“El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.

Winston Churchill

Desde que llegó a la presidencia de Estados Unidos, en 2020, a Joe Biden le ha tocado, como coloquialmente se dice, “tragar sapos”. Claro, no por gusto, sino porque Donald Trump le heredó el país más poderoso del mundo hecho un desastre y para recuperarlo se requería de un estadista.

Trump gobernó buscando popularidad, con acciones mediáticas de corto plazo y sin visión de futuro, con la única intención de conseguir un segundo periodo, pero perdió.

A Biden le explotaron todas las minas que Donald Trump dejó y para que el país no pierda fuerza interna, y externa, se ha visto obligado a tomar medidas poco o nada populares pero muy necesarias, que incluso comprometen que los demócratas puedan repetir en las elecciones de 2024.

Biden y Trump

Hay una gran diferencia en la definición entre un estadista y un oportunista o, en este caso, entre Trump y Biden.

El primero, como toda su vida, es un personaje oportunista, egocéntrico, corrupto e inculto, con poco o nulo conocimiento para conducir un país; el segundo, llegó a tratar de recomponer los desastres heredados de un gobierno de corte populista en economía y política, con una sociedad gravemente polarizada y con conflictos internacionales.

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Los daños

Cuando Trump llegó a la presidencia, surgió la sospecha de que fue con el apoyo del presidente ruso Vladimir Putin, no se sabe, quizá lo tenía apergollado por alguna grabación comprometedora producto de sus visitas de negocios a Moscú, un Trump comprometido, al que no le importaba su país, sino sus negocios y su excéntrica vida.

Los saldos negativos de su administración, como la necedad de ir en contra de las acciones de combate al cambio climático, retirarse del Acuerdo de París, promover las energías fósiles y detener la transición energética, afectan no solo a Estados Unidos sino a gran parte del mundo.

En cuanto a migración, apoyó el uso de la fuerza para impedir el paso de inmigrantes en la frontera, legitimando medidas como arrestar y “enjaular” a quienes lo lograban y rompiendo familias de forma inhumana al separar a los niños de sus padres.

Legitimó el principio económico de mors tua vita mea (tu muerte, mi vida), una perspectiva aislacionista y proteccionista que se materializa en la forma de aranceles de importación, guerras comerciales y una mentalidad de “nosotros contra ellos”.

La pandemia de COVID-19 dejó lastres en términos de salud y económicos que Estados Unidos padece hasta hoy. En un intento por cubrir los fallos políticos y administrativos de Washington en la gestión de la pandemia, acusó a la OMS de difundir mentiras. En cuanto a lo económico, irresponsablemente “abrió la llave” del dinero, soltando cheques a la población con la idea de impulsar el consumo, eso, sumado a las consecuencias internacionales de la invasión Rusa a Ucrania, ha llevado a los estadounidenses a soportar una inflación del 9%, el nivel más alto en casi cuarenta años.

Trump alentó la polarización de la sociedad promoviendo la supremacía blanca y en contra de quienes no apoyaban sus medidas económicas. Una sociedad hasta hoy dividida y confrontada entre los “trumpistas” y los que están en su contra.

Al final de su administración vino lo peor, como todo líder populista, no reconoció los resultados de la elección y promovió el asalto al Capitolio, a la par pretendió que se enjuiciara internacionalmente a su rival electoral, Joe Biden y a su hijo Hunter, ejerciendo presión sobre el presidente de Ucrania para que investigara los presuntos malos negocios de perforación de gas natural en su territorio, negocios que, casualmente, afectaban a Putin y la oligarquía rusa.

Los esfuerzos de Biden

Además del desastre interno Biden ha tenido que enfrentarse con la invasión del socio de Trump a Ucrania, conflicto en el que, por cierto, el exmandatario mantiene su apoyo a Rusia; por otra parte, enfrenta a una serie de gobiernos populistas aliados de Trump que empiezan a alinearse geopolíticamente con el bloque Rusia-China.

El ambiente de polarización y las decisiones que ha debido adoptar han puesto a Biden en una crisis de popularidad. Medidas como detener la construcción del muro fronterizo y proteger a los “dreamers” de la deportación, ponen “los pelos de punta” a los utraconservadores.

Joe Biden ha promovido las energías renovables y elevó el combate al medio ambiente a rango de seguridad nacional. Regresó a Estados Unidos al Acuerdo de París y redujo los plazos de las metas de emisión de CO2, movilidad eléctrica y desarrollo de fuentes alternativas de energía. En lo económico, ha tomado fuertes y nada populares medidas, como el alza de las tasas de interés para combatir la inflación.

Adicionalmente, a Trump se le siguen dos juicios, uno en Nueva York por defraudación fiscal y otro por incitar la toma del Capitolio, una acción que puso en riesgo los fundamentos democráticos de esa nación.

En este escenario, con un nivel de aprobación de apenas 34%, la popularidad parece ser la menor de las preocupaciones de Biden. Entiende las prioridades, lo primero es corregir el rumbo de su país y luego ocuparse en recuperar su popularidad, eso, si es que piensa en la reelección.