En la imagen que hace unos días se diera a conocer en las redes sociales, se puede ver a Karina Macías, esposa del ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, viajar despreocupadamente en el metro de Londres mientras hojea la revista New Yorker.

Al tiempo que la señora Macías se muestra relajada en su auto exilio europeo, en el estado que su marido devastó, se hacía público el hallazgo de una (otra) enorme fosa clandestina con los restos de más de 170 personas.

Lo anterior nos debe llevar, una vez más, a reflexionar sobre el país que Enrique Peña Nieto y los gobernadores que le acompañaron, están por entregar. Muerte, violencia, corrupción e impunidad serán parte de la herencia de una administración que, evidentemente, fue inservible para procurar el bienestar social.

En el sexenio que está por terminar, el estado de Veracruz se convirtió en un símbolo de oprobio. Inolvidable será aquella declaración de hace 6 años en la que, ante las cámaras de Televisa, Peña Nieto presumía al nuevo PRI destacando a Javier Duarte como un ejemplar integrante de esa nueva camada de políticos tricolores, y la verdad es que el presidente no se equivocó del todo; el ex gobernador resultó ser un político con una capacidad manifiesta para superar, en eso de enriquecerse, a muchos de los priistas de antaño.

Y es que Veracruz fue literalmente saqueado por Duarte y sus cercanos; mientras que la sociedad jarocha, fue desangrada por la incompetencia y/o contubernio de unas autoridades que prácticamente le entregaron el Estado a grupos delincuenciales.

La fotografía de la señora Karime en el metro de Londres no es anecdótica, es la más pura representación de la clase política que nos ha regido durante sexenio que se termina.

Por su parte, las imágenes de madres de familia veracruzanas cavando en la tierra con la intención de hallar algún resto de sus hijos desaparecidos, es también una muestra fehaciente del macabro legado de la administración de Duarte, que ante la complacencia de los gobiernos de Calderón y Peña, y bajo la justificación de enfrentar una guerra por demás absurda, convirtieron a Veracruz en un enorme cementerio clandestino.

Ahí quedarán para siempre los retratos de la impunidad y de la indefensión; por un lado una mujer sosteniendo una revista al tiempo que conjetura en cómo disfrutar los millones de dólares que, en conjunto con su marido, obtuvo a costa de la desgracia de un estado entero; mientras que por el otro lado, está la figura de una mujer que entre sus manos muestra la fotografía de su hija adolescente desaparecida deseando volver a verla una vez más.

Ese es Veracruz, ese es México.