica en este caso una parábola en inglés o en otro idioma, extranjera pues: ¿Tú quién eres, el tiburón o el pez rémora? La respuesta correcta es: “Ninguno de los dos, soy quien tira la red y los atrapa”.

Sheinbaum lleva varios años inmovilizando tiburones —y a sus rémoras—, pero no con red ni con arpón, sino con una técnica parecida a la hipnosis, con la que los convierte en pececillos inofensivos.

Tal técnica se llama inmovilidad tónica. Consiste en utilizar la mano para tocarle la cabeza al tiburón. Si se realiza con maestría, se bloquea la capacidad de respuesta del escualo. En la foto es lo que hace la submarinista Cristina Zenato.

Domando tiburones

Es lo que hizo Sheinbaum en la reunión en la que se establecieron las reglas dela contienda interna de Morena. Con un dedo de autoridad exigió que cesaran los excesos del tiburón Ebrard y de su rémora Monreal.

¿Tiburón? ¿Rémora? La verdad de las cosas es que si Ebrard es un enorme pez carroñero, Monreal es apenas un pececillo que vive de lo que desperdicia el otro o de los parásitos de su piel.

Claudia ha domado a Marcelo en todas las encuestas. Y lo ha hecho sin las perversidades de su rival; a la buena ella tiene al feroz corcholato perfectamente controlado.

La técnica de hechizar tiburones también se aplica para inmovilizar mantarrayas y gallinas. Es lo que leí en algún lado.

Las mantarrayas son difíciles de ver en la playa: se esconden en la arena y pican en los pies o en los tobillos cuando se les pisa. Eso, un mantarraya, sería Gerardo Fernández Noroña, a quien Morena no quería tomar en cuenta porque no lo veía. Pero ahí está, bastante fuerte.

En el mismo acto en el que Claudia exigió respeto a los acuerdos de civilidad,Noroña que estaba cerca aceptó la superioridad de la líder y salió en público a darle la razón: ella había sido verbalmente agredida por los simpatizantes de Ebrard y Monreal; el tiburón y su rémora habían violado los acuerdos de no llevar porras —ni porros—, lo que hicieron con la complacencia del presidente del consejo de Morena que los dejó actuar tan deslealmente.

Si Claudia ha controlado con la técnica hipnótica de la inmovilidad tónica al tiburón Ebrard, a su rémora Monreal y a la mantarraya Noroña, ¿quién es en ese grupo el gallina?

El gallina es Manuel Velasco. Realmente no tiene ninguna posibilidad porque ni ruido hace. Dice el refrán, “gallina cacaraquineta es la que se toma en cuenta”. Como no da nota, Velasco seguramente tendrá que abandonar una contienda para la que carece de nivel.

¿Y Adán Augusto López qué sería? Un piraña a quien hay que vigilar con cuidado.

La trayectoria de una mujer con carácter, experiencia y capacidad

Ayer, ante 80 mil personas, Claudia Sheinbaum se despidió de la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Su emotivo mensaje me llevó a recordar algunos momentos importantísimos de su vida. Antes de hablar de Sheinbaum y de cómo la conocí contaré un episodio de mi biografía.

En abril de 2005 dejé la dirección del diario Milenio, que yo fundé trabajando al lado de Francisco González, Enriqueta Medina y otras personas valiosas que ahora no mencionaré.

Recuerdo que casi inmediatamente después del anuncio de mi salida de la empresa propiedad del señor Gonzalez recibí una llamada de Andrés Manuel López Obrador. Me dijo el entonces jefe de gobierno de la Ciudad de México que nos invitaba a desayunar, en su casa, el prestigiado jurista Javier Quijano. Desde luego, me comprometí a asistir a esa reunión.

En la biblioteca de Javier me hizo Andrés Manuel una propuesta que no pude ni quise rechazar: participar en un grupo político que empezaba a organizar la estrategia para la campaña electoral presidencial del año siguiente, 2006.

Hubo una primera junta a la que asistí. Ahí estaban, entre otros, Ricardo Monreal y Manuel Camacho. No es importante ahora lo que en tal encuentro se dijo, pero se suponía que era confidencial. López Obrador pidió que no se comentara con la prensa lo que se había acordado. Más que pedirlo, lo exigió.

La junta terminó y rápidamente me dirigí hacia la calle a buscar mi coche. Monreal había sido más rápido que yo y ya estaba en la vía pública rodeado de reporteros a quienes platicaba todo lo que se suponía era secreto.

Nadie me lo cuenta, yo escuché a Monreal traicionar un acuerdo con el dirigente. Me molesté porque siempre he creído en el valor de la discreción, pero no iba a hacer nada para delatar al hoy corcholato. Pero, cuando me iba a retirar me alcanzó algún asistente de Andrés Manuel, quien me dijo que quería verme a solas el líder de aquel movimiento en el que yo debutaba.

Entré a la sala en la que estaba López Obrador. Me preguntó, por cortesía, que cómo me había sentido en mi primera reunión. “Muy bien, Andrés Manuel, espero acomodarme aquí. Aprovecho y te informo que no me gustó ver a Monreal ahí afuera detallando a los medios todo lo que acabamos de hablar; no quiero ser chismoso, pero eso no se hace”.

AMLO me respondió: “Ni te apures, así son los políticos profesionales, nada los hará cambiar. Con ellos hay que trabajar. Pero hay otras personas en el equipo, de primera, ya las conocerás”.

