“Felicito a México por no apoyar a Monsanto que es una compañía muy grande y muy poderosa. Monsanto ha tratado fuertemente de traer a México semillas genéticamente modificadas que destruirían el maíz mexicano”. Lo dijo ayer en la Universidad Anáhuac —fundada por el tristemente célebre Padre Maciel— una de las conservacionistas más importantes del mundo, Jane Goodall. La trajo a México Fundación Azteca. Un día antes, María Laura Medina de Salinas, esposa de Ricardo Salinas Pliego, le dio la bienvenida en la Universidad de la Libertad —esta propiedad del mencionado empresario—.

Se trató de una evidente táctica de lavado de imagen. Esto fue lo malo de la visita a nuestro país de una de las 10 activistas ambientales con mayor reconocimiento —las otras son Greta Thunberg, Rachel Carson, Wangari Maathai, Lois Gibbs, Vandana Shiva, Berta Cáceres, Maria Silbylla Merian, Sheila Watt-Cloutier y Sunita Narain—.

Lo bueno de que Fundación Azteca trajera a Jane Goodall es el mensaje que dejó en su conferencia “Razones para la esperanza”.

No estaba Salinas Pliego en la Universidad Anáhuac, pero sí gente de sus empresas. Imagino su entripado cuando le informaron que la destacada defensora de la vida silvestre elogió a los y las gobiernícolas de México, a quienes encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum, por sus aciertos en lo referente al cuidado del medio ambiente.

El divorcio incausado

Ayer dije aquí que se necesitan reformas legales para que en la Ciudad de México las mujeres no sean siempre las perdedoras cuando se divorcian de hombres influyentes en lo político y con suficiente dinero como para aplastar a sus exparejas que poco o nada poseen porque durante el matrimonio abandonaron las actividades profesionales para cuidar hijos e hijas.

Algunas personas me dijeron que no fui del todo justo por haber obviado reconocer que la Ciudad de México fue la primera entidad que aprobó el divorcio incausado, lo que de alguna manera liberó a las mujeres. Comenté este tema con algunas feministas. Una de ellas, Frida Gómez, me envió una carta para los conformes. Enseguida la reproduzco.

Migajas del divorcio incausado. Carta para los conformes:

El sistema legal mexicano ha tenido disposiciones profundamente injustas. No hace tanto tiempo, de 1928 a 1974, por ejemplo, las mujeres no podían comprar o vender inmuebles sin el permiso de sus maridos. Otra de esas disposiciones arbitrarias consistía en que, antes de 2008, para divorciarse era necesario probar causales como la infidelidad, la violencia o el abandono de hogar. Lograrlo era casi imposible, pues el machismo arraigado justificaba conductas bajo el argumento de la “defensa de la familia”.

Así, cuando se presentó la reforma que derogó aquellas limitaciones y permitió el divorcio cuando una de las partes ya no estuviera conforme, aquel cambio se celebró como una innovación progresiva. Hubo inconformes y también hubo quienes impulsaron su extensión a otras entidades, hasta convertirlo en lo que hoy conocemos como divorcio incausado. No fue una reforma con perspectiva de género explícita, pero sí abrió un camino de libertad para muchas mujeres que pudieron abandonar relaciones abusivas sin necesidad de probar nada.

La historia del divorcio incausado en México comienza con la reforma al artículo 266 del Código Civil del entonces Distrito Federal, publicada el 3 de octubre de 2008. Se trató de un cambio que introdujo la posibilidad de disolver el matrimonio por la sola voluntad de cualquiera de los cónyuges, sin necesidad de justificar causa alguna. No cambiaron las circunstancias estructurales como consideraciones ante asimetrías de poder. Esta figura jurídica se sustentó en derechos fundamentales como la libertad, el libre desarrollo de la personalidad y la dignidad humana.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación lo reafirmó: obligar a una persona a permanecer en un matrimonio en contra de su voluntad es inconstitucional. Con el tiempo, la corte fue sentando precedentes sobre la pensión compensatoria y movimientos sociales han logrado presiones para que se cumpla con el pago de pensión alimenticia. El hecho es que un pequeño logro que dio oportunidad a las mujeres de divorciarse dejó de observar que hay bastantes herramientas legales distintas para castigar a las “malas mujeres” que se atreven a poner un alto.

