Para el mexicano estudioso y estudiado, el mexicano maduro, serio, analítico, ese que piensa, que lee, ese que se informa día a día, o simplemente, para el mexicano adulto, acostumbrado a tratar con adultos, ese que difícilmente es embaucado por sus hijos o sus nietos, o simplemente por las ocurrencias de los infantes, saben, intuyen o adivinan lo que puede significar  “yo tengo otros datos” y como dice también el clásico

– no se necesita mucha ciencia para saberlo

– porque de entrada, es una manera muy sutil y cortés de decir – en el mejor de los casos – yo tengo razón y tú estás equivocado, en el peor, es una forma de escurrirse para ignorar una verdad innegable y cobardemente no aceptar o eludir que se está equivocado, aferrándose a un error.

Yo tengo otros datos, es también una descalificación a su interlocutor, es de entrada, lo que yo veo y mi percepción de la realidad, es muy distinta a la tuya, y así, cancelar cualquier posibilidad de comparar la información o simplemente buscar la realidad o la verdad de la información.

Yo tengo otros datos, denota arrogancia y superioridad, es una manera de creer que, la información que se tiene es la correcta y superior a la de su eventual interlocutor, con lo que quedaría cancelada cualquier otra información que le contradiga.

Decir “yo tengo otros datos” sin mencionarlos, ni mostrarlos en el momento, también esconde una mentira, tiene un engaño, una evasiva, surgida solamente de quien se siente en la cúspide del poder, de accesar a esa información encriptada, a la que por supuesto en la frase acusa al interlocutor de no poder tener acceso a la misma información, que por supuesto no puede, ni debe ser compartida con “cualquiera” señalando tácita y arrogantemente la inferioridad del interlocutor.       

Decir “yo tengo otros datos” en boca de quien tienen un poder absoluto en un gobierno, también puede ser un recurso para evitar corregir una conducta, y evadir ser corregido públicamente por un “inferior”, al que supone, con poca capacidad para debatir o discutir con quien es, tiene o se siente autoridad o autorizado para imponer su voluntad. 

Es curioso, pero refleja el sometimiento a una autoridad patriarcal que no admite, ni corrección, ni discusión, es el equivalente – dicho domésticamente  – al ¡cállate porque lo digo yo! O al ¡cállate porque soy tu padre! O ¡cállate porque soy tu madre! Reflejo de autoridad indiscutible, o más precisamente, de autoritarismo, intransigencia e intolerancia, evidenciado también, en el clásico ya famoso ¡cállate chachalaca! Que se puede completar, con, no tienes, ni razón ni argumentos para discutir conmigo, eres o estás muy tierno para hablar de ese tema conmigo.

Pero lo más grave sin duda es, la incapacidad de debatir, de confrontar ideas e información para corregir, modificar inclusive una decisión, privilegiando la razón o buscar actuar con la verdad, lo que implica contrario sensu, actuar o decidir con datos equivocados, erráticos cuyas consecuencias pueden tener un alto y lamentable costo, económico, social y humano.

No se puede ir por la vida con la responsabilidad de un gobierno sin debatir, confrontar ideas y verdades para construir acuerdos o mejores soluciones, Karl Popper – de quien por cierto recomiendo su lectura – sostenía, que para que el conocimiento evolucione, deben confrontarse las ideas y los planteamientos, no hacerlo provoca tomar decisiones equivocadas, y en el conocimiento el estancamiento y retroceso. Pensar que los demás no lo notan o no se dan cuenta, es insulso, es como el niño que falsifica una carta, supuestamente de su maestro donde lo felicita por ser el mejor niño de su clase, con faltas de ortografía y letras borroneadas y renglones chuecos, así de simple y así de patético.        

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