Cuando recibas esta carta sin razón,<br>Ufemia,<br>ya sabrás que entre nosotros todo terminó.<br>Si no la des en recebida por traición,<br>Ufemia,<br>te devuelvo tu palabra,<br>te la vuelvo sin usarla,<br>y que conste en esta carta que acabamos de un jalón.<br>No me escrebites,<br>y mis cartas anteriores no sé si las recebites.<br>Tu me olvidates<br>y mataron mis amores el silencio que les dites.<br>A ver sí a esta si le das contestación,<br>Ufemia.<br>Del amor pa' que te escribo<br>y aquí queda como amigo<br>tu afectísimo y atento y muy seguro servidor

Autores: Rubén Mendez y Rubén Fuentes. Canta: Pedro Infante

Tu carta recibí, sabe Dios cuándo,<br>Y á entenderla llegué, sabe Dios cómo;<br>Me has dado un palizon de tomo y lomo<br>De esos que al más cerril dejan temblando.<br>¡Cuánto lo habrás venido meditando!<br>¡Qué estudiar en un tomo y otro tomo!<br>¡Qué fino aquello de llamarme romo,<br>Hipócrita, gandul y hasta nefando!<br>Sigue por esa senda; luce el brío;<br>Procura que la ciencia no te empache,<br>Y sángrala como se sangra un río.<br>¡No he de ser yo quien tus renglones tache;<br>Pero para otra vez, amigo mio,<br>No me escribas oróscopo sin hache!<br>

Manuel del Palacio

Russell, el cura y el fin del mundo

En uno de sus libros al respecto de la filosofía occidental —espero que la memoria no me falle —, el matemático y escritor Bertrand Russell narra que antes del año mil hubo fuertes rumores en Europa acerca de que el Apocalipsis se acercaba. Lo decían los libros sagrados del cristianismo y, por lo mismo, no faltó quien asumiera que así tenía que ocurrir.

En alguna localidad del viejo continente, un sacerdote lo anunciaba durante cada misa. Lo hacía en forma tan apasionada que toda la gente estaba convencida de que el fin del mundo era inevitable. Sin embargo, lo que sembró la duda en las personas con mayor capacidad de observación fue el hecho de que ese cura, después de cada uno de sus oficios religiosos, trabajaba con gran entusiasmo en su jardín sembrando nogales. 

Como se sabe, estos árboles empiezan a dar frutos a los siete años pero es hasta después de tres décadas que alcanzan su máxima producción. Es decir, fue evidente que el sacerdote no creía en lo que él mismo profetizaba. Había mundo para rato, por más que su iglesia lo negara.

El empresario y su huída del país

En 2008 el señor Alejandro Junco de la Vega, dueño del diario Reforma —cuyo hermano mayor es El Norte de Monterrey—, pensó que tenía que irse de México porque nuestro país estaba cerca del colapso. Escribió Alejandro Junco la siguiente carta al entonces gobernador de Nuevo León, Natividad González Parás. La reproduzco tal cual circuló en su momento en numerosos sitios de internet:

"Estimado Nati: Sé que te enteraste de que mi familia y yo nos hemos cambiado de residencia a Texas. Estaba en un dilema. Comprometer nuestra integridad editorial o cambiar a la familia a un lugar seguro. Los problemas de inseguridad a eso nos orillaron. Perdimos fe. Y eso cuenta mucho en un país donde millones la han perdido y han emigrado. Yo aprendí de mi abuela lo que era perder la fe.”

“Ella vio a su pueblo natal, Ciudad Guerrero, ser inundado por un enorme cuerpo de agua para el cual el gobierno había construido una gran presa, la Falcón. Me platicó cómo la parte más dolorosa de esa experiencia no había sido ver la inundación de su casa o de su iglesia o su relocalización a Río Bravo. Lo más doloroso había sido vivir la agonía de su pueblo natal durante los años previos a la construcción de la presa. Cuando la noticia primera cundió, toda mejora, toda reparación se dejó de hacer. ¿Para qué pintar una casa que iba a estar cubierta con agua? ¿Para qué reparar un edificio cuando toda la villa iba a ser destruida? ¿Para qué preocuparse de los baches o la basura o arreglar el jardín y la puerta que rechina? Semana tras semana, mes tras mes, con la pérdida de la fe el pueblo se convirtió en la profecía que se autocumple: algo inhabitable”.