Hoy el divorcio incausado tiene vigencia en la mayoría de las entidades federativas y su trámite inicia con la simple manifestación de un cónyuge de no querer continuar, quedando en manos del juez resolver las consecuencias: distribución de bienes, custodia, pensiones, entre otros. Ahí nace la oportunidad de perpetuar el maltrato y cobrar venganzas mediante la violencia económica, vicaria, institucional, moral que va desde quitar hijos, quitar bienes básicos como la casa familiar o medios de transporte, quitar la vida o encarcelar mujeres. Orillarlas al suicidio.

Lejos de un verdadero avance, debemos entender esta reforma apenas como una base. Un punto de partida donde se reconoce la libertad y la igualdad pero que tiene un largo camino por recorrer: reformas con perspectiva de género y de clase, que protejan a niñas, niños y adolescentes contra separaciones forzadas de sus madres; que reconozcan el uso y abuso del derecho para violentar institucional y psicológicamente; que visibilicen cómo los exmaridos castigan y atormentan a sus exparejas mediante artilugios legales distintos al divorcio, sometiendo sus vidas a infiernos judiciales donde siguen absorbiendo su tiempo, atención y recursos.

El divorcio incausado, en la práctica, son migajas que solo complacen a los conformistas y a los abogados que pueden cobrar jugosas cantidades lucrando con el dolor de las víctimas, pues también hay algunos faltos de ética que defienden a las mujeres pero cobran con la contraparte. Porque de nada sirve poder separarse si esa osadía viene acompañada de violencia vicaria y de amenazas, de difamación, de quitar a los hijos, de negarse a pagar la pensión o pagarla a cuentagotas, de arrastrar a las mujeres a procesos penales con denuncias falsas, de someterlas a perderlo todo: patrimonio, paz y, muchas veces, la vida.

Pensar que el divorcio incausado es suficiente en medio de un sistema judicial colapsado y patriarcal es negar la realidad. No somos iguales ante la ley: los hombres continúan acumulando mayor poder adquisitivo, más contactos para conseguir abogados o jueces, y más dinero para sostener interminables litigios. Con el mito de que “las mujeres son unas interesadas”, junto con el desprecio a las labores de cuidado, los divorcios reproducen las desigualdades y las violencias convirtiéndose en instrumento de maltrato.

Por ejemplo, la pensión compensatoria en ocasiones solo puede imponerse cuando la mujer se haya dedicado exclusivamente al hogar, ignorando las dobles o triples jornadas de quienes cuidan y trabajan. Para no pagar pensión, los hombres se llevan a los hijos aunque los terminen cuidando abuelas, tías o nanas.

Después de 17 años en los que el divorcio incausado ha sido insuficiente para dignificar la vida de quienes deciden separarse, resulta urgente repensar y reformular esta institución. Ahora hay más violencia de género y los feminicidios así como la crueldad que pueden contener se han incrementado. Negar la realidad no oculta que separarse continúa siendo de alto riesgo y que la ley está completamente rebasada por una realidad en donde el más fuerte se impone.

Lo que parecía una puerta abierta a la paz se convierte, en muchos casos, en otra arena de sometimiento. A miles de mujeres se les han quitado a sus hijos como respuesta a separarse. Víctimas como Maha Schekaiban, Pia Felix Díaz, María José Huitrón, Nancy Rosales, Gabriela Pablos Saucedo han perdido a sus hijos y algunas de ellas, hasta en prisión han quedado. Abril Pérez Sagaon perdió la vida tras divorciarse del director de Amazon en México. Por eso, mientras no haya un cambio estructural que garantice justicia efectiva y condiciones reales de equidad, el divorcio incausado seguirá siendo apenas eso: migajas.