Hay tragedias aterradoras, como la de Edipo y Yocasta. La de Yrma Lydya es una tragedia que produce tristeza. En la sociedad moderna no tendrían que ocurrir crímenes como el cometido contra ella. Pero estamos en México. La joven artista asesinada a tan temprana edad ha sido víctima de cuando menos tres circunstancias concatenadas: la ambición familiar y personal, los usos torcidos de la farándula y la enfermedad del machismo estructural.

I. La muerte

Asesinada en el área privada de un lugar público aparentemente por su esposo, el caso de Yrma Lydya Gamboa Jiménez ha sido polémico empezando por sus años de vida. Se han manejado hasta cinco distintas edades en los medios, incluyendo Wikipedia que ha registrado tres; ahora mismo al inicio de la biografía atribuye 22 y en recuadro 34. La más generalizada ha sido 21. Al parecer, la fecha auténtica de su nacimiento es el 17 de septiembre del 2000, su muerte, el 23 de junio de 2022.

Más allá de que el presunto asesino es un hombre prototípico de la cultura de la corrupción en México –ejerció por décadas como abogado sin serlo, negocios con personajes turbios, relaciones de poder con políticos, tráfico de influencias, prepotencia, arrogancia, impunidad, etcétera-, y que utilizará argucias e influencias para quedar libre de responsabilidades, este feminicidio no debe quedar impune. Como ningún otro, como ningún homicidio. La normalización de la muerte en México tiene ya que tener un fin.

Todo ha sido irregular en este caso. El presunto feminicida, un anciano de 79 años, usó su poder y corrupción para convertir a su esposa en estrella de la canción mexicana, mas terminó con su existencia. Había una diferencia de 57 años entre esa pareja dispareja. Ella lo había denunciado en diciembre de 2021 por la brutal violencia de que había sido objeto; se alejó y se volvió a juntar con él. Seis meses después, le es arrebatada la vida; el historial de la breve relación está plagado de violencia. Planeado o producto del arrebato pasional, el asesinato despoja del derecho a la vida a la víctima.

El feminicidio en México es cometido por el círculo íntimo y cercano de la víctima en un promedio del 70%: esposos, parejas, ex parejas, novios, familiares, amigos, conocidos, vecinos, compañeros de trabajo. Es un fenómeno estructural y cultural de la sociedad mexicana. Mientras el movimiento feminista radical y el Estado no actúen estratégicamente a partir de esa estadística, no se avanzará mucho en el combate y fin del mismo. Hoy, el Estado no es el feminicida, como cantan en las marchas. Tampoco las calles son las asesinas, como también corean: el asesino espera en casa.

¿Qué hay que hacer además de impedir la impunidad? Es algo en lo que no se ha empeñado el Estado hoy: Una gigantesca, abrumadora campaña en medios contra el machismo y el feminicidio al tiempo que se educa desde la infancia en los valores del respeto al otro, a la otra. Se trata de revertir esa enfermedad arraigada entre los mexicanos.

El de Yrma Lydya ha impactado más que otros feminicidios que se comenten a diario por la circunstancia de que fue ejecutado con prepotencia y con la aspiración de impunidad en un restaurante, un espacio público. Por la relación tan irregular entre la víctima y el victimario. Y sobre todo, porque la víctima ha sido una joven cantante con verdadero talento y un futuro artístico prometedor que fue truncado.

II. El canto

Entre más detalles se conocen de la vida de Yrma Lydya, más consternación produce su caso. Una chica que fue preparada para convertirse en una artista de éxito. En una estrella del espectáculo, la música comercial, la farándula en general. La familia, la madre, la abuela jugaron un papel esencial en ese proceso.

Desde la infancia fue inscrita en la iniciación artística, música, ballet, canto; hablaba con naturalidad de los distintos instrumentos, el piano, el violín, la flauta, de compositores… Ella misma percibe su facilidad, su concentración y disciplina, pero sin duda existe cierta guía que va llevando a la criatura; la familia, algún maestro. Esa guía va alimentando el pensamiento de la niña con alguna conciencia artística y crítica que logra desarrollar confianza y seguridad. ¿Quién es la madre, quién la abuela, cuál es la formación de estas, su pensamiento, su relación con el arte? Porque es imposible que una niña de seis años diga que quiere llegar a ser como María Callas si alguien no le ha enseñado quién es la leyenda griega.

Esa seguridad tomó la decisión a temprana edad –aconsejada también, sin duda- de abandonar el entrenamiento clásico, la búsqueda difícil de una trayectoria en el ballet o la ópera para dedicarse a la música mexicana “regional”, como le llaman; en realidad, a todo este género comercial, ranchero, bolero, banda, trío…

Y esa seguridad dijo un día “quiero ser la que da todo por estar en el escenario”. Y lo hizo al grado de la muerte. Con esa firmeza avanzó como adolescente, tratando de abrir espacios en medios para mostrar su talento indudable. Aprendió a cantar bastante bien, mas le faltaba el impulso que es necesario para el triunfo, el éxito abrumador: dinero y poder. Al menos para hacerlo rápido, sin la lentitud a que se ven obligados los jóvenes artistas en general que acuden a concursos, que persiguen becas, que envían proyectos a consideración, que buscan patrocinios legítimos.

Ella quiso prorrumpir lo antes posible; saltar los obstáculos. Comentaristas especializados han dicho que su familia “vendía”, ofrecía el talento, la juventud y la belleza de Yrma Lydya a hombres de poder. Era la manera de abreviar la exasperante espera del éxito que infinidad de veces no llega: convertir la ambición en la guía de la trayectoria del talento.

