El viejo auto tricolor cumplió 90 años de vida; nació como un poderoso auto convertible el lunes 4 de marzo de 1929, en la ciudad de Querétaro, Querétaro.
En su confección participaron diferentes corrientes y tendencias de diseño, pero afines al proyecto y propósitos de su creativo: Plutarco Elías Calles.
Fue construido como un vehículo fuerte y resistente; sus colores patrios: verde blanco y rojo, como los de la bandera, lo hacían ver más imponente.
Bajo la patente PNR quedó formalmente constituido y puesto en circulación; se le designó un conductor, responsabilidad que recayó en Manuel Pérez Treviño, hombre de confianza de su creador, quién a través del tiempo la ejerció en otras dos ocasiones.
Tuvo ocho pilotos más, que transportaban a los diversos gambusinos en territorio nacional: unos en la búsqueda solo del poder, otros, únicamente el oro y la mayoría, las dos cosas.
El primer viajero importante que lo aborda fue a Pascual Ortiz Rubio en 1929, por cierto, un viaje muy accidentado y bastante cuestionado. A pesar de ello, llegó a su destino.
Cinco años después, en 1934, por un camino sin topes, baches ni desviaciones, trasladó al General Lázaro Cárdenas del Rio al “Rancho la Hormiga”, quien le cambió inmediatamente de nombre y le llamó,” Los Pinos”: al parecer por cosas del amor.
A partir de ese momento, se convierte en el auto más competente de México.
Pese a ser un vehículo altamente calificado, en 1938, dada la ruptura del perno que unía a sus dos engranes principales del motor, y transformable que era desde su creación, le hicieron algunos añadidos; conservando lo revolucionario y el engreimiento de sus colores. Lo patentan nuevamente bajo el símbolo PRM.
Con su nuevo registro y fortalecido por las adecuaciones y resultados, tuvo tres conductores; todos con licencia para conducir, reanudó su labor, llevando a buen destino a todo aquel que lograba treparse en él.
Al paso del tiempo, en plena ascendencia, fue sometido a fuertes presiones por las exigencias de preservación de los espacios y el envejecimiento de algunas de sus partes.
En 1946 lo modernizan: deja de ser convertible, le amplían sus puertas para que quepa más sociedad civil, la cajuela más grande para llenarla de prebendas y, una vez más, lo registran, ahora bajo la patente: PRI.
Desde su creación y por 70 años, este flamante carruaje, llamado también “auto invencible”, llevó a la conquista del poder a lo largo y ancho del país, a miles de viajeros, entre estos, muchos con mañas negativas y costumbres delictivas, mismos que al paso del tiempo, fueron mermando su energía.
Uno de los inolvidables pasajeros que fue montado al codiciado “carro de la revolución” en 1994, por cierto, a mi juicio, lo mejor que se ha subido, fue Luis Donaldo Colosio, quien en pleno viaje y al ritmo de “la culebra”, sufrió una emboscada y murió asesinado. La gente dice que fue fuego amigo.
A pesar de salir dañado por las balas e impuesto nuevo pasajero, se repuso, y forzando los pistones llegó a la meta; en breve, el beneficiario del viaje, su nuevo jefe, en premio, lo empezó a ignorar.
En el año 2000, con la sana distancia, perdió potencia su motor, no consiguió llegar a la cúpula, perdió la carrera. La falta de mantenimiento, malos hábitos y excesos de confianza en la conducción, propiciaron esos daños; aun así, logro llevar a buen destino a gente representativa.
En el 2006, por culpa del chofer, quien se habilitó como pasajero, provocó un choque, lastimando la carrocería, chasis y bastidor y de nueva cuenta, el auto tricolor no alcanzó la cúspide, solo bajó en el trayecto satisfactoriamente a casi la mitad del resto de los pasajeros.
Después de llevar a cabo arduos trabajos de reparación, se sube a la pista en el 2012.Con un viejo y experimentado conductor, con la cajuela saturada de prebendas, los tanques llenos de combustible, pulido, encerado y aprovechando las deficiencias de los contrincantes y un pasajero bien protegido, ganó la carrera; llegó a la cima y bajó para bien, a la gran mayoría de los viajeros… De nuevo tendría un solo líder.
Entre 2013 y 2017. Su guía máximo lo denigró con su pobre desempeño: habilitó pasajeros inmorales e infectos y fue blando con la corrupción e impunidad; además, puso al volante a un cochero sin experiencia, que no sabía su manejo, le hizo modificaciones sin sentido, impuso su voluntad, lo convirtió en “carcacha, “y así lo manda a la pista en el 2018.
Antes de la competencia, se sabía que no tenía potencia, que estaba disminuido; ya le fallaba todo, y así, llegó la catástrofe, hecatombe, convulsión, a punto de aniquilación.
Hoy, el antiguo carro de la Revolución luce como una bestia en agonía, como un animal prehistórico incapaz de subsistir. Destella pena, a punto de salir como fierro viejo.
Quieren echarlo a volar, se pelean por sus restos. Urge reconstruirlo y refundarlo.
Llevarlo a reparar al taller especializado de Viaducto Tlalpan # 100, cuesta alrededor de 300 millones, y no hay, a pesar de que han sido miles de pasajeros transportados al poder, sí, miles y miles de gambusinos, que hoy se resisten a aportar.
Tras una acalorada discusión, y con muchos resentidos, se tomó la decisión de remendarlo en Insurgentes norte # 59, colonia Buenavista: Salón Plutarco Elías Calles, su fundador.
Qué ironía; el creador y fundador del “carro de la Revolución”, puede también ser hoy, testigo de su final.