Estimado Antonio Navalón, he leído su columna “Millennials: dueños de la nada” para El País y francamente quedé sorprendido. Usted es un gran escritor y columnista pero claramente un “hater” de los que nacimos entre los años ochenta y noventa. 

De entrada me parece paradójico leer una columna que peca exactamente de lo que critica. Dice que los jóvenes millennials producen movimientos sociales que no constituyen soluciones sino condenas. Y eso es justamente su columna: una condena sin solución ni ideas ante los cambios generacionales y las crisis que hay en el mundo. Nunca he estado de acuerdo en las generalizaciones, no creo en un mundo donde todos son malos o todos son buenos. Vivo en un mundo donde conviven buenos y malos y hay que distinguirlos. Los millennials no somos los culpables del mal de mundo, ni tampoco la solución única a ellos. 

Desconozco por completo quienes son sus referencias sobre los millennials pero no es justo y mucho menos correcto generalizar. Cuando guste puedo dejarle los datos de amigos y conocidos, eso por si algún día quiere conocer a algunos jóvenes de la “generación Y” que ya estamos cambiando el mundo desde nuestros ámbitos de acción.

Dice usted que los millennials crecimos sin civismo y sin sentido de la responsabilidad. ¿Acaso el ambiente donde hemos crecido es nuestra responsabilidad? Yo entendía que la crianza y la educación de los hijos era responsabilidad de sus padres. Aceptar lo que usted escribe es como aceptar que los elefantes son los culpables de su caza por tener colmillos de marfil o aceptar que las mujeres son víctimas de violación por vestir de forma “provocadora”. No señor Navalón, no puede acusar culparnos de algo que no es nuestra responsabilidad.

Sabe, yo amo México profundamente, lo amo desde que tengo uso de razón. Me inculcaron en la escuela el amor a la patria. Incluso hoy todavía puedo cantar o tararear en mi mente aquel toque de bandera que dice “Es mi bandera la enseña nacional; son estas notas su cántico marcial; desde niños sabremos venerarla; y también por su amor vivir.” Incluso, desde secundaria, recito el credo mexicano que escribiera Ricardo López Méndez. El amor a la patria se vive, se goza, se disfruta y también se sufre. No le permito que me difame y diga que no amo México.

Vivir en un mundo globalizado no nos hace anti patriotas, por el contrario, la visión que tenemos del mundo es más amplia que otras generaciones y ello nos permite comprender nuestras diferencias y sentir orgullo de lo bueno que tenemos, pero también nos permite reconocer lo bueno de los otros. Mi amigo de México que conoció en Brasil a una mujer de República Checa con quien formó una familia es sumamente reflexivo sobre lo que funciona o no en cada país, pero también es un amante empedernido de México, incluso transmite ese amor dando clases de español en Europa.

Pero civismo no solo es amor a la patria y defender sus intereses, también es, según el Diccionario de la Lengua Española, el comportamiento respetuoso con las normas de convivencia pública. Aquí radica, desde mi punto de vista, uno de los mayores legado de los millennials. Yo veo jóvenes aceptando al otro sin pretextos, hay en esta generación un ejemplo de tolerancia y convivencia. No importa si alguien viste o ama a su manera, todos somos iguales entre nosotros. Usted como miembro de los “baby boomer” debería saber la importancia de esto ya que fue precisamente su generación la que abrió camino en la defensa de los derechos civiles. Hoy el destino que buscaban está más cerca gracias a la apertura de nosotros los de la generación Y.

Pide conocer una sola idea millennial que no sea un filtro de Instagram o una aplicación para el teléfono móvil. Las hay y muchas, le sugiero visitar las universidades de México o cualquier otro país. Encontrará jóvenes millennials que están buscando la cura contra el cáncer, o estudiantes que están buscando cómo hacer las construcciones más duraderas y a prueba de terremotos o miles de emprendedores que facilitan la vida de muchos. Pero bien bien dice el dicho: no hay peor ciego que el que no quiera ver. Y por cierto, las aplicaciones no deben despreciarse, también están cambiando el mundo y sí, me encanta Instagram y sus filtros, si a usted no le gustan es muy sencillo: cierre su cuenta en esta red social. Pero cuando quiera compartir algo con nosotros ahí estaremos para interactuar, y no le daremos me gusta por falta de dignidad, lo haremos porque nos gusta que todos se expresen.

Dice usted que los jóvenes son la explicación de la llegada de mandatarios como Donald Trump. Pero se equivoca. Los jóvenes no votaron por Trump, lo hicieron por Hillary Clinton. También recuerdo que los jóvenes votaron contra el brexit y fueron los adultos y adultos mayores quienes votaron a favor. Pero le concedo la mitad del argumento: si más jóvenes hubieran salido a votar quizá el resultado hubiera sido distinto, o quizá no. Los millennials no somos los dueños de las urnas ni de las decisiones políticas, no somos la mayoría absoluta para que nuestros deseos sean realidad, somos solo una parte del total de electores.

Si no le gustan los millennials, quizá no debería cuestionarnos a nosotros, sino a ustedes, los “baby boomers” y los de la “generación X”, quienes fueron los responsables de formarnos. Y son ustedes precisamente quienes deberían facilitar que la transición generacional en el liderazgo social, político y económico sea responsable y eficiente. Mi columna no será enteramente de crítica, yo lo invito a que nos tomemos un café para dialogar, vive en Monterrey como yo. Busquemos el cómo sí, hagamos que las cosas que deban de pasar sucedan.

Por cierto, no basta con “preocuparse” por los millennials, hay que pensar y trabajar ya en la generación Z (nacidos 2000 y 2010) y en la generación touch (los nacidos del 2010 en adelante). Yo tengo una hija de un año y cada día hago lo posible para dejarle un mundo mejor, pero sobre todo, la preparo para que ella a su vez, cuando toque su turno, siga con esa tarea. Mi trabajo como padre no solo es reconocerle sus derechos, sino mostrarle con teoría y ejemplo cuales son sus obligaciones y deberes para con los demás. Para mí eso es responsabilidad y no una cualquiera, sino la más grande de todas.