Escribía Sabines: “las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada”.

El silencio es un eco que retumba por todos lados. Es halito de vida de la palabra, el origen del todo. Es la nada. Vientre materno, muerte, ocaso, subjetividad…

“Cuentan que cuando un silencio aparecía entre dos, era que pasaba un ángel que les robaba la voz”, dice Silvio Rodríguez.

El silencio agobia, pero también une, jirones del pasado que desempolvan una historia, una vida.

Dice el adagio: “el que calla otorga”. Y esa frase fulmina. Cae como rayo para todos aquellos que andamos por la vida callados.

Vociferamos, gritamos, pero lo hacemos para decir nada. El sinsentido de la palabra, hablar por decir, articular palabras para hablar de todo y de nada.

Cada día hablamos, pero ese hablar fluye y divaga en el mar de la palabra trivial, la superficialidad del discurso, no importa que se sea solemne, se llega al mismo punto: el vacío.

La gente no lee. Cuando se levanta enciende la radio y la televisión.

“Me duermo con la tele prendida porque me arrulla”. “Cuando todo está en silencio me aburro”.

Las películas donde se escucha el silencio no gustan, mejor aquellas donde cada segundo está lleno de ruido. Pareciera que a la gente no le gusta el silencio, estar consigo mismos les da pesadumbre, se agobian.

Esto yo lo veo como un contrasentido, porque mientras muchos luchan contra ese silencio, se acercan al ruido; callan y se silencian frente a la realidad agobiante.

Esa parece ser una aspiración del poder, una utopía negra, el mandar sobre una sociedad silente, callada. Que habla por hablar, pero que no diga nada.

Callados frente a la barbarie, frente a la muerte, la corrupción, la putrefacción, la obscenidad, el desamparo.

Cómplices, que nos movemos en la omertá, “comemos callados”, dicen en la cárcel; ver, oír y callar.

Victimas-victimarios silenciosos, que crecimos y vivimos con miedo de decir algo importante. Que pasen los agravios, que vivan las injusticias, ya habrá alguien que lo diga, porque yo me callo.

Silencio para el que habla. Dinero para unos, balas para otros. El cuento se acabó.

Vivir callado, aunque se hable como un merolico, es nuestra realidad social.

No mal decir ni maldecir, no contrariar, no disentir, no criticar, no hablar alto, no gritar, no protestar, no mentárselas a los hijueputas. Callar, callar, silencio…

El silencio: miedo de volver la palabra-bomba que le explote al poder. Porque saben que cuando un pueblo habla es difícil acallarlo, regresarlo al silencio social.

Enrique Zúñiga @Zuva16