Comenzó la segunda temporada de “Happy!”, serie de televisión de Netflix, basada en la novela gráfica de Grant Morrison (guionista y coproductor de la serie).

Cuando vi la primer temporada, pensé que la habían hecho especialmente para mí, pues me identifiqué con todo; incluso, cuando estudié cine en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM (ahora Escuela Nacional de Artes Cinematográficas) hice un cortometraje sobre un Santa Claus pervertido (como en la primera temporada de “Happy”).

A grandes rasgos, la trama se centra en un ex policía alcohólico y drogadicto: Nick Sax (Cristopher Meloni) que tiene como aliado a un tiernísimo unicornio azul llamado Happy (con la voz de Patton Oswald), ex-amigo imaginario de su hija de siete años, Haley (Bryce Lorenzo). En la primera temporada, Nick Sax y Happy se enfrentan a una banda secuestradora de niños, para entregarlos en Navidad a personajes poderosos y depravados.

La musicalización y el diseño visual son impecables; las actuaciones magistrales; el guion, genial (con diálogos brillantes), pero su principal virtud consiste en tratar, con un dulce y retorcido sentido del humor, temas peliagudos como el secuestro, la pedofilia, la corrupción policiaca y la impunidad de millonarios depravados (¿alguien recuerda a Mario Marín?, ¿y por qué no está en el bote?).

En la segunda temporada, Sonny Shine (Christopher Fitzgerald), popular estrella de la televisión infantil (quien fuera “robachicos” en la primera temporada) ahora planea elevar la celebración de la Pascua cristiana al nivel de la Navidad, para hacerla comercialmente más redituable; organizando espeluznantes actos terroristas (como monjas suicidas enrolladas en cartuchos de dinamita) para darle publicidad, con la ayuda financiera del mismísimo Papa.

Todos los creadores provenientes del comic, son excelentes para crear personajes exóticos y villanos depreciables (los villanos de Batman son los mejores, y Gran Morrison los conoce, pues los trabajó en “Arkham Asylum”) y en esta temporada colaboran en una conspiración de personajes poderosos, chantajeados porque Tony Shine tiene pruebas de que participaron en degradantes prácticas sexuales.

Los temas delicados contenidos en la primera temporada (visualmente más oscura), ahora se desbordan en colores brillantes, agregándole la drogadicción y su relación con el sexo, el poder y la magia negra (los alucines de Nick Sax son un descarado homenaje a Salvador Dalí).

Lo más interesante de ésta temporada, es la introducción de las teorías conspirativas en la trama (tipo los Illuminati), ya que menciona que personajes como John F. Kennedy, Martin Luther King y John Lennon, fueron asesinados como parte del ritual de una secta secreta, con prácticas rituales satánicas.

Algunas personas dirán que esas cosas solo pasan en las películas y las series de televisión, no en la vida real, sin embargo, algunos recientes escándalos en México podrían hacer dudar hasta a la mente más escéptica: Naason Joaquín García, líder de la Luz del Mundo, detenido por delitos sexuales en Estados Unidos; la captura del sacerdote que probablemente asesinó al estudiante Leonardo Avendaño y sobre todo, la detención en Puerto Vallarta de Keith Ranieri, líder de la secta NXIVM, quien acaba de ser declarado culpable por secuestrar, marcar y esclavizar mujeres (diabólico gurú para el que bailaron los hijos de Carlos Salinas: Emiliano y Celia, en una coreografía que parce sacada de un programa de Sonny Shine y sus sanguinarios Teletubis).

¿Por qué tantos retorcidos ritos sexuales, con tintes satánicos, ocurren en México? ¿Será que entre los Illuminatis se corrió el rumor de que aquí la impunidad está garantizada, gracias a un sistema corrupto? Al menos a Mario Marín nadie lo ha tocado, pues quizás, como Sonny Shine, tiene grabados a los políticos más poderosos en actos moralmente reprobables.

La mecánica es simple: al delito sexual le agregas el elemento de brujería y ya tenemos depravados millonetas que usan “la energía” de sus aberraciones para conseguir beneficios materiales, base de la ideología Illuminati.

Me despido como el clásico teporocho andrajoso de las películas de terror, que a todos les advierte que ahí viene los zombies, los marcianos o los Illuminatis, y nadie les cree: “Se los dije”.