Una extraña combinación de personalidades que van desde aquel protagonista de la fábula de “El Rey Chiquito”, pasando por el personaje de la serie “El Capo”, hasta el rey de los francos, Carlo Magno, pareciere conviven en la persona del actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien genera ya no solo críticas y burlas entre quienes él llama neoliberales y/o adversarios, sino serias preocupaciones derivado de sus desconcertantes actitudes, declaraciones, decisiones y acciones de gobierno que colocan al país en una constante situación de riesgo en no pocos sentidos.

Y es que, el estilo personal de gobernar o de imponer su voluntad, como se le quiera llamar a lo que hace el presidente López Obrador, se asemeja al de un monarca absoluto apartado del apego a la norma constitucional y a cualquier imperio de ley; baste recordar simplemente las últimas expresiones autárquicas.

Aquí por supuesto, me refiero a su obsesión por generar una contrarreforma a la ley eléctrica que su antecesor impulsó y que a toda costa quiere echar abajo aparentemente por el solo hecho de cumplir un capricho y favorecer a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) que dirige su amigo el impresentable Manuel Bartlett, aunque ello le signifique al país afrontar quizá represalias de empresas extranjeras que serán afectadas y que otras más estén ya buscando llevarse sus inversiones a destinos diferentes donde encuentren mayores garantías y gobiernos más confiables.

El tabasqueño originario de Macuspana, pudiera verse ya como aquella caricatura de “El Rey Chiquito”, la figurita en la que se pinta a un diminuto personaje con una gran corona y enorme capa pretendiendo dominar su territorio ostentándose como el monarca mundial.

A Andrés Manuel no le importa mentir como respira y armar montajes con fin de conseguir lo que se propone. La lista es extensa y este espacio pequeño para abarcar lo que ha ocurrido en sus ya casi tres años de gobierno; pero se puede destacar por ejemplo la pérdida de más de 330 mil millones de pesos del erario por la cancelación del aeropuerto de Texcoco, donde dijo, había una gran corrupción pero no mostró pruebas ni metió a nadie a la cárcel por ello, y por el contrario, entregó contratos a los mismos que ya trabajaban en la terminal aérea cancelada.

El pasado miércoles, el mandatario propuso a la actual subsecretaria de Egresos en la Secretaría de Hacienda, Victoria Rodríguez Ceja, para la gubernatura del Banco de México (Banxico), pero no hubo comentarios en favor de la figura propuesta por carecer del perfil requerido para el cargo; de hecho, la Bolsa Mexicana de Valores cerró dos días seguidos con pérdidas, lo mismo que el peso que cayó frente al dólar.

Sin embargo, cuestionado al respecto a la mañana siguiente, AMLO rechazó que su administración tenga preparada una alternativa en caso de que el Senado no apruebe la nominación de Rodríguez Ceja como gobernadora y afirmó:

“No hay plan B porque (los senadores) van a aprobarla. Sería un despropósito, sería actuar de mala fe y la mayoría de los senadores es gente responsable”

Es decir, el presidente se siente ya omnipotente frente a otros poderes del Estado mexicano y da por hecho que tienen que cumplir su voluntad.

Solo habría que ver lo ocurrido a principios de esta semana, cuando se conoció un decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación (DOF), a través del cual se establece que todas las dependencias federales tienen la obligación de aprobar los proyectos del gobierno que preside, y que estos se consideren de Seguridad Nacional de manera que ni siquiera estén obligados a rendir cuentas de cómo gastan los recursos.

A la vista de sus decisiones, expresiones y sus actos, es imposible no acordarnos de la escena de aquella serie colombiana tan famosa llamada “El Capo”, cuando se aprecia al protagonista al que llaman Pedro Pablo León Jaramillo, que quizá era un poco la historia del narcotraficante Pablo Escobar, que una vez que h logrado dominar a la política, imponer con terror la acción de la sociedad a su más aferrado arbitrio y habiendo pretendido invalidar y controlar con recursos corrompiendo el orden público la acción de las fuerzas de seguridad, dominando incluso todas las acciones presidenciales y el mundo económico aparece en una escena con los brazos abiertos mirando al cielo y gritando “soy Dios”, y se atreve a pasar por encima de toda norma jurídica y moral incluso dejando de lado cualquier situación de vinculación sentimental que pudiera tener con su propia familia a la cual flagela igualmente, con la diferencia que a AMLO sí parece importarle su familia y la protege y la favorece ampliamente desde su gobierno.

Andrés Manuel nos recuerda también a Carlo Magno, al proclamarse emperador del sacro imperio Romano germánico que se expresaba a sí mismo como gran monarca universal y deidad absoluta.

Y es que, nuestro presidente, afirmó el jueves que si él no hubiera ganado en las elecciones de 2018 y no se hubiera cambiado la política económica, habría un caos, México estaría hundido, destrozado y hubiera habido más muertes por la pandemia de Covid-19.

“Si no se hubiese dado el cambio en el 18 ya Pemex estaría en bancarrota, la CFE lo mismo, y un caos en el país. No soy adivino, pero tengo sensibilidad, si no se hubiera cambiado esa política de saqueo, el país estaría hundido (...) No hubiesen podido enfrentar la pandemia como lo hicimos, hubiese costado muchísimo más vidas, estaría el país destrozado”

Quiere decir que para él, no solamente es la Cuarta Transformación sino es todo lo anterior y el parteaguas, López Obrador, como si fuera el Dios supremo, el más reconocido casi universalmente Antes de Cristo y Después de Cristo; para él Mexico, y quizá el mundo es, antes de AMLO y después de AMLO.

Habrá quien recuerde aquella serie llamada “El mundo según Wayne”, en la que el personaje era alguien locuaz que veía el mundo a su manera y que todo lo que no era como lo que él en su mente soñaba y estructuraba estaba equivocado, la razón era totalmente la que su enfermiza mente le determinaba.

López Obrador pareciera ya padecer de la llamada euforia emocional. No siendo médicos, podemos observar episodios maníacos en su comportamiento habitual que van desde euforia, irritabilidad, autoestima exagerada, locuacidad excesiva, y las incoherencias en su actuar y hablar, aunque bueno, eso no nos toca a nosotros diagnosticar.

En su mente Andrés Manuel no parece darse cuenta que es la destrucción, el caos y la zozobra lo que se está viviendo ya en este país como consecuencia de sus malas decisiones de gobierno, y alguien o algunos debiesen estar exigiendo un reporte médico.

Salvador Cosío en Twitter: @salvadorcosio1