Hay países donde las elecciones son mero trámite, otros donde son amenazas veladas… y luego está Chile, donde las urnas aún tienen el poder de mover masas e ideologías sin que el país se desmorone.
El resultado del domingo lo dejó clarísimo: la derecha conquistó la mayoría en el Senado por primera vez en más de tres décadas —27 contra 22— y llega más entera que nunca a la segunda vuelta presidencial. No es casual que muchos hablen ahora de la “envidia de democracia”: lo que para unos es aspiración, para los chilenos es rutina cívica.
De la turbulencia a la normalidad democrática
Para comprender cómo Chile llegó a este momento decisivo hay que remontarse a su turbulento ciclo reciente. En 2019, el país estalló en protestas masivas —el famoso estallido social— que comenzaron por un alza del pasaje del metro, pero pronto se convirtieron en un grito contra la desigualdad económica, la precariedad de los servicios públicos y el legado de un modelo neoliberal que muchos consideran heredero de la dictadura. La indignación popular no solo fue un estallido de rabia, sino un llamado profundo a repensar las bases de la convivencia chilena.
La presión de la ciudadanía fue tan grande que los partidos acordaron convocar un referéndum para reformar la Constitución, vigente desde 1980. En octubre de 2020, un apabullante 78% de los votantes decidió redactar una nueva carta magna a través de una Convención Constituyente.
Esa convención se constituyó con una composición muy diversa: paridad de género, presencia de pueblos originarios e independientes, y un fuerte peso de la izquierda institucional, de aquellos que no solo protestan, sino proponen para construir.
La ruta
Sin embargo, el proceso no resultó tan lineal ni tan triunfante como muchos imaginaban. El borrador propuesto fue altamente progresista y ambicioso: derechos sociales expansivos, reconocimiento de territorios indígenas, agenda ambiental potente. Pero en el plebiscito de ratificación de septiembre de 2022, el texto fue rechazado por un alto porcentaje del electorado. Esa derrota dejó claro algo fundamental: una parte del país estaba dispuesta a cambiar, pero no a desmantelar todo sin garantías de orden.
Tras ese episodio, se abrió un nuevo capítulo. En 2023 se constituyó un Consejo Constitucional con mayoría de fuerzas de derecha, que marcó un giro decisivo en la dimensión institucional. Para muchos analistas, este nuevo consejo reflejó el deseo del electorado por una reforma más pragmática y menos disruptiva: sí al cambio, pero con cautela.
Mientras tanto, el gobierno de Gabriel Boric —elegido en 2021 y considerado como uno de los rostros de la esperanza progresista— enfrentó desafíos complejos. Su mandato combinó ambición transformadora con la necesidad urgente de gobernar sin fracturar lo básico: seguridad, desigualdad, presión social.
Ese triángulo se convirtió en su principal escollo. Muchos chilenos lo apoyaban en sus ideales, pero temían que una agenda demasiado radical socavara la estabilidad.
Moderación
En la elección más reciente, una parte creciente del electorado optó por una apuesta moderada: votar por una derecha con músculo parlamentario, pero que gobierne con responsabilidad, sin consignas ni promesas imposibles.
Un giro de regreso a la moderación. El electorado se cansó del maximalismo ideológico y de los experimentos que confundieron progreso con improvisación. Algo que no significa que todo lo construido por la izquierda moderna —la seria, la institucional, la que sí entregó resultados— deba descartarse.
Chile sabe distinguir entre reformas progresistas que funcionan y populismos autoritarios que se disfrazan de izquierda, pero no cumplen ni con eficiencia ni con democracia.
La derecha ahora deberá gobernar con esa misma sensatez que el país premió: preservar lo que funciona, mejorar lo que no y evitar el triunfalismo fácil. Porque lo verdaderamente notable aquí no es quién ganó, sino cómo ganó.
Un país de instituciones
En Chile, las instituciones siguen marcando el ritmo. En una región donde eso ya es una rareza, es digno de admirar.
Ahora la derecha tendrá que demostrar que la mayoría parlamentaria es más que una estadística.
- Gobernar con moderación.
- Preservar lo que funciona.
- No caer en tentaciones punitivas ni en la arrogancia de “todo empieza conmigo”.
- Y sí, aprender de esa izquierda que alguna vez supo construir políticas públicas con rigor.
Chile votó por un rumbo distinto, pero no votó por tirar la casa por la ventana. Votó por orden, sí; votó por cambio, también; votó por instituciones funcionando, definitivamente.
Y el mensaje quedó claro:
En Chile, la democracia no solo existe. Se usa. A veces con ironía, a veces con elegancia… pero se usa. Aunque los chilenos se quejen y lo valoren poco.
X: @diaz_manuel




