Leo con tristeza un artículo de Mario Vargas Llosa, en el que exalta la tauromaquia y tacha de fascistas a sus detractores. Esto me pone a pensar, que en el debate sobre su existencia, ningún bando ha aportado más que insultos al otro.           Ambos extremos se equivocan en ese aspecto, pero, ¿cómo se concilian partes que defienden lo que aman?

Por un lado, una actividad que provoca conflicto con la vida, y es considerada arte por algunos; y el otro, un intento de censura impulsado por un genuino amor por la vida, pero mal encausado.

La defensa de la vida y la defensa de la libertad chocan, pero, ¿la libertad de matar es una actividad reprochable e inaceptable para un hombre, si el matar no se hace por propia supervivencia? Habría que educar a los hombres. ¿Qué es más sagrado y digno de proteger? ¿La vida o el arte?

Pues según Vargas Llosa, y todos los amantes de este “deporte”, los toros implican más que la muerte del pobre animal, explican que ellos aman al toro, y la ceremonia es todo un ritual para él. El mismo razonamiento de los pederastas, que “aman” a los niños, ellos dicen (y creen) no dañarlos, dicen que les demuestran su amor. ¡Dejen, pues, que los adultos amorosos amen a los niños de la manera tan profunda que sienten ellos! ¡Sería un crimen, un intento de control de las emociones por parte de un Estado fascista no hacerlo!

¡Hasta los satánicos se unirán a los toreros! Están en el mismo problema. ¿No entiende la sociedad mojigata que los sacrificios de vírgenes, animales y niños en un ritual implican más que la muerte de la ofrenda? ¡La muerte de un niño inocente en una ceremonia es todo un ritual dedicado a su sangre y alma! ¡Intentan coartar su Libertad Religiosa!

¡Que grave atropello, que la sociedad mojigata no entienda que la defensa de nuestros derechos, y la práctica de nuestras creencias, son mucho más importantes que la vida de los inocentes! Ellos solo son un medio para saciar nuestra hambre de libertad y de arte.