“Ahora que estoy en calidad de 'refugiado' y se me acerca gente para preguntarme si ellos también deben hacer lo mismo, que me piden consejo o un 'raid' para ir a ver casas para su familia, he pensado en lo mucho que significa perder la fe”.

“No te escribo esta carta para reclamarte o para compartirte las incomodidades o vicisitudes de hacer lo que estamos haciendo o el dolor de ver nuestras casas deshabitadas o a la abuela sola. Te escribo para pedirte que evites que a nuestro Monterrey se le inunde su espíritu y se convierta en otra Ciudad Guerrero. A muchas familias les ahorrarías mucho dolor. Con sinceridad y aprecio. Alejandro Junco de la Vega”.

Granados Chapa al respecto de aquella carta 

Comentando esa carta, el ya fallecido y muy prestigiado columnista de Reforma, Miguel Ángel Granados Chapa, dijo lo siguiente en un artículo titulado “No callaremos”:

“Con motivo de la entrega del premio María Moors Cabot, recibido por Carmen Aristegui… la Universidad de Columbia, cuya prestigiada escuela de periodismo confiere esa distinción, organizó un panel sobre los peligros del periodismo mexicano ante el narcotráfico”.

Alejandro Junco, "al concluir el almuerzo que siguió al foro, abundó en el tema": dijo que  "los periodistas mexicanos viven bajo amenaza, proveniente ahora ‘de los capos del narcotráfico y de los criminales'...”

“A fin de asegurar el ejercicio de esa convicción en los periódicos que dirige, Junco ha tomado una decisión que significa un alto costo vital para él y su familia”. La decisión de irse a vivir a Texas, Estados Unidos

Granados Chapa en ese texto presentó un diagnóstico del problema de la violencia en 2008:

“No están pudiendo el gobernador González Parás ni el gobierno federal evitar el clima borrascoso que provoca la inundación que repudia el presidente del Grupo Reforma". Mencionó el columnista un atentado contra el consulado norteamericano como prueba de la grave situación.

Granados Chapa también recordó que "un camión repartidor de ejemplares de Grupo Reforma en la zona conurbada de Toluca fue tiroteado con armas poderosas". 

Así eran las cosas en 2008, cuando el señor Junco de la Vega se fue de México con toda su familia.

La desmemoria por conveniencia 

En efecto, en 2008, durante el sexenio de Calderón, Alejandro Junco no hizo lo que el sacerdote del que hablaba Bertrand Russell; es decir, no sembró nogales. Simplemente vio venir la catástrofe para México y huyó. 

Más allá de que empresarios regios como Lorenzo Zambrano lo calificaron de cobarde, lo cierto es que Junco y su familia fueron consistentes con lo que publicaban: a nuestro país no lo veían viable, es decir, lo consideraban un Estado fallido, y se fueron de México. 

Los Junco volvieron a nuestra nación cuando las cosas se tranquilizaron —aunque la violencia no cesó, al menos en Monterrey tras el fin del gobierno de Calderón la situación sí mejoró bastante.

Pero actualmente, ya con López Obrador en la presidencia de la República, los Junco no parecen dispuestos a volverse a ir al extranjero. Esto es, no se creen sus propios diagnósticos. Publican a diario, en su portada y su columna institucional, Templo Mayor que el México actual es un Estado fallido. Pero aquí siguen, van y vienen alegremente de Monterrey a la capital y aun a Guadalajara, donde tienen otro periódico, Mural

Segura estoy de que si la semana que viene algún buen amigo culiche, que lo deben tener, les invita a comer a la Cayenna o al Farallón de Culiacán, con gusto viajarán. Las exquisiteces de la comida sinaloense son muy apreciables y nadie se va a privar de ellas solo porque recientemente hubo balaceras.

En resumidas cuentas, los Junco, que huyeron de México durante el gobierno de Calderón por miedo al crimen organizado, ahora se la pasan de lo más tranquilos en nuestro país. Vale decir, siembran nogales en los jardines de su periódico. Es bueno saberlo porque significa que si bien la situación actual en términos de seguridad pública es delicada —y quizá la está agravando la mala estrategia de AMLO y su secretario Durazo—, el problema de acuerdo a los dueños del diario más crítico de la 4T todavía tiene remedio.