Primero leí en la página de internet de Letras libres un capítulo de El vendedor de silencio, la nueva novela de Enrique Serna. Después vi el libro en las manos de mi amigo Rogelio Cerda. Hoy leí en El Universal una entrevista con el autor. El personaje de la historia es Carlos Denegri, uno de los periodistas más influyentes del siglo pasado. Influyente por corrupto, hay que destacarlo.

Busqué otras referencias acerca del trabajo de Serna. Sobran. Lo entrevistaron en Excélsior y dijo que Denegris era “el rey de una opinión pública prostituida”.

En opinión del novelista, “el periodismo en México ha cambiado afortunadamente para bien”. Ha cambiado, sí. Para bien y para mal.

La enfermedad más grave que aqueja al periodismo actual no es el chayo, sino la insolencia. Lo disctutía este jueves en el programan de Adela Micha en El Heraldo Radio.

La insolencia, sí, que ha puesto en marcha el certamen Mister Aristego 4T. Como Carmen Aristegui brilló en los anteriores sexenios por su periodismo de investigación bastante crítico y duro, sobran ahora colegas que buscan imitarla.

Hay aspirantes al título en la parte alta de la estructura de la industria periodística —Carlos Loret, de El Universal; Raymundo Riva Palacio, de El Financiero; Ciro Gómez Leyva, de Radio Fórmula— y también en los solanos del oficio, como el señor Alejandro Lelo de Larrea, reportero menor que representaba a Tabasco Hoy en las mañaneras de López Obrador, salió de ese diario, se registró para participar en las conferencias de prensa por un portal sin lectores —la empresa comScore que mide audiencias de internet no miente— y ahora sin mucho eco en Twitter todos los días se dice perseguido por el vocero de AMLO, Jesús Ramírez. Esto último es un chantaje, de plano.

Los excesos están en todas partes. El grito con el que se protegen los corresponsales de guerra —“¡no disparen, soy periodista!”—, fue usado recientemente por Riva Palacio para quejarse de la “violencia retórica de las mañaneras contra medios y periodistas”. Increíble exageración. Lo que es un simple debate entre el presidente de México y la prensa, muy sano en mi opinión, para Raymundo representa un crimen: “el presidente saca la cimitarra para cortar cabezas por las mañanas y encabeza el Comité de Salud de Robespierre”. ¿En serio? ¿Corta cabezas con la cimitarra? ¿Comité de Salud de Robespierre? Casi ni exagera el colaborador de El Financiero, diario que por lo demás cometió el crimen laboral —no denunciado por Ray— de no pagar salarios durante dos meses. El dueño dijo que cumplirá con los trabajadores cuando el gobierno le pague lo que le debe. ¿El gobierno debe mantenerlo? Carajo. Estos editores de hoy, tan modernos.

Loret hizo —o alguien más lo realizó para sus espacios periodísticos— un reportaje sugerente y en apariencia irrefutable sobre los inmuebles que Manuel Bartlett no incluyó en su declaración patrimonial. El funcionario lo niega, el titular del ejecutivo —algo normal en cualquier situación de liderazgo— defiende a su subordinado, pero AMLO deja que corra una investigación de parte de la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval. Ya se sabrá lo que ella concluya. Si su investigación no es creíble ni verificable, el problema lo tendrá la señora Sandoval. El periodista más interesado en el escándalo, esto es, el que presumiría como un triunfo enorme que se sancionara a Bartlett, sin esperar a que Irma Eréndira realice su trabajo, ya lo descalifica: exonerará al director de la CFE, aunque este sea claramente culpable. ¿Y si no lo es? ¿No cabe la posibilidad de error en el reportaje? ¿Y si hay una explicación que el equipo de Carlos Loret no logró ver? Lo racional es esperar, pero en este caso hay más pasión —cierto escocimiento del alma, así lo veo— que objetividad.

El respetado Ciro Gómez Leyva un día sí y otro también cuestiona —es su derecho y se le respeta— al dirigente de la 4T y enseguida, sobre todo cuando menciona como un héroe a Felipe Calderón, nos reta a quienes él llama “matraqueros de López Obrador”. ¿Tiene sentido? Ha caído en la locura de difundir una encuesta que había derrumbado la aprobación de Andrés Manuel y que, de pronto, sin mayor lógica, la ha elevado excesivamente. ¿Cuál es el juego? Las encuestas no son precisas, pero no dan saltos brutales un mes hacia muy abajo y el siguiente hacia muy arriba.

Y ya ni hablar de las obsesiones de Pablo Hiriart y otros.

¿Quién ganará el certamen Míster Aristego 4T? Quedará desierto. Quieren ser Carmen Aristegui pero les falta lo principal: la trayectoria de tantos años de esta mujer que ha vivido entregada al periodismo de denuncia y ha pagado varias veces por haber realizado investigaciones, con mayor o menor rigor, pero basadas en la más pura honestidad intelectual. ¿Que el rating en su noticiero de Radio Centro es bajo comparado con el de Ciro o el de Óscar Mario Beteta? Lo es, aunque ha crecido. Pero no es atribuible a la calidad de su periodismo, que es excelente, sino a que la casa juega: la estación de Radio Centro desde la que Carmen transmite tiene mucho menos alcance que las de Radio Fórmula de Ciro y Beteta.

Lo que sea, Carmen tiene un lugar —por las razones correctas— entre las grandes figuras del periodismo mexicano. Junto a Julio Scherer. Junto a otra Carmen, la señora Lira, directora de La Jornada. Hay otros buenos periodistas, pero están uno —o varios— escalones más abajo.