Siguiendo con la lectura de los viernes les comparto un fragmento, esperando les agrade.

-¡Sé fuerte! - dijo.

-¡Ayúdame! - respondió ella, y se estrechó contra él. Sepultó su rostro en su pecho y olió su aroma. Sus terrores y dudas parecieron disminuir hasta hacerse insignificantes. Se sentía segura. Sentía que la fuerza de él fluía hacia ella, y se le aferró con queda desesperación.  Luego, lentamente, tomó conciencia de una nueva y agradable sensación que parecía emanar del centro de su ser. No era la divina, consumidora locura que había invocado Penrod Ballantyne.  Era más bien un fulgor que la entibiaba. Podía confiar en ese hombre. Estaba a salvo en sus brazos. Sería fácil hacer aquello que se le había ocurrido.

Esto es algo que debo hacer no sólo por mí, sino por mi familia.  Silenciosamente, tomó la decisión, y dijo en voz alta:

-Bésame, Ryder. -alzó su rostro hacia él. - Bésame como lo hiciste antes.

-Rebeca, Becky querida, ¿estás segura de lo que estás haciendo?

-Si sólo puedes preguntarme estupideces - le dijo sonriendo -, entonces no hables. Solo bésame.

Su boca era cálida, y su aliento se mezcló con el suyo. Los labios de ella eran suaves, y sintió cómo la lengua de él se deslizaba entre ellos. Una vez, eso la había asustado y confundido, pero ahora disfrutaba de su sabor.  Lo tomaré y  lo haré mi hombre, pensó. Rechazó al otro. Tomó a Ryder Courtney. Una vez tomada esa meditada decisión, dejó que sus emociones tomaran el control. Soltó la traílla de toda contención y sintió que algo en lo hondo de su vientre se apoderaba de ella. Era una sensación tan poderosa que llegaba al umbral del dolor.  La sentía pulsar dentro de ella.

Es mi vientre, pensó, atónita.  Ha despertado el centro de mi femineidad.  Apretó con fuerza sus caderas contra las de él, tratando de calmar el dolor o agudizarlo, no sabía cuál de las dos cosas. La última vez que Ryder la abrazó, no había entendido qué era eso que se hinchaba y endurecía.  Ahora lo sabía.  Esta vez, no tenía miedo. Hasta tenía un nombre secreto para esa cosa de los hombres.  Lo llamaba tama, por el tamarindo al que daba su dormitorio, por donde Penrod había trepado esa primera noche.

Su tama le canta a mi cosita, pensó, y a mi cosita le gusta la melodía.

Su madre, la emancipada Sarah Isabel Bembrook le había enseñado lo de "cosita".

-Éste podría ser el último día de nuestras vidas. No lo desperdiciemos - susurró- . Tomemos el momento, aferrémoslo y no lo dejemos ir. - Pero él era diferente. Ella debió tomarle las manos y ponérselas sobre sus pechos. Sus pezones parecían hincharse y arder bajo su toque.

Entrelazó los dedos de una de sus manos en el cabello de la nuca de él para hacerle bajar la cabeza,  y con la otra le abrió las presillas que le sujetaban el frente del corpiño. Liberó uno de sus pechos y, cuando éste salió de su prisión, se lo metió en la boca a él. Gritó al sentir el tierno dolor que producían sus dientes en la tierna carne. Su esencia la inundó y se derramó.

Se sintió abrumada por una desesperada sensación de urgencia.

-Rápido, por favor, Ryder.  Me estoy muriendo.  No me dejes morir. Sálvame. - Sabía que lo que decía no tenía ni pies ni cabeza, pero no le importaba.  Le Entrelazó los brazos por detrás del cuello y trató de trepar a su cuerpo.  Él la rodeó con sus brazos, tomó un doble puñado del dobladillo de su falda y se la alzó hasta la cintura. No llevaba nada debajo, y sus nalgas eran pálidas y redondas como un par de huevos de avestruz en la penumbra de la habitación, que tenía cerrados los postigos.  Él las tomó en sus manos y la levantó.

Ella trabó sus muslos contra las caderas de él y lo sintió hundiéndose en el sedoso nido de rizos que tenía donde sus piernas se unían.

-¡Rápido¡ No puedo vivir ni un momento más si no te tengo dentro de mí. - Apretó hacia abajo con fuerza, cerrando los ojos con el esfuerzo y sintió que toda su resistencia a él cedía.  Le clavó los dedos en la espalda y volvió a apretar hacia abajo. Todo lo que ocurría en el mundo dejó de importarle, cuando sintió que él se deslizaba en su interior, empalándola profundamente.

Sintió que su matriz se abría para recibirlo. Se lanzó contra él con una especie de desesperación apenas controlada. Sintió que las piernas de él comenzaron a temblar y contempló su rostro, que se contorsionaba en una extática agonía. Sintió que las piernas de él se estremecían debajo de ambos, y se movió con más fuerza y velocidad.  Él abrió la boca, y cuando gritó, la voz de ella le respondió como un eco. Quedaron atrapados en un feroz paroxismo que apareció unirlos por toda la eternidad, pero al fin sus voces se hundieron en el silencio y los rígidos músculos de las piernas de él se relajaron. Él se hundió al suelo de rodillas, pero ella se aferró con desesperación, ciñéndosele de modo que no pudiera deslizarse fuera de ella, dejándola vacía.

Al fin, él pareció regresar de algún lugar lejano y la miró con expresión incrédula y maravillada.

-Ahora eres mi mujer - Era mitad pregunta y mitad afirmación ...

Wilbur Smith

Fragmento de: El triunfo del sol. 

Traducción de Agustín Pico Estrada. 

Bella noche Divagantes.

Divagante @deliha25