¿Cambio o continuidad?

Amanece y el despertador suena a las 6 en punto, despierto y me estiro en una pausa entre la armonía del sueño y la disrupción de la realidad material; los gatunos, tocan a la puerta para su saludo matinal. Los viejones, amigos de toda una vida y mañaneros por naturaleza, mis amigos los jóvenes por sensatez aún duermen, ya han enviado a los diversos grupos de WhatsApp que pertenezco, las múltiples síntesis informativas que pululan en el mundillo político. Como ha venido ocurriendo desde hace más de 35 años, transito de la cama al baño para la ceremonia del aseo diario: ese oso, se asea.

Aseado e informado, ya habré leído y escuchado las notas informativas del día con las mismas actitudes y expresiones ignorantes y carentes de sentido de la clase política y los opinólogos del momento, me visto acompañado por el eje de mi carreta que es la ruidosa radio, hoy transmitida por internet, para escuchar a los mismos periodistas de toda la vida, con las excepciones de los ya muertos o separados de la opinión pública por la política de comunicación social del presidente en turno, que con enfática y subjetiva estridencia narran el mundo social, ahora visto desde los esclavizados ojos de la percepción informativa.

Talqueado, perfumado y vestido desde el más profundo narcicismo, subiré al automóvil, para trasladarme a la multiplicidad de actividades que realizo diariamente desde estos mentados 35 años por las mismas calles y la misma gente. Con la única y peculiar diferencia de verlos, y verme, usar el posmoderno tapabocas, barrera física y políticamente correcta contra nuestro cuate en Sars-cov-2.

¿Dónde está la tan anunciada nueva vida, la neonormalidad tan cacareada? Los fines de semana mis jóvenes amigos se sueltan a la maravillosa diversión, como antes lo hacían, en los antros legales y clandestinos para continuar la peda al estilo Baudelaire, pedos malditos.

¿Cómo explicarse tan evidente continuidad? El punto está en saber observar y desterrar la percepción, encontrar las relaciones entre las partes que integran el todo, cualidad carente entre políticos y comunicadores, una ecología de la mente como bien lo descubrió hace muchos años Gregory Bateson.

El efecto mariposa se ha tornado imperceptible, los pequeños cambios que han significado grandes transformaciones (internet, por ejemplo) parecen tan regulares, cotidianos, que han perdido su sentido, el cambio, la trasmutación. Una tormenta de arena, las vivencias cotidianas, impide distinguir a las mariposas de Lorenz y Bateson. No sólo no se asume a la ecología de la mente, ese conjunto de sentidos que descubren lo relacional (el ser y el contexto) el cómo ver al mundo, sino que se ha erigido en la cotidianidad la ceguera sobre el entendimiento, un mundo adueñado por la mentira. 

La fea estridencia ha desplazado a la bella estridencia para negar a todos la posibilidad real de construir conductas diferentes en y por la libertad. Contrario a ello, los nuevos gurús de los medios informativos construyen día a día el discurso del terror. El terrorismo no está hoy en las bombas, está en los medios de comunicación que han deificado a la Sociedad de la Transparencia, el imperio de la percepción.

¿Vieja normalidad o nueva normalidad?

Normalidad a secas, a pesar de políticos y comunicadores. La cualidad de hacer posible que las cosas se hallen en su estado natural, su propiedad intrínseca, lo que son: los amigos viejones, levantándose muy temprano; los amigos jóvenes, disfrutando el sueño matinal. La regularidad de los hechos que comúnmente suceden. 

Pero ahí, donde todo, en nuestra percepción incalificada, parece igual por múltiples conductas aprendidas, es posible observar, en un aprendizaje de tercer orden, una realidad que poco a poco va cambiando en una multiplicidad de relaciones: los sistemas complejos; por ejemplo, el arte de hacer vacunas, la planeación de recursos para vacunar y los intereses políticos y económicos que determinan a la vacunación masiva de personas.

Para entender el cambio o la continuidad, es necesario restructurar el pensamiento, entender los estímulos exteriores de los sentidos en su totalidad, comprender que el mundo no es un absoluto en sí (Bateson) sino una realidad compleja que nos obliga a observar con paciencia y no a percibir con prisa.