Públicamente se conoce ya de las dos relaciones con hombres mucho mayores que ella que le brindaron poder y lujos. Un dueño de medios de comunicación 49 años mayor, al que estuvo ligada por medio de un contrato, pero quien murió de Covid en 2020, y su presunto asesino, 57 años mayor. Significaban el puente, el instrumento para saltar, para acelerar el proceso de la realización. Y casi logra alcanzarla.

La farándula y el #MeToo

Se sabe que en México el medio del espectáculo, música, cine, televisión, teatro, la farándula en general, ha sido un nido de abuso y corrupción. El poder abusa contra jóvenes aspirantes. Los usan y desechan en su mayoría. Triunfan algunos pocos con verdadero talento o los hijos o nietos de artistas de esos medios; tengan talento o no.

¿Y el #MeToo que pretendía denunciar esos abusos? Aparentemente desapareció ante la realidad del poder, sólo sirvió para que se suicidara un “Botellita de Jerez”.

Yrma Lydya y sus guías entendieron la naturaleza del medio farandulero en México y a él invocaron. Sus dos relaciones formales lo prueban. En las entrevistas disponibles –en las que se maneja con la seguridad de una persona experimentada y bien articulada-, se observa que en apariencia ella asume con naturalidad su situación y circunstancia. Desafortunadamente, su apuesta, el precio resultó muy alto. Hoy parece que todo confabulaba para su fin.

¿Triunfará a pesar de la muerte? La fama la ha alcanzado ya, aunque no pueda atestiguarla como habría querido. ¿Prevalecerán las muestras de su talento en videos y sus pocos discos sobre el escándalo de su vida y muerte? Selena era una fama en expansión cuando fue asesinada a los 23 años; Gloria Trevi sobrevivió a su irregularidad. Yrma era conocida por gente del espectáculo y la política por las relaciones de poder que usó para dar a conocer su talento, pero no por el público, que ha sabido de ella por su tragedia.

Y a través de ese talento “empoderado” la cantante obtuvo reconocimientos y doctorado honoris causa impensados para alguien prácticamente sin trayectoria de parte de las cámaras de senadores y diputados; no deja de ser anormal.

Yrma Lydya cantando a los 15 años:

Presencia de María Callas

Resulta extraño que una niña de seis años diga que aspira a ser como María Callas, la soprano que transformó el canto y la ópera a mediados del siglo XX; y que después diga no sin arrogancia que como Callas lo fue, también ella es una “soprano absoluta”. Pero no es el primer caso que conozco de una joven asumiendo ese reto o presunción. Una soprano mexicana recién fallecida también le fue inculcada o inoculada de manera peligrosa la idea de ser e incluso superar a la diva griega. Hizo sacrificios físicos que la llevarían a la muerte de manera prematura; a los 51 años.

María Callas fue primero pianista, después soprano. Tuvo una disciplina férrea. Elvira de Hidalgo, cantante y maestra española la convirtió en Atenas en un fenómeno. A los 14 o 15 años debutaba en uno de los papeles que suelen abordar cantantes maduras, Santuzza, en Cavallería rusticana, de Pietro Mascagni. Poco después haría Tosca, de Puccini y Fidelio, de Beethoven. Pronto combinaría tanto el repertorio dramático como el extremo belcantista. De Ponchielli, Puccini y Wagner a Donizetti, Bellini y Delibes. Para manejarse con tranquilidad, María rompió a tiempo con la ambición voraz de su madre. Y no ha habido hasta hoy otra María Callas.

Y en un paralelismo, en 1949 Callas decidió casarse a los 25 años con un empresario milanés que impulsó de manera importante su carrera –Giovanni Battista Meneghini-, casi 30 mayor que ella, a quien abandonaría 10 años después para relacionarse con el magnate Aristóteles Onassis; quien le brindó temporalmente felicidad personal pero que también sin duda contribuyó a su decadencia artística, el retiro y la muerte prematura a los 53 años.

El talento de Yrma Lydya

Hablando propiamente del talento de Yrma Lydya como cantante, hay que reconocerlo, desde adolescente -15 a 16 años-, según muestran algunos videos, abordaba con facilidad y naturalidad las canciones mexicanas de distinto estilo; igualmente se le ve hacia el final de su vida pero con mayor afinación y seguridad interpretativa. Voz agradable, fácil manejo de su registro y rango vocal, uniformidad vocal, muy buena afinación, flexibilidad vocal en los matices, es decir, del forte al diminuendo, de la voz de pecho a la de cabeza, buen fraseo, musicalidad y sensibilidad. En suma, mucha seguridad en su instrumento y su interpretación. Significa que las clases de canto clásico dieron buen fruto en la cantante de música popular y comercial; fue la base de su éxito.

No obstante, hasta ahora no existe registro de sus posibilidades como cantante de ópera; ojalá, si existe material respectivo, se ponga a disposición.

Con la tragedia como punto inexorable de su existencia, con la consternación que su experiencia nos produce y con la tristeza de ver truncada una vida que irradiaba simpatía y seguridad la pregunta es, ya pasado el tiempo, ¿prevalecerá el talento artístico y vocal de Yrma Lydya sobre la muerte? ¿Se recordará un crimen indeseado o se rememorará un talento perdido de manera injusta? Esperemos que sean su música y su canto los que se escuchen con la seguridad y la frescura con que ella se brindó.

“Fina estampa”, de Chabuca Granda; 2017 o 2018:

Héctor Palacio en Twiiter: @NietzscheAristo