Muchos meses después empezó la campaña presidencial. Un buen día los diarios amanecieron con declaraciones absurdas y perjudiciales realizadas por colaboradores de AMLO, quien por ese motivo llegó mucho muy molesto a la reunión del día.

Dijo Andrés Manuel alzando la voz: “Queda prohibido a partir de este momento hablar con los medios. Nada de entrevistas, ni siquiera escriban artículos sobre la campaña”.

Como yo publicaba columnas en Milenio y asistía a un programa de debate en la estación de radio en la que colaboraba Carmen Aristegui, pregunté si debía dejar de hacerlo. AMLO me dijo que por supuesto debía dejar tales actividades, y que si no estaba de acuerdo que renunciara. Así las cosas, renuncié: no estuve dispuesto a abandonar mi oficio. Andrés aceptó mi renuncia y de inmediato hice otra pregunta: ¿Me retiro ya o me espero a que termine la junta? Contestó: “Te puedes ir al final de la reunión, no hay necesidad de que te vayas ahora mismo”.

Liberado de responsabilidades, ahí me quedé y seguí escuchando las palabras de gran molestia de Andrés Manuel porque sus más cercanos colaboradores no podían ser discretos. De pronto, minutos después de mi renuncia, el candidato López Obrador se dirigió a mí y dijo: “Ya lo pensé bien, tú si puedes seguir haciendo lo que quieras en los medios porque a eso te dedicas; los demás, no”. Enseguida habló de que la campaña iba a necesitar un portavoz de gran calidad ética y con una enorme capacidad de argumentación, y con eso terminó la junta. Ya nos informaría el nombre del vocero.

Resultó que no era vocero, sino vocera, Claudia Sheinbaum. No la conocía personalmente, lo poco que sabía de ella se debía a notas de prensa relacionadas con su posición en el gobierno del Distrito Federal, donde coordinó las obras más importantes de Andrés Manuel, como el segundo piso del Periférico.

Por supuesto, también conocía detalles mínimos de su biografía antes de llegar al gobierno del Distrito Federal, como su paso por el activismo universitario de izquierda y su posición como docente e investigadora en el área de ingeniería de la UNAM.

Siempre he respetado a la gente capaz de estudiar física o matemáticas avanzadas, y Sheinbaum lo había hecho, lo que me llevaba a pensar que AMLO había tomado una decisión correcta. Pero le tocaba a Claudia demostrarlo. ¿Iba ella a poder dar buenos resultados como portavoz de un candidato tan polémico como AMLO?

La verdad de las cosas es que, como vocera de Andrés Manuel en la durísima campaña presidencial de 2006, Sheinbaum lo hizo extraordinariamente bien. Por esa razón se convirtió en la gran figura de aquel equipo político.

Después, Claudia fue fundamental en la protesta por el fraude electoral y, sin dejar sus actividades académicas, se entregó al gobierno legítimo que se integró para guiar y dirigir un largo periodo de resistencia civil.

La traté poco en aquellos años, particularmente porque me alejé del movimiento para continuar con mi trabajo en los medios, ahora en internet. A Claudia la vi cuando mucho tres veces, una en la UNAM donde platicamos de su experiencia como especialista en ingeniería.

Volví a prestar atención a Claudia —por razones periodísticas— cuando ganó la jefatura delegacional en Tlalpan. Hizo muy buen trabajo, sobre todo en lo relacionado con los sismos de 2017 que afectaron fuertemente a esa demarcación. Soportó una brutal campaña de linchamiento mediático por el caso del Colegio Rébsamen. Se le culpó por algo que no hizo y la jauría mediática se lanzó a destruirla. Vivió momentos muy difíciles, pero la científica Sheinbaum resistió.

Claudia Sheinbaum es un ejemplo de que tiene validez el aforismo de Nietzsche de que si te atacan y no te destruyen, te hacen más fuerte.

Tan fortalecida salió Claudia de Tlalpan que ganó en la encuesta de Morena a Ricardo Monreal y se quedó con la candidatura a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México en las elecciones de 2018. Monreal presumía que todas las encuestas publicadas le favorecían, pero era falso: la difundida en SDPNoticias pronosticaba la victoria de Sheinbaum. Lógicamente Monreal se enojó conmigo y dejó de hablarme. Lamento haber perdido la amistad con él.

Claudia ha sido una gran jefa de gobierno de la Ciudad de México. Sus logros en seguridad son notables, pero no solo en eso. Ha puesto orden en temas ambientales, de movilidad, de promoción económica —ha podido consolidar una excelente relación con la clase empresarial—, pero como Andrés Manuel, ha sido particularmente exitosa en el apoyo a la gente de menores ingresos.

Ayer se despidió de la jefatura de gobierno de la capital del país. Dijo: “Dejo la gran tarea de gobernar a este digno pueblo de la ciudad para salir a encontrarme con el pueblo de México, para dar continuidad a la cuarta transformación de la república, para hacer realidad que una mujer encabece los destinos de la nación”.

Más de 80 mil personas escucharon su último discurso como jefa de la ciudad de una mujer que ha triunfado en la academia y en el gobierno por haber aplicado con honestidad y basada en principios el método científico, algo que los políticos, peritos en la improvisación, no dominan.

Vivimos tiempos de mujeres y llegará a la presidencia una de ellas, pero no cualquier mujer, sino la más preparada y con mejor currículum. Es lo que dicen todas las encuestas.