El presidente Andrés Manuel López Obrador lleva cuatro días consecutivos sin responder una sola pregunta, poniendo en entredicho el propósito mismo de las conferencias de prensa matutinas y, por supuesto, desatando varias preguntas sobre el verdadero motivo detrás del inédito silencio de un mandatario que ha hecho del discurso y la sobreexposición dos de sus armas más fuertes.

¿Está AMLO cansado de las mañaneras?

No parece lógico que un presidente tan hábil para manejar a los medios de comunicación haya perdido de pronto (o tan pronto en su administración) el interés o encuentre poco beneficio en las conferencias mañaneras, cuando este ejercicio le ha garantizado el monopolio de la agenda pública en estos seis meses. 

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Sin embargo, también es cierto que existen ciertos inconvenientes que podrían obligar a la Vocería a hacer ajustes. Pienso en dos temas: la facilidad con que algunos comunicadores han aprovechado las conferencias para sus propios intereses (como Ricardo Rocha, Jorge Ramos o Nino Canún) y uno más preocupante, que tiene que ver con la calidad de las preguntas (en algunos casos monólogos sin mucho interés que duran hasta 9 minutos), que quitan agilidad al ejercicio. 

¿Teme el presidente alguna pregunta?

Existe otra posibilidad, en la que sólo pensamos los muy mal pensados: que algún medio tenga bajo el brazo una investigación con datos duros contra López Obrador o su gobierno y busquen hacerla pública en vivo y a todo color -sería un espectáculo del que se hablaría por décadas- y en Presidencia estén preparando el control de daños o el contraataque o, de plano, esperando a que el medio lo publique en su primera plana pero no utilice la conferencia para darlo a conocer, reduciendo con eso su impacto.

¿López Obrador pasa por un mal momento?

Seguramente habrá momentos más álgidos en los cinco años y cuatro meses que le restan a la actual administración, pero es indudable que el presidente enfrenta retos de gran estatura en estas semanas. Tal vez por ello ha preferido que sea Marcelo Ebrard el que llevara la batuta en las tres primeras conferencias de la semana, y en realidad ha hecho bien, pues el canciller respondió a la prensa de buena manera y, hay que decirlo, con mayor celeridad.

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Pero lo de este jueves resulta inédito y levanta suspicacias. Tras un evento con autoridades españolas y descendientes de exiliados, el presidente sencillamente se disculpó y salió del Salón Tesorería sin hacer caso a los medios reunidos. Además, más de uno lo notó con un semblante desencajado. 

Los reveses legales al Aeropuerto de Santa Lucía, los ataques de Donald Trump, el reto de atención a los refugiados que llegarán de la frontera norte -me niego a llamarlo crisis-, el crecimiento económico por debajo de lo esperado, la inseguridad que tardará en ceder… nada que un presidente no pueda afrontar, pero sin duda son temas que restan horas de sueño. Esperemos, por el bien del país, que el gobierno pueda salir de esta con gallardía y el menor número de bajas posible.