Cada uno de nosotros contamos con un lugar exclusivo en este mundo y nos asumimos como únicos, todo gracias a la identidad. Así podemos responder la pregunta de, ¿quién soy yo? La respuesta que podamos dar corresponde a nuestra forma de ver y asumir la vida, es la visión en la que basamos nuestra conducta y la gran mayoría de nuestras decisiones.

La identidad no es algo estático, depende en mucho de nuestra circunstancia de vida, de nuestras necesidades biológicas y psicológicas. Esto va creando intereses particulares en conjunto con nuestra esfera social y cultural. Se trata de un proceso complejo que puede requerir de muchos años para alcanzar una consolidación. Existen diferentes áreas que conforman a la identidad, entre las más importantes se encuentra la ocupación laboral o la carrera profesional, factores espirituales o religiosos, factores étnicos y de género, entre otros.

 

Los especialistas han establecido que la etapa de la vida en la que se empieza a formar de manera más importante la identidad es en la adolescencia, que es cuando el individuo trata de encontrar su propio nicho en la sociedad. Los últimos estudios muestran que existen cuatro etapas para el establecimiento de la identidad: En la primera, no se establece un compromiso como tal. En la segunda, existen algunos compromisos de identidad sin exploración. En el tercera, se realiza una exploración activa de la identidad. Y en la cuarta, se establecen los compromisos de identidad después de un arduo período de exploración. A pesar de que todos los individuos transitamos por distintas etapas para establecer nuestra identidad, existen diferencias importantes en términos de cuánto tiempo puede tardar para cada uno. Algunos estudios sostienen que solo aproximadamente la mitad de la población establece su identidad en etapas tempranas de la madurez y no es hasta alrededor de los 36 años que la gran mayoría ya la construye. Esta edad corresponde, en promedio, a la etapa de la vida en la que los individuos suelen confiar más en los valores tradicionales, al tiempo que establecen su familia, se convierten en padres y fortalecen sus carreras. Las áreas de identidad que suelen identificarse con mayor frecuencia en estas etapas de la vida son la política y religión. La identificación de identidad más fuerte y que suele dominar por el resto de la vida, se da entre los 36 y los 42 años. Sin embargo, casos como la identidad política sigue progresando hasta los 50 años.

El desarrollo de una “buena” identidad, se caracteriza por ser abierta y flexible; sus parámetros evolucionan con el tiempo tanto en contenido como en su certeza. Por ejemplo, los expertos en el tema han descrito a las sociedades occidentales como grupos donde prevalece el individualismo, el relativismo de los valores, y donde existe una reestructuración constante del sistema social. La falta de consolidación de una identidad es un tema de la mayor importancia, ya que, de estar poco consolidada o fragmentada puede generar una sensación de ansiedad y hasta relacionarse con conductas delictivas. En casos extremos puede dar paso a problemas como algunos trastornos del pensamiento o de la conducta. La identidad nos ayuda a tomar decisiones de acuerdo con nuestra forma de ser y pensar, puede cambiar con el tiempo, pero nunca careceremos de identidad.

Finalmente, podemos decir que, gracias al desarrollo de sus estructuras, nos vemos atraídos por determinados grupos con identidades semejantes a la nuestra. Por ejemplo, lo más común en política es dirigirse a gente de pensamiento liberal o conservador, de derecha o izquierda, de acuerdo con nuestro propio pensamiento. Lo importante para el grueso de la población es entender que la importancia de estos procesos en los que nos preguntamos ¿quién soy yo?, ¿qué me conforma?, ¿cómo pienso?, radica en hacer un ejercicio para observarnos desde fuera y entender cómo estamos reaccionando ante el ambiente y ante los que nos rodean. La identidad no es una etiqueta, la identidad es nuestra esencia.

, que es cuando el individuo trata de encontrar su propio nicho en la sociedad. Los últimos estudios muestran que existen cuatro etapas para el establecimiento de la identidad: En la primera, no se establece un compromiso como tal. En la segunda, existen algunos compromisos de identidad sin exploración. En el tercera, se realiza una exploración activa de la identidad. Y en la cuarta, se establecen los compromisos de identidad después de un arduo período de exploración. A pesar de que todos los individuos transitamos por distintas etapas para establecer nuestra identidad, existen diferencias importantes en términos de cuánto tiempo puede tardar para cada uno. Algunos estudios sostienen que solo aproximadamente la mitad de la población establece su identidad en etapas tempranas de la madurez y no es hasta alrededor de los 36 años que la gran mayoría ya la construye. Esta edad corresponde, en promedio, a la etapa de la vida en la que los individuos suelen confiar más en los valores tradicionales, al tiempo que establecen su familia, se convierten en padres y fortalecen sus carreras. Las áreas de identidad que suelen identificarse con mayor frecuencia en estas etapas de la vida son la política y religión. La identificación de identidad más fuerte y que suele dominar por el resto de la vida, se da entre los 36 y los 42 años. Sin embargo, casos como la identidad política sigue progresando hasta los 50 años.

El desarrollo de una “buena” identidad, se caracteriza por ser abierta y flexible; sus parámetros evolucionan con el tiempo tanto en contenido como en su certeza. Por ejemplo, los expertos en el tema han descrito a las sociedades occidentales como grupos donde prevalece el individualismo, el relativismo de los valores, y donde existe una reestructuración constante del sistema social. La falta de consolidación de una identidad es un tema de la mayor importancia, ya que, de estar poco consolidada o fragmentada puede generar una sensación de ansiedad y hasta relacionarse con conductas delictivas. En casos extremos puede dar paso a problemas como algunos trastornos del pensamiento o de la conducta. La identidad nos ayuda a tomar decisiones de acuerdo con nuestra forma de ser y pensar, puede cambiar con el tiempo, pero nunca careceremos de identidad.

Finalmente, podemos decir que, gracias al desarrollo de sus estructuras, nos vemos atraídos por determinados grupos con identidades semejantes a la nuestra. Por ejemplo, lo más común en política es dirigirse a gente de pensamiento liberal o conservador, de derecha o izquierda, de acuerdo con nuestro propio pensamiento. Lo importante para el grueso de la población es entender que la importancia de estos procesos en los que nos preguntamos ¿quién soy yo?, ¿qué me conforma?, ¿cómo pienso?, radica en hacer un ejercicio para observarnos desde fuera y entender cómo estamos reaccionando ante el ambiente y ante los que nos rodean. La identidad no es una etiqueta, la identidad es nuestra esencia.