En el tablero electoral rumbo a 2030, la derecha mexicana busca articular nuevos rostros que encarnen esperanza y renovación. Sin embargo, lo que muchos identifican de entrada como estrategia refrescante con voz joven y presencia mediática —tal es el caso de Alessandra Rojo de la Vega—, no supera el examen mínimo. Su aparente liderazgo, con más brillo que contenido, ya comienza a reventarse a partir de sus propias decisiones.

Rojo de la Vega ha demostrado ser hábil en el manejo de su imagen, pero vacía en la gestión de gobierno. Su paso por la administración pública se caracteriza por el protagonismo mediático, la superficialidad en el discurso y la ausencia de resultados palpables para los ciudadanos. En lugar de concentrarse en resolver los problemas cotidianos de la demarcación que gobierna, ha preferido usar su cargo como plataforma personal para posicionarse rumbo a una eventual candidatura.

Este comportamiento no es nuevo en la derecha. En su intento por modernizarse, optan por rostros jóvenes y con presencia en redes, sin importar si están preparados o si han demostrado compromiso con las causas sociales. Pero la política no es una pasarela. La Cuarta Transformación ha demostrado que el cambio verdadero se construye desde abajo, con trabajo, con convicción y con resultados.

Lo que México necesita no es una influencer en el poder. Necesita gestoras y gestores públicos comprometidos con el bienestar de las mayorías, con la justicia social, con la reducción de desigualdades, con el fortalecimiento de la soberanía nacional. Rojo de la Vega ha optado por los atajos del espectáculo, cuando el país exige profundidad, seriedad y sensibilidad.

Desde Morena, lo decimos con claridad: la política que transforma no es un show. Es compromiso, es persistencia, es terreno, es escuchar a la gente, cubrirse de tierra y responder con obras, no con reflexiones de sillón o decretos sin cumplimiento. Porque al final, lo que la gente quiere —y necesita— son resultados concretos, no hashtags ni escenografías de campaña anticipada.

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El contraste con la Cuarta Transformación es evidente. Mientras unos quitan y ponen caras para ver cuál pega, nosotros seguimos construyendo un proyecto de nación con raíces firmes, basado en principios y en la defensa del interés público. No necesitamos gestos vacíos ni narrativas prefabricadas. Necesitamos consolidar lo que hemos logrado: educación para todos, salud gratuita, pensiones universales, combate a la corrupción y justicia con memoria histórica.

Alessandra Rojo de la Vega puede aspirar a liderazgos más grandes, pero tendrá que responder por aquello por lo que ya ha sido elegida: gobernar con eficacia, transparencia y vínculo real con las personas. ¿O acaso creemos que una fotografía bien tomada basta para mermar años de rezago territorial?

Desde Morena, reafirmamos una postura simple pero poderosa: hacemos política para servir, no para figurines. Y el proyecto no es solamente para llenar audiencias. El proyecto es de fondo, de largo plazo, con rumbo claro: justicia social; apuesta por la cultura popular como eje; trabajo administrativo serio; combate real a la inseguridad; desarrollo urbano incluyente. Todo eso lo construimos desde 2018 y vamos con paso firme a 2030 y más allá.

La derecha puede seguir creyendo que basta con meter rostros nuevos y eliminar símbolos incómodos para ganarse un espacio en el electorado. Pero lo que ha demostrado Alessandra Rojo de la Vega es que sin sustancia no hay liderazgo. Que sin resultados no hay proyecto: y que sin memoria no hay genuina identidad política. Un espejismo no cambia nada. Nosotros sí estamos cambiando el país.